Por AURELIANO SÁINZ
Apalancado en el sofá, con varias cajas de cartón de envolver pizzas en la mesa de al lado, un montón de latas de cervezas vacías desparramadas a su alrededor, un vaso con un gin-tonic por terminar y su perro Angus tirado en el suelo rascándose como un desesperado, Rogelio pensó que aquello era un auténtico muermo, que no hay quien aguantara un mes más sin salir a la carretera sin su Harley Davidson, con su chupa de cuero negro y disfrutando del rugir de la moto.
En todo caso, la encerrona debería ser para indies, esos blanditos que se concentraban en Alburquerque todos los años, muy pulcros y muy ordenados, como si acudieran a un gran campamento de boy scouts; pero no para gente dura como él, que tenía como lema vivir la vida a tope como si cada día fuera el último. Lo suyo era el heavy-metal del bueno, de ese en el que los gritos se entremezclan con los interminables riffs de las guitarras.
Todo esto lo proclamaba en su habitáculo que estaba plagado de carteles y de carátulas de Black Sabbath, Iron Maiden, Judas Priest… pero, por encima de todo, estaban sus adorados AC/DC. De ahí que cuando tiempo atrás le entregaron el cachorro de rottweiler no tuvo la menor duda de ponerle el nombre de su admirado Angus Young, el mismo que, guitarra en mano, levantaba polvaredas nada más comenzar los multitudinarios conciertos.
¡Qué tiempos aquellos en los que podía acudir a los conciertos más bestias y no ahora con este aburrimiento mortal en el que hasta gente como él se ve encerrada entre cuatro paredes por una mierda de bichito!
“¡Se acabó! ¡Ya está bien! ¡Le voy a hacer caso a mi grupo y me voy directo al jodido Infierno, o como ellos gritan Highway to Hell!”, se dijo a sí mismo, mientras ponía al máximo volumen su tema favorito, de modo que las paredes comenzaron a temblar sin preocuparle para nada que su vecina de al lado por enésima vez aporreara la pared, mientras él se iba liando un ‘petardo’ bien cargado para iniciar su infernal huida.
Al cabo de unos minutos de iniciar las caladas, notó que la cabeza empezaba a darle vueltas, sintiendo unas ganas enormes de vomitar. Todo a su alrededor giraba como si se encontrara metido en una especie de cápsula espacial que lo trasladaba a gran velocidad lejos de su cubículo.
De repente, se encontró de pie en un lugar que se asemejaba a una especie de desierto marciano, de esos que aparecen en los aburridos documentales que alguna vez había visto cambiando de canal. Cuando se serenó y levantó la cabeza se dio cuenta de que delante de él se encontraba un enorme sujeto, gordinflón, con malas pulgas y con unos cuernos que parecían los de una cabra de los Alpes.
“¡Ostia, Angus, vaya lo gordo que te has vuelto! ¡No me digas que te has aburguesado y que ahora a lo que te dedicas es a comer hamburguesas y a beber cerveza alemana todo el día!”, le soltó Rogelio sin pensárselo dos veces.
“¿Angus…? ¿Qué coño de Angus, ni qué leches? ¡Mi nombre es Belcebú!”, le grita el extraño ser que tenía delante de sus narices. “¡A ver si te enteras de que has venido directo al Infierno y que yo estoy aquí para conducirte a su entrada! Ya sé que la gente prefiere ir a ese bodrio de Cielo, en el que están todo el día cantando salmos y aleluyas… Ahora que te miro, que no me imagino a tipos como tú calentando el culo en medio de los angelitos. ¡Lo tuyo es pura dinamita! ¿Verdad?… Por cierto, ¿tú cómo te llamas?”
“Me llamo Rogelio, pero la gente me llama Ruge, que es más heavy… Y mira, te digo que tienes razón con lo de que soy pura dinamita. Pero, no sé, perdona, te veo a ti tan gordo y esto empieza a preocuparme un poco…”, le responde titubeando.
