Por AURELIANO SÁINZ
Cuando en nuestro país se acercaba el final del confinamiento marcado por el Estado de Alarma, era previsible que de nuevo aparecieran rebrotes del covid-19, pues resultaba muy difícil pensar que los contactos que se iban a producir entre la gente no generaran transmisión del virus de unos a otros.
Lo que no podíamos imaginar era que la denominada nueva normalidad se iba a convertir tan pronto en una clara anormalidad, puesto que en menos de dos meses los encuentros familiares, las celebraciones, las fiestas, el ocio nocturno y los botellones iban a ser los medios de transmisión que iban a poner en jaque la apertura de la sociedad a la tan necesaria actividad económica. Sin embargo, los continuos mensajes del uso de la mascarilla, el mantenimiento de las distancias y el no contacto corporal, para algunos parece haber caído en saco roto.
Uno puede comprender que tras meses de confinamiento el deseo de las familias de reencontrarse estuviera muy justificado; pero ya se había advertido que los encuentros no fueran de más de diez miembros y que se evitaran los besos y los abrazos.
En los días en los que escribo, resulta que los rebrotes o nuevos contagios empiezan a ser un verdadero problema. Del total de ellos, la cuarta parte corresponde a encuentros y fiestas familiares y un cuarenta por ciento al denominado ocio nocturno.
No estoy muy seguro, pero pareciera que esto de formar parte de grupos numerosos y de estar muy pegados unos a otros pertenecieran a nuestra idiosincrasia española.
Pensando en ello, me vinieron a la mente algunas obras pictóricas relevantes que explicarían el temperamento hispano de disfrutar de la mesa agrupados y en las que los comensales aparecen muy juntos, casi tocándose.
Una muy reveladora, dado que unía a dos generaciones de los reyes más significativos que hemos tenido, es la que lleva por título El banquete de los monarcas. Se trata de un encuentro familiar entre Carlos I y su hijo Felipe II, acompañados de sus esposas y de otros personajes muy ligados a la Casa de los Austrias.
El cuadro pertenece al artista valenciano Alonso Sánchez Coello, pintor de cámara de Felipe II. En la escena, encontramos en el lado derecho a Carlos I, al que le están sirviendo vino en su alargada copa; cerca de él se encuentra su hijo Felipe II, todo vestido de negro, con mirada absorta, mientras le colocan un plato sobre la mesa. Las esposas de los monarcas aparecen sentadas en sus lados derechos al igual que las de los invitados, tal como se establecía en el protocolo.
Pero no es solamente el estar tan juntos físicamente lo que ahora nos podría servir de ejemplo de una costumbre tan española, sino que, en esta ocasión, quisiera referirme a un hecho que afectó singularmente a la dinastía de los Austrias: la unión por consanguinidad. El matrimonio entre miembros familiarmente próximos sería no solo el origen de graves problemas de salud física, como la esterilidad, el raquitismo, las afecciones renales y la malformación, sino también de problemas mentales como la esquizofrenia, la paranoia, la depresión o la psicosis.
Entiendo que esa proximidad consanguínea es diferente de la que ahora hablamos en la pandemia; sin embargo, hay algo de esa tendencia hispana a estar muy juntos o muy unidos. Por otro lado, recordemos que la Casa de los Austrias (nombre que adoptó en nuestro país la dinastía de los Habsburgo) se inicia con Carlos I. Le sucederían Felipe II, Felipe III, Felipe IV llegando hasta Carlos II, apodado El Hechizado, que fallece sin descendencia, lo que provocó la Guerra de Sucesión Española, que se inicia en 1701 hasta que en 1713 se firma el Tratado de Utrecht.
Con Felipe V, nombrado rey en 1700, se inicia la Casa de los Borbones francesa en España que llega hasta hoy. Aunque hay que reconocer que la actual casa real española no es un modelo precisamente de unidad, ya que en ella han aparecido problemas tan graves que es difícil que puedan verse públicamente juntos Felipe VI y el rey emérito.
Hemos echado una mirada hacia atrás, acudiendo a un cuadro paradigmático, para dar una posible explicación a la tendencia a juntarnos, a celebrar fiestas y a comer muy juntos. Pero, tal como he apuntado anteriormente, parece que algunos todavía no acaban de ser conscientes de que nos encontramos bajo una epidemia.
Es por lo que encontramos muchos casos de grave irresponsabilidad. Uno que se lleva la palma, ya conocido de todos, es el que se desarrolló en la discoteca Babylonia de Córdoba. Ha superado los cien contagiados, por lo que ha llegado a ser noticia hasta en el New York Times como ejemplo de imbecilidad colectiva.
La información dada por su corresponsal Ralph Minder a este prestigioso periódico estadounidense fue la siguiente:
“Después de disfrutar de una larga noche de celebraciones de graduación, una multitud de jóvenes ingresó en la discoteca de Babylonia a las 5 a.m. para continuar la fiesta en la ciudad de Córdoba, en el sur de España. Dos semanas después, 91 personas vinculadas a los 400 asistentes a la fiesta identificados de la discoteca Babylonia han dado positivo por el coronavirus y las autoridades regionales todavía están luchando por localizar a todos los que ingresaron al club esa noche, o que luego entraron en contacto con ellos”.
Así pues, los alumnos, profesores y padres de un colegio privado que alegremente se fueron a celebrar la finalización del curso a una finca particular y, posteriormente, se marcharon a una discoteca, han logrado no solo que se contagien más de cien personas, generando un enorme problema sanitario, sino que acaben convirtiéndose en una noticia internacional.
¡Esto sí que se llama responsabilidad cívica y cumplir a rajatabla las normas que han marcado las autoridades sanitarias para prevenir los contagios a los que estamos expuestos todos los españoles!
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