sábado, diciembre 14, 2024
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Moisés Cayetano presenta su obra «Presencia de la tarde», en la que evoca sus compromisos y sus vivencias en un pueblo que en parte podría ser cualquiera

FRANCIS NEGRETE/ AZAGALA

Nuestro vecino pueblo de La Roca de la Sierra, que comparte con Alburquerque sus extraordinarias dehesas, sus pertenencias a la Mancomunidad Lácara-Los Baldíos y muchos de las acciones costumbristas que Moisés Cayetano relata en su última obra “Presencia de la tarde”, en cuya portada figura una hamaca que su padre utilizaba para tomar el fresco en las tórridas noches veraniegas y que Moisés aún conserva en su parcela de Badajoz, aunque en desuso, porque, como bien apuntó en su presentación en el instituto de La Roca de la Sierra, esa costumbre está casi perdida en nuestros pueblos.

  Como escribe en la introducción del libro, sus prosas poéticas y reflexivas “surgen aquí para ser compartidas con los que deseen acercarse a este remanso personal en medio de “las batallas” libradas con el resto de mis entregas bibliográficas, ya extensas, porque la edad que avanza ha dado “para casi todo””.

  Moisés divide su obra en dos partes: la primera, que titula “Antes del olvido”, en la que recoge bellos poemas, uno de ellos dedicado a “aquellos carnavales” en su pueblo: ¿En dónde habría dejado/ aquel disfraz terrible/ que solo daba miedo/ a los guardias civiles de tricornio/ fusilones al hombro/ y negras cartucheras?

 Este poema lo leyó con una cadencia que dejaba un rastro de melancolía de unos tiempos en que el carnaval estaba prohibido, y eligió de fondo un fotograma de “Domingo de carnaval”, una buena película neorrealista de un cineasta maltratado, Edgar Neville.

  Y así, fue haciendo un recorrido por esta obra que, aunque relata costumbres de La Roca, ha sabido elegir aquellas que se reproducían entonces, aunque con otros protagonistas, en cada uno de nuestros pueblos, como las ferias de antaño: “La feria de entonces nos cubría de sopor/ -¡oh! El tiovivo de tracción humana/ la tómbola de muñecona y plásticos/ sus columpios de cisnes repintados/ las casetas de tiro a cigarrillo y caramelo/ los petardos, la rueda de fuegos/ con sus revueltas perezosas/ la trompeta, el tambor, el vocalista…/ envuelta en papelorios de alegría, banderitas/ que se ajaban al menor atisbo de tormenta”.

  Moisés evoca, y habló de ello, la nostalgia de los campos, donde los niños iban a robar, allí naranjas, aquí membrillos o cerezas “garrafales”, y dedica un bello poema a las azufaifas de la huerta del señor Rafael: “Todo perfume./ Todo, sí, añoranza perfumada/ del pueblo pequeño y vaciado/ de los que fuimos niños por entonces/ y andamos derramados por el mundo”.

  En la segunda parte de “Presencia de la tarde”, que llama “Después del olvido”, Moisés Cayetano utiliza la prosa, pero una prosa lírica, en la que deja su alma por fuera, a la vista del lector, para rememorar el paraíso perdido de su infancia, sus seres queridos y perdidos, las “tristes tardes aldeanas”, las “niñas y los niños de la escuela”… Se detuvo en algunos de sus capítulos, como en aquel en el que narra que “para saber si al día siguiente podíamos comer huevos, mi tía Elena iba cogiendo una a una las gallinas, tan pacientes, y les hurgaba en el trasero”. Y de esa operación diaria deducía: “seis para mañana, o cuatro, o los que fuera”. “Y ya se hacia el menú con el poco de aceite, las rebanadas de pan y la cosecha amplia de cardillos, romazas, ajos porros, de un campo abierto para todos”.

  Moisés se detuvo también en un capítulo dedicado a las “luchas salvajes” entre los niños de distintos barrios de La Roca de la Sierra. Allí había unos temidos, “Los de la Calle el Cuervo”, cuyo líder, “El Zurdo”, hacía temblar con solo pronunciar su apodo”; como en Alburquerque eran las huestes de niños de la Villa Adentro. El autor fue modulando su voz para describir aquellos cruentos enfrentamientos: “escaramuzas peligrosas, con quebraduras, sangre y contusiones, en las que a lo que más que se llegaba era a un breve armisticio olvidado al poco tiempo”. Y nuevamente, también en este capítulo, incide en la nostalgia del tiempo perdido, por el discurrir de los años que de niños se hacían eternos y ahora son efímeros, y el lugar igualmente perdido, por la emigración desgarradora: “No era un mundo idílico aquél de las peleas, de las luchas salvajes. Pero era nuestro mundo, y lo perdimos. Y el pueblo quedó solo, ¡tan vacío! Se trasladó el modelo a las lejanas barriadas periféricas, a los inmensos suburbios levantados por los que procedían de la pequeñez de los pueblos y sus humildes calles de piedra y tierra compactada”.

  En “Presencia de la tarde”, Moisés Cayetano Rosado no solo evidencia su amor hacia el pueblo que le vio nacer, sino también su compromiso social y político, el dolor que le causan las injusticias y una profunda honestidad.

  La Roca de la Sierra tiene la suerte de contar con este hijo ilustre, uno de los extremeños más comprometidos y más prolíficos en cuanto a obras publicadas, un hombre que ya debería tener la Medalla de Extremadura. Y también tiene suerte La Roca de la Sierra de contar con un gestor incansable, Alfonso González Almuñia, un hombre que ha entregado media vida a hacer a su pueblo más grande.

PORTADA: Moisés Cayetano, al principio de la presentación de «Presencia de la tarde» en su pueblo, La Roca de la Sierra.

Foto 2: Moisés y Alfonso González Almuñia.

Varias fotos de capítulos del libro, vídeo de una de las lecturas del autor y, finalmente, Moisés, con una imagen de la película de Edgar Neville «Domingo de carnaval».

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