ELÍSABETH GARCÍA ROMÁN
En Celia y la revolución comenta el padre de Celia que el pueblo quiere una escuela única para sus hijos, como las que existían en América, en las que el hijo del obrero se sentara en el mismo pupitre que el hijo del propietario.
Uno de los temas preferidos de Elena Fortún, la adquisición de la cultura por medio de la lectura, apareció en otro artículo de Crónica, en el que refleja cómo se pretendía que hubiera bibliotecas circulantes en todos los barrios, ya fuera en quioscos o en tiendas, pero que los libros estuvieran al alcance de todo el mundo, porque ¿de qué servía aprender a leer, si luego no se podía practicar?

Las bibliotecas tradicionales, con sus grandes salones silenciosos, con sus ficheros que poca gente sabía utilizar, con el señor del blusón que leía el periódico y miraba al visitante con cara de pocos amigos, eran lugares poco agradables. En las nuevas bibliotecas se exigía una fianza y una mensualidad, pero el lector se podía llevar el libro a casa y leerlo sentado en un banco del paseo, o en casa, y devolverlo al día siguiente.
Mientras tanto, su hijo Luis vivía en Albacete por haber ganado la oposición a Inspector de Ferrocarriles, y le llamaron para que ejerciera de abogado defensor en los Tribunales Populares, lo que le colocaba entre dos fuegos: los fascistas se la tenían jurada para cuando triunfaran, y los otros para cualquier día, porque defendía con demasiado calor a los pobres acusados. Posteriormente le trasladaron a Barcelona y allí marchó con Ana María. Encarna y Eusebio estaban con ellos cuando los horrorosos bombardeos que destruyeron calles enteras. Ella tuvo que ir a Madrid a entregar un libro a la editorial y estando en la capital se enteró de que habían tomado Barcelona y pensó que su marido y su hijo habían caído presos, lo que supondría el fusilamiento inmediato, o habían huido a Francia.

Entonces recibió un telegrama de su hijo desde Perpignan diciéndole que saliera de Madrid lo antes posible para reunirse con ellos. Por otra parte, el editor no quería dejarla marchar; sus amigos de derechas le juraban protección y todo el mundo quería ayudarla con tal de que no se fuera.
Tras muchas peripecias, consiguieron reunirse en París, donde un grupo de intelectuales franceses, que sabían quién era Encarna, le encargaron la dirección de una guardería de 500 niños. Ella estaba horrorizada porque le gustaba escribir para niños, pero no ocuparse de tantos.
Más tarde marcharían a Buenos Aires, donde encontraron un nuevo mundo y una nueva vida.
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PORTADA: Celia en la revolución, una de las obras de Elena Fortún.
FOTO 2: Bombardeo de Barcelona.
FOTO 3: Elena, en Buenos Aires, a donde se marchó huyendo de la guerra.
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