jueves, noviembre 7, 2024
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El paso del tiempo

AURELIANO SÁINZ

Una de las grandes obras de la literatura contemporánea lleva por título En busca del tiempo perdido, que fue escrita, nada menos que en siete volúmenes, por el francés Marcel Proust a principios del siglo pasado.

  Ya el propio título nos remite a que cuando alcanzamos la madurez, o en ciertas épocas de nuestra vida, los hechos vividos intensamente se convierten en recuerdos que solemos extraer, por distintas razones, de nuestra personal memoria, sintiendo cierta nostalgia de aquellos momentos que se fueron para siempre, pero que los tenemos archivados como esas viejas y entrañables fotografías que guardamos en algún álbum o pequeña caja.

  Y si he comenzado haciendo referencia a una obra de prestigio universal no es porque lo que yo vaya a contar sea de una gran relevancia desde el punto de vista del lector; es tremendamente sencilla, pero a la vez, y para mí, muy emotiva.

  Creo haber manifestado en distintas ocasiones que las dos grandes referencias que hace casi un par de décadas me ligaron con bastante intensidad con Alburquerque fueron, por un lado, la creación de la revista Azagala compartida con Francis a finales de 2007 y hecha realidad en febrero de 2008. La otra, mi incorporación a la defensa del Castillo de Luna en ese mismo año, inicialmente con la Plataforma y después como Asociación para la Defensa del Patrimonio (Adepa).

  Pues bien, esas idas habituales de Córdoba a Alburquerque se concretaban en las acogidas que tenía en dos casas. En un caso, cuando el tema era la revista Azagala, me quedaba en casa de Francis y de Eli; cuando la visita estaba referida a Adepa, me recibía Pablo Bozas en la suya, al lado de la iglesia de San Francisco.

  Ni que decir tiene que encontrarme en los domicilios de estos buenos amigos para mí era un gran placer, puesto que me sentía acogido con toda la calidez y cordialidad que daban lugar a que me sintiera con la misma tranquilidad que tengo en mi propia casa.

  Por entonces, cuando me quedaba en casa de Eli y Francis me veía con un niño muy apacible y tranquilo, y con muchas ganas de que yo jugara con él. Por entonces, Rober tenía pocos años. Pronto descubrí que una de sus pasiones era el mundo de los dinosaurios, algo muy frecuente en los pequeños.

  Recuerdo que en el salón sus padres tenían una gran caja con todos los juguetes que se iban acumulando. Entre ellos, cómo no, estaban los dinosaurios, cuyos nombres y características se los sabía de memoria y me los describía nada más mostrarle la imagen de cada uno ellos. Pero lo que más me asombraba era que, sin mirarlos, los dibujaba en una hoja a bolígrafo con una rapidez y precisión inauditas, algo que suele suceder en los niños que tienen una gran memoria visual.

  Son muchos los detalles que guardo de entonces. Uno de ellos es que, en los fríos días de invierno, ambos arropados, nos sentábamos en uno de los rincones del sofá para ver y leer cuentos de esos enormes bichos. También recuerdo que, por entonces, Rober era muy lento a la hora de comer, por lo que Eli desplegaba toda la paciencia del mundo para que finalmente hiciera una comida en condiciones y, si no me equivoco, podía tardar hasta media hora en acabarla.

  Pero, lógicamente, los niños crecen, por lo que acaban ampliando y diversificando sus juegos. Así, una vez alcanzados los siete años ya nos marcábamos partidillos de fútbol en su patio que tenía un buen césped, lo que daba lugar a que el juego fuera muy agradable.

  El tiempo iba transcurriendo. Llegó el momento en el que una de las luchas, la defensa del Castillo de Luna, acabó cuando la Junta de Extremadura dio el carpetazo final, tras haber Adepa interpuesto una demanda al insólito proyecto de la hospedería de lujo. Fue un verdadero logro, una conquista que nadie creía en ella cuando comenzamos.

