Por AURELIANO SÁINZ
Quienes por estas fechas se encuentren en Madrid y sean amantes de la historia pueden recibir una grata sorpresa si se acercan al Museo del Prado. La razón no es solo que haya una exposición antológica de tres grandes pintores: Velázquez, Rembrandt y Vermeer, sino que también se ha habilitado una sala para exponer el cuadro Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo que Antonio Gisbert pintó en 1860 y que se encuentra instalado en el Congreso de los Diputados.
El hecho de que aparezca expuesto provisionalmente en el Museo del Prado se debe a que esta gran pinacoteca (para mí la mejor del Europa junto con el Louvre parisino) se debe a que cumple 200 años de su apertura como museo público de todos los españoles.
Contemplar este espléndido cuadro, que ocupa uno de los laterales de la sala en la que ahora está expuesto, junto con el Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, que se muestra en la pared opuesta, era asistir a un verdadero espectáculo de historia narrada a través del mismo autor alcoyano.
Mientras permanecía sentado en el banco central de la sala observando estos dos cuadros acudió a mi mente la idea de iniciar una serie a publicar en Azagala y que bien podría denominarse Vivir la Historia, puesto que Alburquerque es un pueblo cargado de hechos y tradiciones que bien merece que se publiquen artículos en los que se expliquen no solo de forma narrativa, como habitualmente se hace, sino también a través de obras de arte que nos muestran aspectos visuales, como son los personajes y elementos de aquella época, sus vestimentas, los espacios urbanos, la estética y gustos de entonces, etc.
¿Acaso el Festival Medieval de Alburquerque no es un modo de revivir colectivamente una etapa de la historia, en la que los participantes se engalanan con gran cuidado y esmero para traer a nuestro tiempo una época del pasado que la sienten como muy propia?
Desde esta perspectiva, quisiera comenzar una nueva línea con el lienzo de Antonio Gisbert, pintor nacido en Alcoy en el año 1831 y fallecido en París en 1901. Se trata de una obra en la que se plasma la sublevación de los comuneros de Castilla, rebelión que comenzó en 1520 y acabó dos años después, hecho de gran significado, puesto que hay historiadores que la consideran como la primera ‘revolución’ o sublevación popular que se produce en Europa en los inicios de la Edad Moderna.
Antes de exponer de forma breve los datos históricos del lienzo, quisiera indicar que con esta obra Gisbert recibió la medalla de oro en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes que se celebró en el año 1860. Tras este reconocimiento, y como he indicado, el cuadro lo adquirió el Congreso, lugar en el que se encuentra de modo habitual.
El 23 de abril de 1521 fueron decapitados Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado en la Plaza Mayor de la villa vallisoletana Villalar, pequeña localidad que en la actualidad recibe la denominación de Villalar de los Comuneros, en recuerdo al levantamiento que se produjo en algunas comunidades de la Corona de Castilla en contra de Carlos I, el rey que habiendo nacido en el año 1500, en Gante (Bélgica), llega a las Cortes de Valladolid en 1518, sin saber apenas nada de la lengua castellana y trayendo consigo un amplio número de nobles y de clérigos flamencos como su propia Corte.
Lógicamente, el recelo mostrado por las élites castellanas ante la posible pérdida de poder se extiende posteriormente a otras capas sociales que sienten las fuertes presiones fiscales, especialmente cuando el nuevo monarca pretende trasladarse a Alemania para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
A esa pérdida de poder de los sectores señoriales se le empieza a sumar el descontento de las clases populares al saber las cargas de impuestos que se les imponen; más aún, las que residen en la parte central de la Corona de Castilla, ya que son las que han sufrido una crisis económica por las largas sequías de años anteriores.
Hemos de tener en cuenta que por entonces la Península Ibérica estaba conformada por los reinos de Portugal, Navarra, Aragón (configurado por el Aragón actual, Cataluña, Valencia y las Islas Baleares) y la propia Corona de Castilla.
