El acto cultural por excelencia del Encuentro de AZAGALA fue la presentación de la nueva obra de Elías Cortés, “Las pertinaces dehesas”, editada por la Diputación de Badajoz.
Francis Negrete, director de la revista, fue el encargado de presentar al escritor alburquerqueño y resumir su currículum lleno de premios, pero en el que destacan sus más de mil artículos en La Codorniz, la mítica revista satírica, entre los años 1965 y 1978.
Pero sería Manolo Gutiérrez el encargado de presentar el libro y, a pesar de que era la primera vez que lo hacía, demostró haber leído y releído el poemario que desmenuzó incluso con maestría. Recordó que Elías dedica esta obra a quienes, como él, “en los años 60 del siglo pasado salieron de Extremadura con equipajes de angustia y esperanza, aferrados a sus maletas de cartón o de madera”, con una insoportable pena negra en el alma”.
Gutiérrez centró su mirada en algunos versos de Elías, no sin antes detenerse en el prólogo del poeta catalán Javier Puig: “leyendo estos poemas nos sentimos como si planeáramos sobre un escenario –las dehesas- sobrecogedor, solitario de hombres pero poblado de sí mismo, de su flora y de su fauna”. Y se fija en su lamento por el abandono de la dehesa: “una generación de hombres y mujeres expulsados de aquellas tierras que no podían dar si no la maravilla de sí mismas, pero no el sustento exigido para la supervivencia de sus habitantes”. Y ahonda también en el epílogo de Aureliano Sáinz: “las inolvidables dehesas que se metieron en el alma de un niño al que sus padres le pusieron el nombre de profeta, Elías, y que ahora, con el paso de los años, se transmuta en alma de poeta”.
Manolo Gutiérrez también insiste en la “catástrofe” que se cierne en la actualidad sobre las dehesas, y recuerda la ya práctica extinción de los lagartos, a los que Elías dedica uno de sus poemas: ¿Qué cósmico cataclismo, qué teúrgico suceso/ extirpó los lagartos/ que poblaron nuestra infancia/ cuando fagocitábamos/ Alburquerque poco a poco/ llenos de gozo infinito/ con todo el futuro a cuestas/los ojos bebiendo vida/ y el campo para nosotros?”. También pone el acento en la nostalgia de Elías, extrayendo algunas estrofas del poema que da nombre al libro: “la distancia es una pena sorda”; “es una voraz e insaciable hambruna de berrocales y jaras en flor”; “es una plegaria por estar allí ahora mismo, bajo un sol de ferias y septiembre”.
Y se posa por un instante en el miedo del escritor a perder los recuerdos: “Un miedo viejo a perder los paisajes/ me desgarra en ocasiones el estómago;/ pienso que no es bueno emigrar sin irse nunca;/que ya he perdido todos los veranos/ y que soy ave que fatalmente no regresa/ al gozo de los invernaderos extremeños”:
Gutiérrez finaliza adivinando el deseo de Elías de forma parte para siempre de la dehesa: “repartidos los anhelos por esta tierra/ y mis cenizas entregadas a las encinas/¡ya soy dehesa!”.
Intervención de Elías Cortés
Elías señaló que esta última obra suya es “una llamada sin queja, un grito en silencio, un desgarro limpio en el alma, una sucesión de testimonios más o menos neblinosos, una continuidad de anhelos aferrados al corazón, el cumplimiento de una deuda y un humilde testamento de alguien que siempre presumió de ser de pueblo y vivir sin haberse desprendido del pelo de la dehesa. De las dehesas que jamás se fueron·.
Si extraordinario fue su intervención, de memorable podríamos calificar la larga retahíla de recuerdos de Alburquerque que Elías enumeró sin pausa alguna: “La posguerra, el hambre, el frío, los carámbanos, la escuela de don José Antonio, los humildes jerséis de la doctrina de San Francisco, algunos pies descalzos calentando las calles arrecidas, las callejas, el Risco de San Blas, la Dehesa, la Charca, los Descargaderos, la Fuente del Caño, la Saboría, la Glorieta, los dictados, los números decimales, los calores, los nidos, las rolas, los tirachinas, los picansos, los campesinos, los sudores, las manos callosas, los chozos, las penas, el castillo, Regajales, la Cañá Boyá, los Frailes Viejos, el Ojo del Diablo, la Plaza de España, los vencejos, los zorramíqueles, las campanas, la Torre del Reloj, las interminables horas, el Reducto, la piotana, «Tintajarreras arriba», el teatro San José, la plaza de toros, el castillo, otra vez el castillo, siempre el castillo, el cine La Torre, don Daniel, Bonifacio, las entradas, el Gallinero, el señó Miguel «La Burra», San Mateo, las campanas, las misas de domingo, el esquilón, los muertos, los entierros, el cementerio, los campos, las cigüeñas, las cigueñas, la torre del cine, los regatos, el Chorlito, los Tres Arroyos y los furtivos y friolentos baños de marzo, las vacaciones, los ardores del camino, el abrevadero de El Pilar, las sanguijuelas, La Pizarrilla, las encinas, los alcornoques, los manantiales, los insectos, los rebaños, los pastores, los mastines, los toros bravos, la rivera, el Charco de la Virgen, los baños clandestinos, los remolinos, los ahogados, Pereira, Fausto, los otros ahogados en los pozos públicos, la Guardia Civil, el juez, don Francisco el forense, el castillo, la madrugada, las estrellas, los meses de oscuridad, los candiles, los Sánchez Moro, la fábrica de la luz, la cola, el pan eterno, los churros, los fogones prendidos, los recados, el señó Quiebrapata, los catarros, las fiebres, don Pedro el médico, el Sokokin, la orquesta Santa Cecilia, arrimar la cebolleta, los casinos, los «Chabola» con Manolo y sus bellísimas hermanas, el baile en su casa, frente a la mía, con los acordeonistas portugueses”…
Su larga letanía era seguida en silencio absoluto en el salón principal de Machaco y de vez en cuando se escapaba entre el público un suspiro, una risa muerta, un amago de aplauso… Que llegó tras la recta final cuando Elías remató su gloriosa faena: “El Guerrero del Antifaz», los tebeos, las novelas del Oeste, el oeste, siempre el oeste, allí está el oeste y la Raya y los recuerdos, los libros, otra vez el «Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha», y Julio Verne, y Emilio Salgari, y más libros, y vengan libros, y más don Miguel de Cervantes, y María Luisa, mi alburquerqueña de Madrid preferida, y mis hijas y mis nietos, y los sueños, siempre los sueños, los extensos horizontes, las dehesas que no desaparecen, que siempre están ahí, los grillos, las grullas, los abejarucos, «La Glorieta» verdadera, los lobos, los zorros, «Azagala», los encuentros, los amigos, la ausencia, la distancia, los sueños, la brújula en mi querida Orihuela que siempre apunta al oeste, desde el corazón, desde la otra parte del olvido, desde casi las cenizas camino de las dehesas, de las pertinaces dehesas”.
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Portada: Camino de Benavente, en un coche de Aníbal, en 1952
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Increíblemente auténtico, en una primera lectura me deja un regusto difícil de explicar, seguro que en una segunda podré disfrutar más en profundidad, muchas de las situaciones que se relatan.