EUGENIO LÓPEZ CANO
Don Pedro Oliveros Corón, vecino de esta localidad, nos describe el Alburquerque de principios del siglo XX como un pueblo «fatalmente aislado, aún a pesar de encontrarse casi equidistante de dos líneas férreas, una al Sur y otra al norte e internacionales ambas, que pudieran darle vida importante y extraordinario desarrollo; de ahí el que nuestro comercio, como las demás fuentes de riqueza mencionadas, arrastren una vida harto anémica y por tanto estacionaria».
Continua el Sr. Oliveros Corón, como si de una prolongación se tratase, que «Como el comercio tiene enlace con todos los órdenes de la vida social, diremos que la educación moral é intelectual de la juventud de ambos sexos, es la base principal de la prosperidad y bienestar de los pueblos, así pues, tanto los padres en primer lugar, como los municipios, deben ser muy celosos por el fomento de la educación de la juventud (…) Esto es muy cierto y positivo, siendo de lamentar que una gran parte de casas bien acomodadas (hoy estaríamos hablando de una clase media/media alta) de esta población no comprendan esta gran verdad; siguiendo aferradas á una mal entendida economía».

En otro trabajo titulado «Cultura intelectual de Alburquerque», don J. Montes incide en ello relatando que «es tan relativamente inferior a otros que no puede ser más deplorable, y esto, dado el carácter de sus naturales, sólo obedece á que nuestros anteriores Municipios (…) no han podido comprender bien por ignorancia ó bien por creer que su misión es únicamente la defensa de intereses particulares, que (…) la Instrucción pública, verdadero pan del alma que la sociedad debe proporcionar á todos sus miembros, y por tanto obligadísimos los Municipios (…) Dichosos, pues, aquellos que saben aprovechar su inteligencia y cultura para salir del estado de postración en que se hayan sumidos» (1).
Estos males, como sabemos, acabarán por desembocar en una brutal precariedad en el trabajo, lacra que se extendería prácticamente hasta la mitad del siglo XX, provocando una riada de emigrantes hasta 1975, no siendo hasta la década de los noventa cuando se corta esta sangría con la creación de bastantes puestos de trabajo.
Hoy, por tanto, siguiendo las pautas de entonces, aunque salvando las distancias, podemos ver en este sentido, un florecimiento de la industria en Alburquerque por personas que en otros tiempos hubiera sido imposible, alejados como estaban de la instrucción y de la cultura que, con acierto, pregonaba el Sr. Oliveros Corón y otros, en un tiempo aquel en el que la economía se hallaba resquebrajada por las guerras coloniales que a tantos hijos de Alburquerque se llevaron, y las bolsas de pobreza y desempleo, razón por la que resurgiría de nuevo el manoseado tema de los Baldíos. Esta situación, agravada por las guerras mundial y de Marruecos, y sobre todo por la guerra civil de 1936, con nuevas muertes, nuevas miserias y nuevos odios, obligan a pensar que debió modificarse forzosamente el carácter de un pueblo cada vez más supeditado a la agricultura y ganadería, un lugar, por otro lado, «donde los terratenientes forasteros poseen a título de dueños más fincas, representando en el mismo el 68,81 por 100».

Llegado a este punto sigo pensando que la personalidad del alburquerqueño, de juzgarse, ha debido de ser variable a lo largo del tiempo. Así, como hemos visto, y de esto hace poco más de un siglo, su carácter se ha visto condicionado por su propio aislamiento, más personal que espacial, y por una secular falta de cultura, lo que ha supuesto que fuera poco abierto y en cierto modo huidizo. Más bien desconfiado. Todo ello a pesar de que era dado, más entonces que ahora, a relacionarse con amigos y parientes, con los de su misma profesión y con los vecinos con quienes solían mantener buenas relaciones, tanto para ayudarse como para reunirse en sus casas y puertas a coser o a platicar, convivencia que, por otro lado, también se ha perdido. Claro que también es verdad que con ello se han eliminado muchos de los cuchicheos y habladurías, a veces despiadadas, que surgían de aquellas interminables tertulias.