  También, pasados unos cinco años, con la revista Azagala ya consolidada, recibo la petición de ayuda de un periodista amigo para llevar adelante otro proyecto también cargado de aventura y que con el paso del tiempo ha terminado siendo Andalucía Digital, la actual red de catorce diarios andaluces. Esto dio lugar a que en el consejo de redacción de Azagala pidiera ser sustituido en la presidencia del Colectivo Cultural Tres Castillos, de forma que continuaría como colaborador con artículos que enviaría desde Córdoba.

  De este modo, mis visitas al pueblo eran ya más espaciadas y puntuales, por lo que me parecía más razonable hospedarme en Las Alcabalas o en Machaco.

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  Roberto comenzaba a ser un adolescente, al igual que sus amigos, por lo que tenía la misma tutela o cuidados de sus padres como cuando era un niño. Aunque preguntaba por él a Francis y me daba información, lo cierto es que no le volví a ver hasta el encuentro reciente de la revista Azagala que se ha desarrollado el pasado domingo día 11.

  Allí se encontraba, dado que había acudido en esta ocasión. Me dio una gran alegría volverlo a ver. Ya no era un niño, sino todo un hombre de diecinueve años, con la estética que ahora portan los jóvenes: algunos piercings, tatuajes, algo de barba y corte de pelo que se corresponden con la de los de su generación y que, de algún modo, conozco porque sigo impartiendo clases a estudiantes que tienen su misma edad.

  Ha transcurrido el mismo tiempo tanto para él como para mí. Pero, en su caso, han acontecido muchas cosas, tantas que cubren gran parte de lo que ha vivido; en cambio, en mi caso, y para quienes somos mayores, con una personalidad formada y una vida en gran parte construida, tengo que pensar detenidamente en aquellos hechos que son relevantes y comprobar que en todo ese tiempo también me han sucedido cosas significativas.

Charlamos un rato. Me indica que se encuentra leyendo Crimen y castigo de Dostoievski, cosa que me alegra mucho, pues la lectura siempre es una buena afición que nos ayuda a formarnos y a saber concentrarnos.

  Se acerca su padre a nosotros, ya que le he pedido que nos hiciera una fotografía juntos para realizar este artículo. Entonces le digo: “Roberto, quiero hacerte una pregunta. ¿Cuál es la mejor cualidad que crees que tiene tu padre?” Se lo piensa un poco. Francis se retira, pues considera que su presencia lo puede condicionar. Le cuesta encontrar la palabra precisa, pero me explica algo parecido a lo que yo siempre he dicho de Francis, en el sentido de que la tenacidad, el no darse por vencido y en confiar en la gente, forma parte de su personalidad.

  Roberto regresa a la mesa en la que se encuentra su padre. Los veo charlar y reírse. Compruebo, por lo que hemos hablado y lo que he visto, que lo admira mucho.

  Un rato después, se me acerca Eugenio López. Hablamos un rato largo y, en medio de la charla, le indico que voy a escribir un artículo sobre el paso del tiempo y cómo es vivido en función de la edad que cada uno tenga.

  Eugenio y yo nos embarcamos en este tema. Miro de vez en cuando hacia la mesa en la que se encuentra Roberto. Pienso que el futuro es suyo y el de la gente como él. Y deseo para mis adentros que, en medio de este mundo convulso, todo le vaya bien, sepa afrontar los retos que le llegarán y, especialmente, pueda encontrar su propia senda por la que caminar de la manera más dichosa posible.

—–

PORTADA: Aureliano y Roberto, en el pasado Encuentro de AZAGALA.

FOTO 2: Roberto y Aureliano, en casa de Eli y Francis.

FOTO 3: Roberto mira a Aureliano, quien se dispone a intervenir en los estudios de la TDA en una comparecencia de Adepa.

FOTO 4: Roberto toca la guitarra con Pablo Bozas, en casa de éste último.

FOTO 5: Aureliano y Roberto charlan animadamente en el Encuentro de AZAGALA.

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