EUGENIO LÓPEZ CANO
ANTECEDENTES
Hasta el siglo VI el bautismo de adultos que, hasta entonces había sido preponderante, vino a ser excepcional, mientras que el de los niños comenzaba a ser habitual. A partir de los siglos X y XI se estableció la costumbre de bautizar a los niños nada más nacer. Según Santo Tomás de Aquino esta práctica se fue propagando en el siglo XIII.
Precisamente hasta esta centuria el bautismo se realizaba por inmersión completa. A partir de la siguiente se fue combinando la inmersión y la infusión, hasta imponerse ésta última en los siglos XV y XVI, para terminar generalizándose a partir del XVII y XVIII.
En la época más remota quien bautizaba era el Sr. Obispo, y sólo en ciertos días del año como el Sábado Santo y el anterior al Domingo de Pentecostés. El oficio de bautizar fue pasando poco a poco a los párrocos, sin señalar días determinados, pudiéndolo hacer cualquier día de la semana.
Los bautizos se efectuaban de uno en uno, esto es individualmente, hasta el Concilio Vaticano II (1962) que se hicieron en comunidad, es decir varios a la vez.

En un principio los bautizos tenían lugar en la iglesia de Nuestra Señora de las Reliquias, sita en el castillo, y más tarde en la iglesia de Santa María del Mercado, destinada en un principio a los vecinos de la Villa Adentro, parroquia a la que después se sumarían los feligreses de la iglesia de San Francisco, ya que para los de la Villa Afuera se reservaba, como sabemos, la iglesia de San Mateo.
El baptisterio de Santa María del Mercado se halla a los pies del templo, junto a la puerta principal. Es de planta cuadrangular, con bóveda de aristas y pilas bautismales de granito, de estilo gótico, en el centro. En la iglesia de San Mateo, a los pies de las gradas del altar mayor, se conservan una pila bautismal y otra de agua bendita, aprovechada de un capitel visigodo, las dos de mármol.
Parece ser que en otros tiempos también se bautizaba en la iglesia de Ntra Sra de Benavente (1) sita en las proximidades de la ermita de Carrión, según se desprende del «Cuaderno» de don Pedro Salgado y Durán, escrito en 1793, donde nos cuenta que en ella había «una Pila Baptimal que he visto y he oído que se bautizaban en ella y se repartían bulas (2).
Dos son los libros bautismales de Alburquerque: uno, que se inicia con la anotación de apertura «Libro de Bautismos de la Iglesia Parroquial de Ntra Sra Sta María del Mercado que principió en doce de Enero de 1564 y finalizó en 20 de Junio de 1603 y se compone de 318 foxas» y otro, que se abre con el texto «Libro de bautizos del Señor San Mateo de Alburquerque de mil quinientos setenta y tres. Començó de aqui 3 días del mes de abril del año de 1573«.

INDUMENTARIA Y RITOS
Al niño había que bautizarlo cuanto antes ya que de hacerlo después de los ocho días de haber nacido era señal de ser poco católicos los familiares. Al infante sin bautizar se le llamaba moro, y no se le permitía salir a la calle en tanto no fuera bautizado. Se decía despectiva y popularmente que era un cacho de carne con ojos.
Una muestra de la preocupación de los vecinos por el ornato en todo acto público, en este caso con motivo de los bautizos en la iglesia de Santa María del Mercado, lo comprobamos en el librito titulado El Pensamiento. En un día de rogativa, escrito en 1868 por don S. Mariano Bejarano, que por lo curioso me permito transcribirlo literalmente: «Aquella gran Pila de piedra que se ve dentro de una Capilla, es la bautismal (…); y para esta visita primitiva, que hace el hombre á la Iglesia, lo visten con todo lo que puede sugerir la vanidad maternal; encajes, dijes, cadenas, y cuanto á la mano encuentra, le parece poco para adornar el hijo; la naturaleza obra en la imaginación de aquella muger, que concibe al presentar un nuevo vástago á la Iglesia, debe ir acompañado de toda la grandiosidad posible; y esta creencia de la madre, se trasmite hasta á los padrinos, que presentan la criatura en el Templo, luciendo las galas que pueden disponer«.

