lunes, febrero 10, 2025
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TRADICIONES Y COSTUMBRES POPULARES: El carácter de los alburquerqueños en base a su formación familiar, social y educativa (III)

EUGENIO LÓPEZ CANO

En los capítulos anteriores hablábamos del aspecto físico de los alburquerqueños y a continuación trataremos de ahondar un poco más en el carácter del alburquerqueño en base a su formación familiar, social y educativa, partiendo del citado libro La vida en Alburquerque, impagable en todos los sentidos, para de nuevo intentar aproximarnos a nuestro modo de ser actual.

  En relación a éste, Manuel Causiño, en su trabajo «La educación de la infancia en Alburquerque«, hace un encendido elogio de la enseñanza en la escuela, al tiempo que se queja amargamente de los padres que obligan a sus hijos a abandonarla en la más tierna infancia. «¿A dónde van á parar esos niños -se pregunta- que, obligados por las necesidades de la familia en pocas ocasiones, y en las más sacrificados por sus padres á la bastarda codicia, abandonan la escuela por la fábrica ó el taller…? (…)», puesto que de no ocurrir, añade, «se conseguiría al llegar á ser hombres, haberlos emancipados de la ignorancia y así mismo precaverlos de la miseria«. Y hasta añadiría que con un mayor compromiso con la sociedad. Por otro lado, nada tiene que ver aquella situación con la de ahora, donde los niños y los jóvenes se preparan infinitamente mejor de cara al futuro.

  Quizá tenga algo que ver con esto cuando Miguel Alcantú, al hablar sobre la personalidad del alburquerqueño, dijera que teníamos ese extraño «espíritu de independencia y firmeza de que blasonan sus hijos (…) sobre todo, en los jornaleros ó braceros del campo que conservan más puros los aires de la localidad«, y que nos lleva desde entonces, exceptuando en ocasiones puntuales, a ser apáticos y pocos colaboradores con nuestros conciudadanos, siendo sin embargo, como somos, alegres, honrados y trabajadores -que no emprendedores, salvo raras excepciones-, con cierta inclinación no obstante a la caridad, o compromiso social como a cierto sector de la sociedad le gusta llamarla, lo que debiera llevarnos, de ahí las muchas contradicciones sobre nuestro carácter, a una mayor implicación que la sociedad nos reclama, y que, por comodidad o falta de interés, despreciamos tal compromiso cuando en realidad, sean cuales fuesen nuestras ideas o creencias, estamos obligados a empeñarnos.

  En la misma línea escribe B. Solís del Corral, «cura propio» de San Mateo en su trabajo «La moral de Alburquerque«, cuando habla del amor al prójimo: «¿No tenéis en esta generosa villa el Asilo Josefino, donde habita un corazón amante, un Dios bendiciéndoos y una mujer cubierta de negro sayal y blanca toca, dándoos su amor y el alimento con maternal solicitud? Aquí, si la tribulación oprime y la amargura acibara la existencia; si el hambre aprieta y la tentación arrecia, allí acude la Conferencia de San Vicente de Paul, llevando á esos corazones, dinero para su existencia, ropa para el abrigo, una reflexión para el impaciente, un consuelo para el dolorido y tiempo para acompañar en su soledad y miseria al infeliz que carece de hogar y de familia«. A ésta y a otras asociaciones de corte benéfico se refiere Pedro Martínez en «Cultos«, como forma de demostrar la religiosidad, o compromiso social, de algunas personas de nuestro pueblo, reflejadas en la actualidad en otras como Caritas, Cruz Roja, Donantes de Sangre, Discapacitados, etc., como reflejo de ese amor, o si mejor se quiere, el servicio de unos pocos a la sociedad.

  A continuación arremete contra aquella otra parte del pueblo, alejada de las virtudes que ensalzaba, con estas durísimas palabras: «…aunque hasta el aire que respiramos está impregnado de la más refinada hipocresía, y egoísmo; aunque á nuestro lado muchos seres arrastran una existencia miserable, viviendo bajo la endémica influencia de la más criminal indiferencia, con todo, aunque ésta exista y hasta la impiedad…». En los mismos términos se expresa don Macario Marqués Ávila, coadjutor de San Mateo, en «La caridad en Alburquerque«: «Hablar de caridad hoy que el más desenfrenado naturalismo reina en la sociedad, en estos tiempos en que el materialismo más abyecto se ha extendido por los más pequeños pueblos y aldeas, y en que una glacial indiferencia parece que se ha apoderado de todos los espíritus, empresa harto penosa y difícil es«. Dos textos que, si los analizásemos, podrían ser premonitorios de la sociedad actual, aun cuando nuestros convecinos no sufren las mismas necesidades que entonces. A pesar de ello siempre habrá quién nos recuerde que no sólo de pan vive el hombre y que son muchas las necesidades que la sociedad con insistencia nos demanda.

  Mejor lo describe don Luis R. Varo en el «El porvenir» cuando nos presenta una sociedad poco menos que gris, muy cercana a nuestra época, al tiempo que abre una ventana a la esperanza: «Si cada eslabón se moldeara de nuevo; si cada pueblo transformara la entraña de su dificultoso género de vida; si el lento fuego de nuestra cobarde apatía se consumiera al cabo; si el hastío del hábito y el hábito de la indiferencia y del vicio no esenciaran nuestro modo de ser; si todo lo que es mezquino y ruin y deleznable en la vida de cada hombre y de cada pueblo se sumiera en los hondos abismos del olvido y las aspiraciones nobles en cambio y las lícitas ansias de ser y de progresar, con fe de creyente en el mañana…». Un hermoso discurso, al fin y al cabo, que debiéramos tomar en cuenta para no caer en los mismos errores. De ahí la importancia de la historia, tantas veces olvidada o repudiada, y tantas otras repetida.

PORTADA: Alburquerqueños de diversa índole en Carrión./ AURELIO CABRERA

FOTO 2: Trabajadores del campo.

FOTO 3: Cierta clase social que se distinguía por su saber estar o guardar la compostura en cualquier lugar y ocasión, como entonces se decía, fruto de una educación, digamos, victoriana, gustaba vestirse con la elegancia que admiramos, y que nos recuerdan los aires habaneros de aquellos tiempos (V. Mendia -Madrid- 1890. Cedida por Julián Cano Izquierdo)

FOTO 4: El traje de calle del hombre en las clases media y alta, con más o menos fortuna, se ha distinguido, al contrario que el de la mujer, por una monotonía y aburrida existencia, carente de imaginación (Autor: desconocido. Año: 1910. Cedida por Julián Cano Izquierdo)

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