Aureliano Sáinz
Ya hemos comentado que Alburquerque no solo es el pueblo, sus gentes y ese excepcional castillo que lo vigila desde lo alto. También son sus tierras. Tierras que adquieren distintas tonalidades según la época del año en la que nos encontremos. Y la que nos muestra la portada del número que cierra el tercer año de vida de Azagala, a los ojos de Sergio Pocostales, su autor, son las aguas que durante ese otoño se han vertido en sus campos inundados y los regatos de las callejas que pueblan los entornos de la villa.
Tres años también en los que se han recogido en sus páginas la lucha contra la hospedería que se pretendía crear, alterando abiertamente la fisonomía del Castillo de Luna. Ante esa lucha denodada se buscan, por parte de los promotores, otras soluciones que, a fin de cuentas, son solamente camuflajes del proyecto original. De ahí que en el número 30 aparecieran tres titulares que merecen la pena recordar: “El castillo estará cerrado al menos 5 años”; “Vuelve el ascensor a la hospedería” y “Vadillo dice ahora que, antes de ser él alcalde, ni se visitaba el castillo ni funcionaba el albergue”.
¡Qué tiempos aquellos en los que uno tenía que escuchar toda clase de disparates! Pero, bueno, la vida del pueblo seguía su curso y, como no podía ser de otro modo, llegado febrero, de nuevo el Carnaval era motivo de disfrute, de vitalidad y de explosión de color, tal como nos muestra la foto de portada en la que aparece un grupo de seis figuras femeninas ataviadas con bañadores retro, todos iguales, con franjas blancas y rojas.

Nuestro Castillo de Luna ha sido siempre motivo para que apareciera en las portadas de la revista, puesto que sus rostros son diversos, según desde dónde lo mires y la hora en la que le lances la mirada. Ahí lo tenemos envuelto en un amanecer brumoso, como si emergiera dentro de la niebla matinal dándole un aire etéreo, casi fantasmal. De nuevo, Sergio Pocostales, atisbando los momentos singulares, nos ofrece una maravillosa estampa de la fortaleza.
Siguen siendo muchos los que escriben en sus largas 72 páginas. Recordemos a algunos de los más veteranos: Manuel Unión, Perfecto Mareso, María Pírez, Antonio Luis del Pozo, Antonio Telo, Juan Toledano, Pepe Toledano, Esteban Gil, Conce Alfonso, Teodora Collado, Santiago Gamero, Benigno Sáinz, Antonio Rubio… La lista es tan extensa que, si alguien no aparece ahora, seguro que estará citado a lo largo de esta serie.
La portada del número 34 (mayo de 2011), en la que se muestra el paso de Jesús orando, se debe a Francis. Parece una instantánea que, en cierto modo, refleja los momentos que anticipan la tristeza de una muerte premonitoria. Y es que Azagala también recogía los artículos que hacían referencia a quienes, tristemente, nos habían dejado. Así, por ejemplo, en este número aparece “Ha muerto Aníbal”, escrito por Antonio Telo. Comenzaba de este modo:
No sabía cómo se escribe en frío tras la muerte de un amigo; lo supe cuando Aníbal acababa de morir. Cuando me comunicaron su fallecimiento me quedé sin palabras. Los teléfonos enmudecieron y todo quedó en silencio. Empecé a caminar cabizbajo, lentamente, sin saber dónde ir, y veía en la lejanía las imágenes de nuestra niñez…

La niñez, recuerda Antonio Telo. La añorada e inolvidable infancia. Y, más aún, la primera niñez que queda expuesta con todo lo que supone el amanecer de la vida en la fotografía de estas tres niñas que protagonizan la portada del número 36: inocencia, limpieza en la mirada, alegría no solo en sus rostros sino también en los vivos colores que portan en sus camisetas, pantalones, zapatos, lazos… La fotografía, en esta ocasión, corresponde a un miembro del consejo de redacción de Azagala: Eduardo Maya.
Y si de colores hablamos, no hay mejor ejemplo que quienes protagonizan el número 37, correspondiente al mes de agosto. Vemos cuatro chicas vestidas de arlequines como expresión del júbilo y la alegría que se desprenden del Festival Medieval.
Pero parece que las alegrías y las penas, las ilusiones y los desencantos, los logros y los fracasos, se muestran entrelazados, como si fueran las dos partes de esa figura oriental del yin y el yang que se unen para formar un sólido círculo. Digo esto porque en este número Agustín Fuentes, director de Contempopránea escribe un artículo titulado Contempopránea: ¿Qué nos va a pasar?
No es necesario que destaque algunos párrafos del artículo de Agustín, puesto que finalmente la salida de Alburquerque llegó a hacerse realidad. Y todos sabemos las razones de esta enorme pérdida, en todos los sentidos, del pueblo.

¿Quién de Alburquerque nunca ha visto la iglesia románica de Santa María? Imposible: todos la conocemos, todos la recordamos como ese pequeño templo de la Villa Adentro que parece el punto de enlace con otro edificio medieval: el Castillo de Luna. En esta fotografía de Francis todavía se la ve encalada, como asomando entre las hierbas que poblaban las tierras que anteceden a los Baluartes y mostrando los campos y el horizonte de la Sierra de San Pedro que se divisa desde cualquier punto alto de Alburquerque.
Y de nuevo llega diciembre, cargado de nostalgias y de ciertas esperanzas que no sabemos si se llegarán a cumplir. Pero es, de modo muy especial, el mes de los niños, ya que todo gira alrededor de un mágico y maravilloso relato que también los mayores necesitamos creerlo porque no podemos romper con los mejores años de nuestra infancia.
Varios de los artículos del número 40 giran en torno a la Navidad. Pero a estas líneas quisiera traer un breve párrafo de una de las habituales colaboradoras de Azagala: Ana Gamero. En su artículo “El sentido de la Navidad” comienza diciéndonos lo siguiente:
“Un año más, las luces iluminan las calles de nuestras ciudades, los villancicos empiezan a sonar en los supermercados y grandes superficies y los chinos se inundan de decoración navideña. Las flores de Pascua se abren paso en nuestras casas, donde ya comenzamos a instalar el belén y buscarle sitio al árbol…”.
Cierra el texto, cómo no, aludiendo a las miradas infantiles que, a fin de cuentas, son las que verdaderamente se asombran ante tantas cosas sorprendentes que les confirman que lo que les dicen los cuentos mágicos son verdad, a pesar de que los mayores hayamos ido, poco a poco, perdiendo la fe en ellos.
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