EUGENIO LÓPEZ CANO
FUENTES
Aunque las fuentes eran destinadas en exclusiva para beber las personas, sin embargo, debido a la escasez de medios para otros menesteres, con frecuencia se les agregaban ciertos tipos de elementos tales como albercas o piletas utilizados para abrevadero, riego o lavadero de ropas.
Esta función que en un principio correspondía a los pozos con gran riesgo para las personas por el peligro constante de accidentes e infecciones, se vio en gran medida alterada durante el reinado de los Reyes Católicos al permitirse desde entonces la construcción de fuentes sobre pozos. Para ello se elevó un muro a su alrededor, al tiempo que se cubrieron algunas fuentes con bóvedas llamadas popularmente capillas, enjalbegadas para protegerlas mejor de la suciedad exterior. Para la ejecución de tales obras se requería necesariamente el permiso del Rey, previo acuerdo y posterior solicitud del Concejo.
En contra de lo indicado por el que los pozos y fuentes solían ubicarse próximos a las puertas de las ciudades y en las vías públicas en cuyos espacios les fuera permitido, en Alburquerque, si exceptuamos los primeros que sí cumplen en cierto modo con esta normativa común, las fuentes, sin embargo, se hallan incomprensiblemente localizadas en las afueras, algunas incluso bastante alejadas de la población. Este hecho nos lleva a aventurar que en un tiempo debieron de existir otras mucho más cercanas a las de ahora, o que algunos de los pozos actuales hubieran sido en su día de agua potable, sin olvidar las que podrían haberse destruido con motivo de las guerras con Castilla y Portugal, por cuya causa llegaron a desaparecer calles y barrios enteros. Lino Duarte asegura que, debido a las contiendas que hubo con los portugueses desde la Edad Media hasta el siglo XVIII «la mayor parte de los edificios quedaron destruidos«. No sería por tanto hasta el final de la presencia lusitana en Alburquerque (1705-1716) cuando la Villa empezaría de nuevo a reconstruirse, esta vez definitivamente, de cara al resurgimiento social y económico del siglo XVIII y parte del XIX.
Las fuentes por lo general solían situarse en las zonas menos abruptas y siempre al hilo de la expansión de los nuevos arrabales. Dos eran las fuentes de uso más común: La Dehesa, al Norte, y El Caño, al Mediodía, ambas situadas en La Zafra y en El Barrio respectivamente, zonas en las que la tradición divide el término, separado por la cordillera que se desprende de la Sierra de San Pedro.
Para un estudio razonable del tema distribuiremos las fuentes de acuerdo con la situación de los distintos arrabales que configuran el entramado urbanístico de la Villa Afuera. Al Sur, abriéndose frente al arranque del Camino Real de Badajoz, articulado a la sombra de la Puerta de la Villa y el barrio de San Mateo, se hallaban las siguientes:
La fuente El Caño es sin duda la más popular de Alburquerque, y su imagen representa de algún modo, con la estampa del castillo al fondo, el símbolo y la tradición secular de este tipo de elemento público. Es igualmente la más cercana a esta parte del Mediodía (1,5 km.), situada en la bifurcación de las callejas La Pintiera y Badajoz. El Sargento Mayor Manuel Rodríguez la incluye en su «Plano de la Plaza de Alburquerque, su Castillo y Arrabal» de 1750, y Pascual Madoz la cita igualmente en su Diccionario Histórico-Geográfico de Extremadura diciendo de ella que tiene «5 varas de profundidad y las mismas de diámetro» y que se «surte por un caño que tiene en lo interior a una vara de su fondo«. El brocal es circular y de cantería, de alrededor de 5 metros de diámetro. Está cubierto por una bóveda semiesférica de ladrillo, encalada, sostenida por diez columnas de granito que configuran a su vez las diez ventanas de las que se servían los vecinos para saca(d)eros, rematada por una cruz de forja repuesta en 1940. El interior está revestido de sillares, observándose entre estos el escudo en piedra de la Villa, como pozo concejil, y una lápida romana reaprovechada en el mismo. El conjunto se completa con un cerramiento con bancada de pizarra y ladrillo rojo, pavimentado con lanchas de granito con canal de desagüe alrededor.
Las fuentes restantes a esta parte se encuentran bastante alejadas del núcleo de población más cercano. Todas ellas se hallan más o menos a nivel del suelo y se utilizaban preferentemente en el estío, sobre todo en época de mayor sequía, empleándose las caballerías para este menester como medio más común de transporte.
A tres km. aproximadamente del pueblo, y al final de la calleja Badajoz, se halla la fuente Batalla.
En frente de la fuente El Caño, en la calleja homónima, y a una distancia de 4 o 5 kms., se encuentra La Saboría. Su receptáculo es una especie de alberca rectangular de 2,5 por 1,80 m., cubierta por una bóveda de cañón, con asiento adosado alrededor. El interior está revestido de piedras de sillería y el resto de ladrillo rojo, observándose en el frente una curiosa y delicada hornacina, albergue sin duda en su día de algún santo o patrón. En torno suyo existe un amplio espacio cercado por las paredes que delimitan los olivares y huertos colindantes.
Siguiendo la calle Santa Lucía, a unos 4 kms. del caserío, nos encontramos con la fuente El Piojito, y entre 4 y 6 kms, en dirección al sureste, la de San Isidro, junto a la carretera de Villar del Rey, cubierta con bóveda (desaparecida), la de Los Cantos en el camino homónimo, y La Leona junto al regato de igual nombre, las dos últimas, próximas a la Casa Cabila.
Una vez consolidado el barrio de San Mateo o Pozo del Concejo, y con el fin de atender a las necesidades de los nuevos tramos urbanísticos que se iban configurando a lo largo del Camino Real de Castilla, otras fuentes vendrían a sumarse a las primeras. De ellas, exceptuando La Reina, las cinco restantes ya existían en 1843, según testimonio de Pascual Madoz.
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