Para llevar al niño a la iglesia se le vestía con la misma indumentaria descrita más arriba, añadiéndole además para esta ocasión el faldón (especie de «baby» que llegaba más abajo de los pies, y al que podríamos considerar como el «vestido de gala»), la capa (si hacía fresco), la toquilla y el gorro (si hacía frío). Estas cuatro prendas se solían dejar a otras personas, sobre todo a familiares, para que bautizaran a sus hijos. Además de ello se reservaba un pañolito de seda para cubrir la cara del infante, como símbolo de las tinieblas del pecado original.
Si hacía frio se llevaba también a la iglesia una jarra con agua caliente para que, una vez bendecida, sirviera para bautizarlo (3).
Como hemos referido, la madre no asistía al bautizo en señal de vergüenza y pecado; el padre sin embargo sí. En este caso era la comadrona la encargada de llevar el niño hasta la iglesia, en brazos y a pie, precedida por los invitados. Allí, en la misma puerta, se lo entregaba a los padrinos, en concreto a la madrina, que eran recibidos a su vez por el sacerdote.
Los padrinos del primer niño eran los padres del marido; el segundo, los padres de la esposa, y el resto quienes se prestaran para ello, con predilección por la familia o por un amigo muy íntimo quien adquiría de esta forma unos lazos casi familiares, adoptando en ambos casos el nombre de comadre o compadre.
Los padrinos de vela sustituían a los padrinos oficiales en caso de fallecimiento de alguno de ellos, correspondiéndoles en este caso la educación cristiana del bautizado. Podía ser cualquier persona que lo pretendiese, a ser posible algún familiar próximo, siempre que fuera hombre.

De entre los ritos que han desaparecido por cuestiones de salubridad, están los de la saliva del sacerdote en orejas y nariz del infante, y el soplo por tres veces en el rostro del niño.
Una vez bautizado, la comadrona se lo entregaba de nuevo a la madre, diciéndole: «Toma, hija; me lo entregaste moro y te lo devuelvo cristiano. Dios te dé salud para criarlo«. A lo que le respondía la madre: «Trae, y que Dios también te dé salud para hacer muchas obras de caridad como ésta«.
A la madrina le correspondía elegir el nombre del infante, y al padrino pagar la ceremonia del bautizo, así como echar las perras. Dicha costumbre consistía, y hablo hasta mediada la segunda mitad del siglo pasado, en arrojar monedas sueltas a la gente -niños y personas necesitadas, sobre todo- que se agolpaba bajo el balcón o ventana de los padres del infante (El padrino menos rumboso o acaudalado solía echar monedas de medio y de un céntimo, y los más pudientes, según me comentan algunos informantes que llegaron a vivirlo, hasta monedas de cincuenta céntimos, e incluso pesetas de plata).
La acción se desarrollaba nada más salir de la iglesia. De allí, y hasta la casa de los padres, los niños iban detrás coreando machaconamente: «Madrina pelona, madrina pelona…». Una vez llegados a la casa, la gente se arremolinaba delante de la fachada principal, esperando impaciente que el padrino se asomara para echarles las perras. Si tardaba en aparecer, la gente empezaba a cantarles (hubo casos en los que llegaron a tirar piedras a la casa): «Madrina pelona, / gata paría, / si no nos echas perras / que se te muera la cría«; otra, «Madrina pelona, / de Santa María (también, de Santa Lucía), / que si eres roñosa / que te se muera la cría«; otra más, «Madrina pelona, / chuchuruvía (4), / si no nos echas las perras / que se te muera la cría«; y otra, «Madrina pelona, / que se te muera la cría, / si no te se muere de noche, / que te se muera de día«, y la última, «Madrina pelona, / que te se muera la cría / si no nos echas perras, / y si nos las echas / que te dure muchos días«.

Cuando el padrino y los «ayudantes», cargo que los críos invitados al bautizo aceptaban con sumo gusto, empezaban a arrojar la calderilla a la calle, se entablaba entonces una dura batalla en todos los órdenes, desde griteríos y discusiones, hasta riñas y empujones por alcanzar las monedas necesarias que les permitieran hacerse con alguna golosina o algún pitillo que llevarse a los labios, mientras que para otros podía significar la compra de comida, por lo general sardinas en aceite, o un kilo de pan, muy común en aquella época.
El padrino tenía la facultad también de invitar a personas que no fueran de la familia, normalmente a amigos íntimos y comunes.
La invitación, a modo de desayuno, consistía en una taza de chocolate con dulces (normalmente, bizcocho) y bebidas caseras (vino, pipermint, etc.). A los familiares más próximos se les invitaba igualmente a comer, y al resto de familiares, amigos y vecinos más íntimos se les llevaba una bandeja con dulces.
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NOTAS
1-La pila bautismal medía alrededor de 80 centímetros de ancho por treinta de alto.
2-En el «Interrogatorio formado de Orden del Consejo, para la Visita de la Provincia de Extremadura…» realizado en 1791, se dice que fue iglesia «por conservarse aún Pila de Bautismo«.
3-Por Real Orden de 7 de junio de 1837 se aconsejó en España que en el bautismo se generalizara el uso del agua templada.
4-¿Derivación del vocablo chuchurrío-rría, cuyo significado es ajado, lacio, pachucho, flojo, débil, desmadejado?
PORTADA
La niñez era entonces -pienso que aún más que en los tiempos que corren- un campo abonado para la fantasía; tanto era así que no me extraña que en ese instante aquel rincón, en apariencia sin importancia, fuese para ellas el lugar más acogedor del mundo (Autor: desconocido. Año: 1942. Como nota curiosa, indicar la presencia de mi madre con mis dos hermanas, Teresa y Emilia, fallecida, y a la derecha mi prima Carmen González López)
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