La vida entonces, y hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX, estaba de puertas afuera, lo mismo callejeando, que a por agua a la fuente, en los hierros de La Plaza, en las tabernas, en los centros de trabajo, etc. El juego, la música y las canciones fueron pues compañías inseparables de cada calle y cada casa. Ahora sin embargo todo ha quedado absorbido por otros entretenimientos como la televisión, que, como dicen, «ha metido a mucha gente en las casas».
Antes las clases sociales estaban más sensibilizadas que ahora con la tierra, puesto que en épocas anteriores una amplia mayoría de vecinos vivían del campo. Tanto ha sido así que la propiedad de la tierra ha provocado pasiones y odios, y hasta muertes. Hoy, ya sea porque los trabajos del agro se tornan duros y arriesgados, porque la juventud busca un trabajo remunerado, además de la comodidad que le ofrece la urbe, porque las ayudas sociales cubren muchas de las necesidades y también porque el caserío absorbe gran parte de la mano de obra, el caso es que la tierra ha pasado a un segundo plano cuando no debiera de ser así si las autoridades reflexionaran como debieran y los Baldíos fueran verdaderamente una fuente de riqueza, como son.

Estas y otras razones históricas nos llevan a comprender que en Alburquerque siempre se haya votado a los partidos políticos de izquierda. Pese a ello son poquísimas las personas que comprometen sus ideas o creencias, e incluso defiendan sus intereses, en la vida pública a través de formaciones religiosas, políticas o sociales. A lo máximo que se llega es a emitir opiniones o a reivindicar derechos en círculos muy cerrados, y los más «arriesgados» en charlas amigas en lugares o establecimientos públicos.
La religiosidad, otro factor importante a la hora de conocer la idiosincrasia de un pueblo, viene determinada por una mezcla de fe y emotividad, rayana muchas veces entre el paganismo y la superstición, conceptos que en los tiempos actuales se han diluido bastante, aunque aún quedan personas, cada vez menos, que siguen confundiendo creencias y tradiciones. Al igual que en la política, los alburquerqueños no somos dados, si lo comparamos con determinados tiempos pasados, exceptuando ciertos momentos puntuales que nos brinda la vida, a comprometernos con nuestros vecinos llevando verdaderamente a la práctica el lema cristiano de amor al prójimo. En la actualidad los católicos, en su inmensa mayoría, centran sus obligaciones en el cumplimiento rutinario de unos ritos que tienen su culmen en la misa dominical y la celebración de una serie de festividades marcadas en la Semana Santa y el día de la Patrona.
NOTA: 1- En 1920 el analfabetismo en la Región alcanzaba poco más de la mitad de sus habitantes, siendo el porcentaje de las mujeres analfabetas de la población rural, entre 1840 y 1900, del 90%.
FOTOGRAFÍAS
PORTADA: Manifestación de religiosidad popular en una procesión de la patrona de Alburquerque en la ermita de Carrión.
FOTO 2:Este tipo de vestimenta era muy común entre la clase baja. Aunque parezca de menor valor, debido a su condición social, hay que reconocerle por un lado el valor tradicional que se merece, conservado durante siglos, y por otro la belleza que transciende del arreglo personal, combinando con maestría telas, formas y colores (Don Aurelio Cabrera Gallardo. Año: 1930. Cedida por doña Rosario Cortés Huerta)
FOTO 3: El trabajo duro del campo, prolongado en el tiempo desde la niñez, ha dejado en el agricultor y en el ganadero, como en este caso, una huella imborrable en su aspecto, desmayado que no derrotado (Don Aurelio Cabrera Gallardo. Año: 1930. Cedida por doña Rosario Cortés Huerta)
FOTO 4: Imagen lejana del castillo de Alburquerque.
FOTO 5: Calleja de salida del pueblo junto a la fuente del Álamo.
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