Aureliano Sáinz
Si uno echa una mirada lejana hacia atrás puede recordar los años en los que el contacto directo estaba muy presente en el mundo de los niños y adolescentes. Pero también en el de los mayores, ya que los juegos de mesa -cartas, dominó, ajedrez- o, simplemente, las charlas que, sentados en sillas de enea a las puertas de las casas en las noches veraniegas, formaban parte de un modo de vida que en gran medida ha pasado al recuerdo, dado que ahora solemos conversar con los medios digitales de por medio.
No es que yo quiera posicionarme en contra de una forma de vida que ha arraigado y ha transformado muchos de los hábitos que antes; pero sí creo que una pérdida significativa es la ausencia de charlas grupales que antes teníamos y que eran un placer compartirlas. Esta es la razón por la que quisiera comentar una grata experiencia que llevamos en la Facultad en la que yo trabajo.
De modo habitual, a las diez de la mañana, un grupo amplio nos reunimos para desayunar o simplemente tomar café, como es mi caso. Es el rato que tenemos para charlar de modo abierto y distendido de cualquier cosa que surja en ese momento, de alguna cuestión que interese a alguien o sea tema de actualidad. No hay nada prefijado acerca de los derroteros por los que caminará la charla, que muy pronto se abrirá a diálogos en grupos de dos o tres, para, cuando alguno alza la voz, retomar de nuevo los temas comunes.
Es un colectivo abierto que nació de manera un tanto espontánea y que está formado por gente que trabajamos en distintos ámbitos: docencia, biblioteca, administración, servicios… lo que nos aleja de los grupos más estructurados que se organizan por razones de afinidad sobre una temática concreta, como suelen ser las tertulias literarias.
Por otro lado, las edades que tenemos son muy diversas, puesto que el más joven apenas tiene algo más de treinta años, mientras que el que esto firma ya ha superado las siete décadas. Y si consideramos los géneros, suele haber un predominio masculino; aunque no siempre es así, ya que hay mañanas que se incorporan otras compañeras, dando lugar a una cierta equiparación.
Una vez que he comenzado este escrito, imagino que alguien puede hacerse alguna pregunta del tipo: ¿A cuento de qué traigo aquí este tema que bien podría interesar a quienes formamos esa tertulia, pero que fuera de ella lo más probable es que carezca de interés?
La respuesta, a mi modo de entender, la veo bastante sencilla: vivimos en un mundo muy acelerado en el que los tiempos que disponemos parecen planificados para no perder ni un solo segundo. Ello conduce a que nos encontremos bastante aislados al haberse potenciado la comunicación indirecta, lo que nos aleja del contacto físico y directo, es decir, el vernos cara a cara y disfrutar de la presencia y la palabra de otros con los que podemos compartir ideas, intereses, gustos o aficiones.
Bien es cierto que en estos encuentros el sentido del humor debe de estar presente, al tiempo que hay que saber aceptar las bromas que se puedan dar o recibir. Y, por supuesto, no tiene razón de ser establecer jerarquías, ya que una de las condiciones de la amistad y el buen compañerismo es el sentimiento de igualdad. Nadie es superior a nadie cuando apartamos títulos y cargos. Así pues, cuando nos reunimos aparecemos con nuestros nombres despojados de los rangos que, explícita o implícitamente, se suelen establecer en otros tipos de agrupaciones.
Esta es la razón por la que llevamos un par de años en lo que acordamos llamar simplemente La Tertulia, tal como ahora denominamos al grupo, disfrutando de algo que ya forma parte de nuestra cotidianeidad, sabiendo que, separados de los móviles en esos momentos (o tomados puntualmente), es posible recuperar lo que tiempo atrás era algo más frecuente en nuestra sociedad: las charlas abiertas y distendidas.
Cierro, indicando que en la fotografía que presento para la portada de este escrito se corresponde con un día de comienzos de otoño en los que todavía no habían hecho presencia ni el frío ni la lluvia. En ella aparecemos tras haber desayunado en un espacio verde muy agradable que se encuentra en el exterior del edificio de la Facultad.
Pero no son solo las charlas motivo de encuentro, sino también los peroles, es decir, comidas al aire libre que tanta tradición tienen en Córdoba y que se hacen por puro placer o para celebrar algún acontecimiento, tal como muestro en la fotografía anterior. En este caso, se trataba de festejar con Manuel, uno de los miembros habituales de La Tertulia, el hecho de haber sacado la plaza de técnico de Informática en la Universidad de Córdoba. De este modo, nos encontrábamos todos los habituales de las charlas, junto con otros compañeros y compañeras de la Facultad que se sumaron a la felicitación.
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