EUGENIO LÓPEZ CANO
De la primera mirada al primer beso casto (en la mejilla, en el dorso de la mano…) solía pasar bastante tiempo; y si era en los labios, incluso años. Para algunas mujeres, muchas de ellas educadas en el colegio de las monjas de Alburquerque, el beso en la boca se consideraba como un pecado grave; para el resto era sinónimo de darle pie para otras cosas, y para las menos el temor de quedarse embarazada, ignorancia ésta que en algunas parejas se extendía incluso hasta la edad de casarse.
Primero era el roce de las manos mientras paseaban, después el de los brazos y rodillas, sentados, y con un poco de fortuna, si iban al cine o al teatro, acababan entrelazando los dedos a escondidas, aunque fuera por un instante, ya que tal gesto no estaba permitido, y sólo cuando llevaban un tiempo prudencial, y la relación de ambos era aceptada de pleno por la familia, se le permitía a la novia ir cogida del brazo. Jamás, ni siquiera entre los casados, se toleraba en público que el pretendiente la llevara de bufanda, o lo que es lo mismo, reposando la palma de la mano masculina en el hombro de la mujer.

El novio no entraba en casa de su prometida hasta que aquel, o ésta en su nombre, no hubiera pedido la entrada a sus padres. Este hecho se tomaba, y se sigue adoptando, como una promesa de matrimonio, difícil de romper. En este caso los novios se veían en presencia de la madre o del padre, o de los dos a la vez, o de algún familiar de confianza, y en ocasiones de la abuela o de la tía más mayor.
En las noches de frío, cuando aún no entraba el novio en casa de su prometida, o cuando los padres de ella se oponían al noviazgo, elegían la casa de una amiga para pelar la pava, siempre, eso sí, en compañía o a la vista de alguien.
La mujer que tenía por novio a un chico de clase alta o acomodada, se decía de ella que había tenido suerte en la vida, o que era una chica que había conseguido colocarse muy bien; en cambio en el caso contrario se comentaba despectivamente del hombre que había dado un buen braguetazo; en ambos casos se decía de ellos que tenían el porvenir resuelto.

Los novios, cuando estaban comprometidos, se guardaban la ausencia. La novia, por ejemplo, no salía nunca a no ser que fuera en compañía de algún familiar o amiga; el novio, por su parte, tenía libertad para salir, aunque hacía honor al amor que sentía por su amada juntándose sólo con los amigos y dejando de ir a los bailes públicos. Si por un casual aparecía en alguno jamás bailaba con nadie, excepto con un familiar.
La pedida de novia se hacía de común acuerdo con los padres. Estos, o el tutor, los hermanos o los tíos más cercanos si carecía de padre, se personaban en casa de la novia. Si se celebraba con fiesta, se invitaban también a familiares y amigos íntimos.
Los novios no podían estar presentes al comienzo de la pedida, por lo que tenían que retirarse a una habitación aparte. En ella se señalaba la fecha de la boda, se trataba si el banquete iba a ser en una sola casa o por separados, se relacionaban, si se poseían, los bienes que aportaba cada uno al matrimonio y se acordaba casarse o renunciar al Fuero de Baylio (Se dice al respecto: «lo mío, mío, y lo tuyo, tuyo«). Una vez concluidos los acuerdos, se llama a los novios y se intercambian los regalos: él, según los medios económicos, suele regalarle una pulsera, una sortija o el traje de novia, y ella, un reloj, un anillo o una pitillera de lujo. A partir de entonces, y sólo entonces, a la novia se le permitía visitar la casa de sus futuros suegros.

A continuación la novia mostraba a los presentes el ajuar que aportaba al matrimonio, cuya exposición se hacía sobre la cama de los padres, consistente en ropa para la casa -juegos de cama, mantelerías, colchas, etc.- en su mayoría bordada por la novia, así como los muebles y utensilios de la cocina. El novio, en cambio, aportaba el cuarto de soltero, varios juegos de cama, bordados, toallas y su propia ropa, confeccionadas por la familia, o si poseían medios económicos suficientes, por alguna costurera o bordadora. Los padres, si era posible, les obsequiaban con el llamado pan de la boda, que consistía en un poco de dinero para empezar, y si se podían desprender de algo más, les ayudaban a paliar los gastos correspondientes al primer año de casados. Las familias que poseían mayores bienes de fortuna, aportaban tambien ganados, dinero, alhajas, casas, fincas, etc. En estos casos se solía hacer en escritura pública.

Cuando rompían la promesa de amor era costumbre devolverse los regalos. Algunas se negaban a ello, diciendo: Lo que me diste, por el tiempo que me quisiste.
Había novios que, cuando se enfadaban, recurrían a una veedora para que les echara las cartas, expresión con la que se conoce cualquier sortilegio, se utilicen o no los naipes, como en esta ocasión que cuento en la que la veedora, después de rezar varias oraciones, mientras se acompañaba con cruces sobre el plato al que previamente había vertido agua en él, evocaba a la persona amada, y si ésta no se reflejaba en el agua era un signo claro de que la había perdido para siempre.

REFRANES
-La mujer compuesta quita al hombre de otra puerta.
-Amor que entra con fuerza, sale con ligereza.
-Cuando el conejo menea las orejas, algo quiere la coneja.
-Amores reñidos, amores queridos.
-Del fuego y del amor cuanto más lejos, mejor.
-La mujer solo se casa con el hombre por la peseta y por la bragueta.
-Me lo tocaste, y luego me engañaste.

-Ya está el pájaro puesto en la esquina esperando que llegue la golondrina.
-Manos frías, corazón caliente.
-Quiero que quiero lo que quieren los gatos en el mes de enero.
-Café, uvas y queso, saben a besos.
-A todos los santos le llega su día, menos a la mi María.
-El que quiera la burra que le compre las armaduras (referido al que se casa, y la novia no puede comprarse el ajuar).
-Piensan los enamorados, piensan y no piensan bien, piensan que nadie los mira y todo el mundo los ve.
-Ni un beso, ni dos, ni un ciento; la mujer no pierde nada, y el hombre queda contento.
-Mariquilla, ponte tiesa que te vienen a pedir / -Madre, yo tiesa me pongo y a nadie veo venir.
-Dama de los veinte novios y conmigo veintiuno; si todos son como yo, pronto no tendrás ninguno.
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