EUGENIO LÓPEZ CANO
Creo, porque es conveniente decirlo, que treinta años de mi vida intentando rebuscar entre las cenizas de nuestro pasado, con más o menos fortuna, me dan suficientes razones para seguir denunciando ese extraño adormecimiento que se apodera de mi pueblo que ve cómo, sin hacer nada, se le va despojando poco a poco de su patrimonio, celosamente guardado durante siglos.
Ha sido tal la desidia, tal el abandono, que cuesta creer que tan sólo unos cuantos –como siempre, los elegidos suelen ser pocos-, amparados por fin en una asociación de defensa del patrimonio, reaccionen en este caso ante la violenta agresión que se está cometiendo con el castillo, olvidándonos en cambio de otros bienes, igualmente abandonados a su suerte.

Hace tiempo que utilizo una frase escueta que para mí resume cuanto hasta ahora indagué, y que muchos de vosotros habréis leído al comienzo de mis escritos: No hay identidad sin memoria. Creo que estaréis de acuerdo conmigo que nunca se dijo tanto en tan pocas palabras. Porque qué es un pueblo sin historia; qué se puede decir del mismo si le despojamos de su patrimonio, fuere el que fuese; qué dirán de nosotros las generaciones venideras si a cuenta de la desidia nos dejamos arrebatar lo que nuestros antepasados nos legaron como la mejor de las posibles fortunas si supiéramos administrarla, a condición de conservarlo, e incluso, si fuera factible, mejorarlo. Cualquier acción, menos falsear la historia.
“A lo largo de tres décadas (1972-2003), y a través de más de setenta títulos, he venido tratando en mayor o menor medida sobre el respeto a nuestro Patrimonio Histórico, tanto en lo que respecta a los Bienes de Interés Cultural, como a los Bienes Muebles e Inmuebles y al Patrimonio Arqueológico –menos- y Etnológico”, algo de lo que poco o nada ha cambiado desde entonces.

A continuación seguía denunciando la falta de un archivo municipal donde se recogiera desde el cancionero hasta el habla popular, pasando por cuentos y leyendas…, así como fiestas, gastronomía…, etc., sin olvidar las diferentes técnicas utilizadas por albarderos, hojalateros, silleros…, etc. En fin, todo aquello que en su amplitud conforma necesariamente la historia de un pueblo.
En el aspecto documental, más de lo mismo. Comentaba entonces la necesidad de crearse un Archivo Histórico Municipal donde se reuniera, además de cuanta documentación se relacione con esta Villa, ese otro inmenso caudal que es la memoria de nuestros mayores, tan minusvalorada, así como el inmenso bagaje cultural que representan la radio y televisión locales, arrinconado todo hasta el olvido por nuestras autoridades pasadas y presentes.

Reclamaba la necesidad de confeccionar un catálogo de Bienes Singulares y otro de Elementos de Interés en los que estarían reflejadas las calles más emblemáticas, los edificios con valor artístico o históricos (fachadas, portales, escudos, zaguanes, patios, puertas, aleros, canales, etc.), restos prehistóricos, rincones pintorescos, etc., etc.., todo ello ubicado en un verdadero Centro de Datos Históricos de Alburquerque (¡Que buena ocasión se perdió con motivo de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América para haber propuesto la creación de un centro de estudios sobre las culturas cristiana, judía y musulmana!).
Seguimos igualmente sin salas de exposiciones y museos, como prueba una vez más del desinterés por la cultura, además de ser un polo más de atracción para el turismo.

A estos podríamos añadirles otros bienes patrimoniales, mil veces aludidos, que, ante lo visto, bien poco o nada se valoran: el Pozo de la Nieve (Bien de Interés Cultural, abandonado), la ermita de Santa Ana (arruinada y en desuso), la ladera meridional del castillo y el paseo Las Laderas (Bien de Interés Cultural, degradados), entre otros.
Patrimonio, por tanto, por el que seguir lidiando, mucho y variado, sin distinción, aunque como en este caso el castillo, tengo que reconocerlo, exija una mayor dedicación. Podríamos no obstante hablar de otros, como por ejemplo el órgano de Santa María (arrinconado), los pozos y fuentes concejiles, el patrimonio ecológico, las construcciones populares (urbanas y rurales), etc. ¿Y Los Baldíos, considerado por muchos como la madre de todos los patrimonios, cuya problemática exigiría una Fundación regida sólo y exclusivamente por los propios vecinos, únicos dueños de dichos bienes, asunto del que todos se desentienden después de tantos debates y vidas como costó a lo largo de la historia?.

Finalizaba aquella introducción reivindicando la necesidad de realizar, no sólo una extensa labor de recuperación, confección de ficheros y conservación del patrimonio, sino también de informar y concienciar a los vecinos de la importancia de nuestra identidad histórica, al tiempo que divulgarla fuera de nuestro pueblo a través de catálogos, guías y medios de comunicación locales, obligaciones que corresponden al propio Ayuntamiento como administrador y depositario de nuestra herencia histórica, lo que conllevaría, claro está, a ser coherente con lo que se divulgue.
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