Entre las ciudades que se rebelan se encuentran Valladolid, Segovia, Madrid, Palencia, Salamanca, Toledo, Plasencia… todas en la Meseta o parte central del Reino. No lo hacen las del norte y las del sur de la península, si exceptuamos a Murcia y otras divididas en los dos bandos, como lo fueron Jaén, Úbeda y Cádiz.
Entre los años 1520 y 1522 se mantuvo la sublevación, pero la derrota de los comuneros en Villalar fue un golpe definitivo para este levantamiento.
Contando 29 años, Antonio Gisbert presenta el lienzo de Los comuneros a la primera convocatoria que se lleva a cabo de la Exposición Nacional de Bellas Artes de España. El enorme éxito de la obra y el prestigio alcanzado por su autor dieron lugar a que posteriormente, con solo 37 años, fuera nombrado director del Museo del Prado, cargo que ocupó entre 1868 y 1873.
Las ideas político-sociales de Gisbert se inscriben dentro del liberalismo, que en el siglo XIX se contraponían a las conservadoras dominantes, por lo que no es de extrañar que en sus cuadros de corte histórico aparezcan personajes defensores a ultranza de la libertad individual, tal como sucede en el lienzo que comentamos o en el que, como veremos más adelante, realizó acerca del general José María de Torrijos, también de ideas liberales.
Puesto que, aparte de la descripción histórica, conviene analizar artísticamente la obra presentada, daré unos breves apuntes de la composición.
No cabe la menor duda de que el protagonismo de la escena se lo lleva la figura de Juan de Padilla, ubicada en el centro del cuadro, de modo que con gesto majestuoso, concentrado y sereno, parece meditar sobre la muerte que le es inminente.
Su serenidad se manifiesta en la frase que previamente le había dirigido a Juan Bravo, el primero en ser decapitado: “Señor Juan Bravo, ayer fue día de pelear como caballeros, hoy lo es de morir como cristianos” (frase que he extraído del libro Una pintura para una nación de Javier Barón, jefe del Departamento de Pintura del siglo XIX, del Museo del Prado).
Y es que el significado de la religión, tanto para los vencedores como para los vencidos, era fundamental en el momento de la muerte. De ahí que en el cuadro aparezcan tres religiosos de la orden de los dominicos que han acompañado a cada uno de los que van a ser ajusticiados. El más destacado es el que le habla a Juan de Padilla, ya que aparece mostrando sus brazos hacia lo alto, como indicándole que no es lo mismo el juicio y la sentencia de los humanos que el juicio de Dios al que se verá expuesto una vez fallecido.
Conviene señalar que por entonces las ejecuciones era públicas, especialmente cuando estaban relacionadas con la alta traición al reino, que es la condena que recibieron los tres cabecillas de los comuneros derrotados en Villalar.
Comprobamos, por la estructura de la composición que Juan Bravo ya había sido decapitado, de modo que el verdugo, ubicado en un lateral de la escena, muestra con su mano izquierda la cabeza del ejecutado, al tiempo que con la derecha porta el hacha con el que la ha seccionado. A su lado, se encuentra el ayudante que corta las cuerdas que ataban al condenado, para dar paso a la ejecución de Juan de Padilla.
En el cuadro, Antonio Gisbert intenta no sobrecargar la escena con excesiva morbosidad, evitando, por un lado, la acumulación de sangre, al tiempo que aleja al pueblo apiñado alrededor del cadalso, siendo apenas perceptible para quien contempla el lienzo, puesto que las cabezas de los aldeanos se muestran un tanto difuminadas.
Finalmente, quisiera apuntar que es notorio el cuidado que el pintor tuvo a la hora de documentarse en la vestimenta de todos los personajes, así como del entorno urbano, puesto que refleja fielmente la espadaña de la iglesia de Villalar con las dos campañas que actualmente posee.
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Posdata: Puesto que en estos días se celebra el XXVI Festival Medieval de Alburquerque, quisiera felicitar a todos los que con su esfuerzo lo hacen posible año tras año, pues, indudablemente, se ha convertido en una de las señas de identidad de nuestro pueblo. Es, lógicamente, una manifestación abierta, festiva y pacífica que remora hechos y nombres que han marcado el devenir de una Villa con grandes resonancias históricas.
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