En algunas partes de España, como en Barcelona, aún pervive la tradición del tronco de Navidad que dispensa regalos a los niños. Nuestro compañero, José Manuel Leal, presidente del Colectivo Cultural Tres Castillos y responsable de esta edición digital de AZAGALA, es uno de los que ha mantenido viva la tradición.
Se trata de coger un tronco, leño o rama gruesa de un árbol, alrededor del cual los niños de la casa, imaginando que es un animal fabuloso, realizan actos y ceremonias, siempre acompañados por sus padres y abuelos, quienes les recomiendan no acercarse a él no vayan a alterar su sueño o la metamorfosis que está obrando en su interior.

En un extraordinario artículo de Juan Manuel de Prada, en el XL Semanal, narra como los padres hacen como que alimentan el tronco, antaño con heno, forraje o salvados (como si fuera un burro), hoy más bien con alguna vianda de la mesa: sobras de la comida, peladuras de frutas, etc., y los niños comprueban con fascinación que la comida que los mayores arriman al tronco desaparece, como si la voracidad del tronco, que sin embargo aparece dormido, no tuviera freno. Así durante días, hasta que, llegada la Nochebuena o la misma Navidad, los niños zurran la badana mientras cantan, provistos con palos o bastones. Y entonces el tronco se desprende (como si los cagase) de los regalos que esconde bajo su manta; pues se supone que los alimentos que sus padres y abuelos les han dejado durante días o semanas anteriores se han convertido milagrosamente en sus tripas en golosinas o juguetes.

Esta tardía metamorfosis de los alimentos que el niño ha visto dejar al pie del tronco en inesperados regalos provoca en él una estupefacción maravillada que siempre se resuelve en jolgorio, al que se suman todos los adultos de la casa, deseosos de volver a ser niños, como conviene en estas fechas.
Antaño, el tronco de Navidad era entregado al fuego, mientras se pedía que la prosperidad nunca faltase en la casa; pero con el tiempo ha sido indultado, sobre todo porque en la mayoría de las casas no hay un leñador que se encargue de cortarlo cada año, y también porque tampoco hay chimenea, de manera que se guarda hasta la Navidad siguiente.

Esta tradición tiene algo de rito casero y hasta un poco de escatológico: ¡Caga, tío!, exclaman los niños catalanes mientras golpean el tronco para que defeque regalos. Un tronco que caga regalos deja a Papá Noel, con su séquito de renos voladores y su atuendo de bufón, a la altura del betún, por artificioso y rebuscado, mientras que el tronco de Navidad esconde simbolismos muy primitivos y hermosos, a poco que uno se esfuerce en desentrañarlos.
De Prada finaliza su artículo señalando que “las cosas más pasmosas no se revisten de aparatosas parafernalias, brotan siempre de las cosas sencillas, como el agua brota de las peñas, sin darse importancia. Tan poca importancia como un tronco envuelto en una manta, tan poca importancia como un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Y la familia de Leal, que ha sabido mantener esta tradición, participa igualmente de actos solidarios con niños hospitalizados, igual que el propio José Manuel está haciendo un esfuerzo por difundir la cultura alburquerqueña a través de las páginas de esta revista.

PORTADA: José Manuel Leal y su nieta Jana Leal, modelo publicitaria, con un tronco de Navidad.
FOTO 2: Pepi Gamero, esposa de Leal, con niños y un tronco en un hospital.
RESTO DE FOTOS: Niños golpeando el tronco para que cagara los regalos.
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