Por AURELIANO SÁINZ
Si acudimos al diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para conocer el significado de honorario encontramos dos acepciones. En primer lugar, y como adjetivo, nos dice: “Aplíquese al que tiene los honores y no la propiedad de una dignidad o empleo; en segundo lugar, ya como sustantivo, y usado habitualmente en plural (honorarios): “Estipendio o sueldo que se da a uno por su trabajo en un arte liberal”.
He comenzado por la definición de un diccionario tan prestigioso dado que este término me afecta personalmente, por lo que quiero explicar mi situación actual comparándola con la solicitud que se produce en Alburquerque al recogerse firmas para que haya una concesión de “alcalde honorario”.
Quisiera apuntar que en la Universidad española la jubilación obligatoria siempre ha sido a los 70 años, aunque el profesorado puede hacerlo de manera anticipada a los 65 años, siempre que cumpla unos determinados años de docencia. Es la edad a la que acude la gran mayoría, por lo que somos muy pocos los que llegamos a la fecha indicada en primer lugar.
Se entiende que al alcanzar los setenta años hay catedráticos que se encuentran bien, física y mentalmente, al tiempo que tienen mucho que aportar en el campo de las investigaciones, por lo que existe la posibilidad de permanecer dos años más como profesor emérito (prorrogable a un tercer año) o profesor honorario u honorífico, que se solicita año a año y sin límite de tiempo.
Puesto que me encuentro en esas buenas condiciones físicas y mentales, al tiempo que en mi trayectoria como profesor universitario he dirigido un amplio número tesis doctorales y proyectos fin de carrera, aparte de contar con numerosas publicaciones, sean como libros o artículos, pensé que para mí la mejor fórmula era la segunda, es decir, solicitar ser profesor honorario, puesto que me evitaba tener que recopilar toda la documentación que pide, para el primer caso, la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad (Aneca), lo que me supondría un par de meses gastados en una burocracia que ya me produce cansancio.
Así pues, realicé la solicitud en el Departamento de la Universidad de Córdoba en el que fui director durante un cierto tiempo, y en el que está archivada toda mi documentación, adjuntando el proyecto de las actividades que yo desarrollaría en el curso.
Mi petición fue aceptada por unanimidad de los miembros del Consejo de Departamento. Es más, por mi parte hubiera renunciado si alguna de las áreas que lo componen o algún miembro hubiera votado en contra, ya que mi petición iba en el sentido de aportar los conocimiento acumulados a lo largo de cuatro décadas; no de imponer o de incomodar a nadie, puesto que soy consciente de que estoy jubilado, y también que como profesor honorario no recibiría ningún emolumento.
De este modo continuo activo en mi centro: la Facultad de Ciencias de la Educación. En él hay muchos profesores y profesoras que fueron antiguos alumnos míos, entre los que se encuentran varios a los que dirigí sus tesis doctorales. En la Facultad siento de manera real el respeto y el aprecio que me tienen, lo que para mí es un gran aliciente, dado que saber que pueden contar conmigo en las investigaciones que ahora ellos llevan me da a entender que la experiencia que he atesorado sirve para las nuevas generaciones de docentes.
Si he comenzado por algo personal es porque sé lo que significa directamente la palabra honorario y por la extrañeza de que el actual alcalde de Alburquerque promociona una recogida de firmas, a través de su grupo afín, para que sea nombrado “alcalde honorario” del pueblo, sin que todavía se haya configurado la nueva Corporación municipal.
Nos encontramos ante un hecho verdaderamente insólito, pues lo habitual es que sea la propia Corporación municipal, tras la votación por unanimidad de todos sus miembros, la que tramite la concesión de un nombramiento honorífico, tal como indica el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
De este modo, en esa concesión se describen los méritos y honores que el Ayuntamiento cree que posee la persona a la que se le reconocen valores singulares con los que los vecinos pueden sentirse orgullosos; sin embargo, no conozco ningún caso que sea producto de una recogida de firmas, por muchas que se logren. Por otro lado, en el documento se indica que no se recibirá ninguna paga, sueldo o gratificación, puesto que, de ningún modo, es un contrato de trabajo.
Esto, a fin de cuentas, es una suma y sigue de la acumulación de despropósitos de quien la promueve: todavía vive en la creencia de ser una persona excepcional y en la de sentirse un personaje providencial, admirado por todos (menos por unos cuantos fracasados que le envidian), puesto que, supuestamente, ha llevado a Alburquerque a las mayores cotas de progreso, concordia y justicia social nunca alcanzados en el pueblo.
Por otro lado, quisiera apuntar que la concesión del título de alcalde honorario a personas vivas es poco habitual por los riesgos que conlleva, pues sus trayectorias personales no han terminado y, en algunos casos, tras acontecimientos sucedidos, posteriormente se les ha retirado esa mención honorífica, con el consiguiente bochorno que implica, especialmente para el Ayuntamiento que la promovió.
Esto es lo que ha sucedido con las menciones de alcalde honorario, incluso con el rango de perpetuo, que le fueron otorgadas a Francisco Franco en los años de la dictadura. Ahora, en democracia, muchas localidades que accedieron a ese nombramiento se lo han retirado, lo que ha supuesto un gran inconveniente el haberse respaldado en su momento a un régimen dictatorial.
También se han concedido a políticos y banqueros diversas distinciones honoríficas, sea la de alcalde honorario o Doctor Honoris Causa de alguna universidad (caso de Rodrigo Rato, Carlos Fabra, Mario Conde, etc.), y que, tiempo después, los ayuntamientos o universidades han tenido que transitar por la vergüenza de retirárselas cuando los nombrados se han visto condenados por algún delito.
Hay, además, otros nombramientos que tienen un carácter eminentemente simbólico.Se produce cuando se le concede a alguna advocación religiosa, normalmente el patrón o la patrona de la localidad. Esto no deja de ser bastante problemático, pues, por un lado, legalmente esos títulos deben ir hacia personas reales como sujetos jurídicos y, por otro, se produce una mezcla de lo religioso con lo político, cuestión que no favorece en ninguno de los sentidos.
***
Quisiera cerrar este escrito con varias interrogantes que me hago y que paso a exponer:
¿Acaso no deja de ser un nuevo esperpento a sumar en Alburquerque que alguien condenado en firme quiera perpetuarse a través de un cargo honorífico?
¿Cuándo entenderá que un cargo político no es una profesión y que, como todo cargo político, tiene un tiempo limitado para ejercerlo, por lo que al finalizarlo hay que volver al trabajo o a buscárselo?
¿Por qué no deja en paz a la nueva Corporación municipal que se forme tras las elecciones del 26-M, pues uno de los objetivos prioritarios de la misma debe ser lograr que en el pueblo haya tranquilidad, cordialidad y concordia, con el fin de reconstruir la convivencia de un pueblo que él mismo dividió para mantenerse en el cargo?
Y, por último, ¿cuándo dejará de abochornarnos, tanto a los que residen en Alburquerque como los que lo hacemos fuera, de modo que nuestro pueblo no sea nombrado, verbalmente o en los medios de comunicación, por sus inmensos disparates con los que terminó endiosándose, los mismos que nadie de su entorno se atrevió a explicárselos para que finalmente pusiera los pies en tierra?
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