Al momento se ponen en marcha. Llevan un rato caminando por un suelo pedregoso lleno de baches y pedruscos cuando de nuevo le pregunta: “Oye, Belcebú, ¿me meteréis en un caldero con aceite hirviendo o me pondréis sobre una enorme parrilla asándome a fuego lento o, a lo mejor, me ataréis a un tronco sobre una pira ardiendo y me estaréis pinchando todo el día con vuestros tridentes? Te lo digo porque ya sabes lo que pasa con la dinamita y el fuego… Es que, mira, ahora tengo la sensación de que no había sido una buena idea esto de venirse al Infierno”.
“¿Caldero, aceite hirviendo, parrilla, fuego, pira…? ¡Pero, tío, tú de dónde sales! ¿No se te ha ocurrido pensar que en el Infierno ahora se fabrican las ideas más siniestras, más jodidas y perversas y que para ello contamos con la tecnología punta que ni siquiera imagináis en ese planetucho del que vienes? Nosotros, para que te hagas una idea de una vez por todas, tenemos un proyecto que se llama ‘maldad cósmica’”.
Cuando escuchó la palabra cósmica, Rogelio empezó a imaginarse flotando en el espacio, girando sobre sí, con brazos y piernas extendidos, al tiempo que era atravesado por rayos láser que alcanzarían exactamente en las terminales nerviosas de su cuerpo, de modo que los aullidos que iba a soltar se escucharían más allá del averno.
Una vez que llegaron a la entrada de una caverna, extrañado, leyó un enorme cartel en el que ponía Welcome to the New Hell. “¿Y estos por qué dan la bienvenida al Nuevo Infierno? ¿Acaso no ha sido siempre el mismo?”, pensó para sí, mientras que las sospechas se le acumulaban.
Belcebú abrió la enorme puerta blindada de acero con un mando a distancia. Penetraron en un inmenso espacio con diferentes niveles y cuyo final no se divisaba. Todo estaba lleno de grandes pantallas, con miles y miles de gentes en sus ordenadores tecleándolos.
Caminaron por distintas pasarelas, sin que Rogelio saliera de su asombro. Sin dar crédito a lo que veían sus ojos, le pregunta: “Oye, Belcebú, si no es molestia, ¿me puedes explicar si esto de verdad es el Infierno o se trata de un centro de espionaje a gran escala de esos que yo he visto en las pelis de James Bond? Además, ¿cómo es posible que algunos estén bebiéndose un whisky del bueno y otros fumándose unos ‘petardos’?”
“Me temo, Ruge”, le responde intentando aclararle, “que no te has enterado de que aquel viejo mamotreto se cerró para siempre hace muchos años y que pasamos a convertirnos lo que ahora estás viendo: pura tecnología de vanguardia”.
Belcebú hizo una pausa para continuar: “Aquí fabricamos los bulos, las mentiras más asquerosas y noticias que ni un borracho se podría tragar. Es decir, todo lo que ahora vosotros llamáis fake news. Después las lanzamos al espacio, por el que se expanden como ondas hasta que alcanzan y penetran en los cerebritos de los hackers para lograr la maldad cósmica. ¿Me estás entendiendo?”
Rogelio flipaba. Jamás podía imaginar que el Infierno se hubiera reconvertido en el centro de las tecnologías malignas más avanzadas del universo. Ahora entendía por qué AC/DC invitaba a penetrar en la ‘autopista al Infierno’. Incluso empezó a pensar que era posible que su admirado grupo ya tuviera noticias de este lugar.
Con el corazón palpitándole, y esperando recibir una respuesta afirmativa, le suplica a su acompañante: “Oye, Belcebú, tú que me pareces un tío legal, ¿no podrías echarme una mano y hacer algo para que yo me quedara aquí y no tener que volver a ese jodido planeta de mierda? ¿Podría, de paso, traerme a mi perro Angus?”
Belcebú lo mira de reojo, tuerce el gesto, alza la mano derecha y se la lleva a su cuerno correspondiente. Se queda un rato pensativo. Comprueba que Rogelio, impaciente, no le aparta la mirada. Devolviéndosela, al rato le dice: “Ya estudiaremos tu caso y comprobaremos tu nivel de maldad…”
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