lunes, febrero 10, 2025
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Iniciamos una nueva sección en la que iremos publicando los trabajos sobre el patrimonio de Alburquerque y sobre los usos y costumbres de nuestra villa, artículos todos ellos ya reproducidos en la edición impresa de AZAGALA hace años. 

Eugenio López Cano

Si la crónica de un pueblo sólo se narrase desde los hechos más relevantes y sus monumentos más significativos, olvidándonos del resto de su patrimonio, incluida la menospreciada cultura que emana del propio pueblo, autor de este cúmulo de páginas no escritas, estaríamos sin duda mutilando la historia, o lo que es lo mismo desdeñando, como dijimos, uno de sus capítulos más importantes.

  Nadie duda que para un pueblo es indispensable poseer una conciencia histórica, y que ésta se consigue desde la base de la reconstrucción de su pasado. Tal es la importancia que, para evitar su pérdida, debieran ser los propios vecinos los que fueran depositarios, o mejor dicho, custodios de sus propios bienes patrimoniales a través de una Asociación de Defensa del Patrimonio Histórico de Alburquerque como pretendimos hacer desde ADEPA.

  Somos conscientes que recoger la memoria histórica -individual y colectiva- requiere necesariamente reflexionar sobre la misma a través de investigaciones, estudios que por su complejidad corresponden no sólo a historiadores sino, profundizando en el tema, a un equipo multidisciplinar integrado por antropólogos, sociólogos, lingüistas, economistas…, proyecto que por otra parte conllevaría, eso sí, un gasto desproporcionado para las arcas municipales, que serían quienes en realidad deberían hacerse cargo de ello si tuviéramos una Corporación municipal que se identificara con el patrimonio alburquerqueño.

  Y puesto que de alguna forma valoramos -nunca en su justa medida- nuestro patrimonio, el mismo que vemos y tocamos, e inconscientemente nos orgullecemos, ¿por qué olvidamos, o lo que es peor, despreciamos nuestra memoria histórica, aquella que emana de la sabiduría popular, basada en la experiencia de nuestros antepasados? ¿O es que no acudimos a ella cuando la necesitamos, como en el caso, hace años, de las tierras comunales, o en el reciente asunto de la Guerra Civil? Un patrimonio, el nuestro, diseminado en mil y un lugares, arrinconados en mil y una casas, atesorados en mil y una personas; en algunos casos -lo tangible-, para más inri, en domicilios próximos al mismo Ayuntamiento, y en otros -lo intangible- conservados entre los innumerables y valiosos recuerdos de los vecinos, a la espera de que un político responsable aborde el problema de una vez y para siempre. Mientras tanto, por la premura que nos impone el tiempo -llámese defunción o falta de memoria del informante-, se podría designar a alguien con ciertos conocimientos en la materia para que al menos recogiera estos bienes de fortuna -nunca mejor dicho- antes de que se pierdan.

  Tal ha sido el abandono al que ha estado, y sigue expuesta, la cultura tradicional alburquerqueña que, sin ánimo de exagerar, podríamos catalogarlo de desastre histórico-cultural, en muchos casos irreparable, ante la indiferencia, hay que repetirlo, de políticos y vecinos, exceptuando aquellos que excepcionalmente se han preocupado y se preocupan de contarnos parte de nuestra cultura tradicional, un bien escasamente valorado que se irá desvaneciendo en el olvido, incurriéndose en los mismos errores de antaño (¡Si al menos fuéramos conscientes de lo que hemos perdido y seguimos perdiendo cada día que transcurre).

  Es más, estamos por apostar que, después de lo dicho, la vida de nuestro pueblo seguirá girando al mismo ritmo, con la misma laxitud mental, con la misma indiferencia de siempre. Y si no, al tiempo. Ojalá nos equivoquemos.

FOTO DE PORTADA: Francisco José Rufino

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