Hace algunos meses publicamos la fotografía de la placa que, con el nombre de D. Leandro Sama Vizcaíno, existía en una vivienda de la calle Jovellanos. Al derribar la manzana de casas por estar en situación ruinosa, el promotor de la iniciativa, José Rivero Sudón, tuvo a bien salvar la placa por tratarse de un elemento de la historia social de Alburquerque.
La mayoría de los vecinos de nuestro pueblo desconocen quién fue este hombre y muchos mayores le conocían como el “cura Sama”, del que todo el mundo hablaba bien.
Esta revista ha contactado con una mujer que le conocía muy bien, en tanto Leandro Sama comía a diario en casa de su familia.
Nació en la casa de la calle Jovellanos donde colocaron la placa tras su fallecimiento, pero vivió en la carretera. Era un hombre culto que hablaba perfectamente latín y francés y daba clases a personas que luego han sido maestros, y preparaba a quienes querían presentarse a oposiciones para el cuerpo de policía o guardia civil.
Era una gran persona que vivía con su sueldo de sacerdote, que en aquella época era el mismo que el de un maestro de escuela, y todo lo que tenía era para los demás. Vivía el cristianismo con su esencia real ayudando a quien lo necesitaba. La gente decía que llevaba la sotana sucia y vieja, pero es que no podía comprarse una nueva porque su dinero lo entregaba a los necesitados. A su hermano Joaquín Sama se le cayó la casa y, como no disponía de dinero, D. Leando pidió un préstamo para pagar las obras.
Oficiaba la misa en San Mateo, junto a un retablo pequeño que estaba al lado de donde se encuentra el corazón de Jesús.
Por entonces, los curas estaban obligados a decir misa todos los días y, cuando se desplazaba a Badajoz, la oficiaba en la iglesia de la Soledad. Un gran amigo suyo fue D. Manuel Orellana, canónigo de la catedral de Badajoz.
D. Leandro Sama prestó sus servicios como sacerdote en Alburquerque durante 51 años y, tras su fallecimiento, el pleno del ayuntamiento le rindió un homenaje póstumo aprobando, en agosto de 1966, la colocación de una placa en su casa natal. Está enterrado en Alburquerque, donde sus sobrinos le colocaron una lápida nueva hace unos años.
(FOTOGRAFÍAS. Portada: D. Leandro Sama, con varios alburquerqueños. Foto 2: Dedicada por este sacerdote)
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Don Leandro fue todo un ejemplo de laboriosidad y entrega al sacerdocio. En su momento deberían haberle entregado la Medalla al Mérito en el Trabajo pues por su confesionario pasó medio pueblo, sobre todo los «pecadores» de por aquel entonces. Asmático (creo que fue uno de los pocos que había en Alburquerque,pueblo de un aire limpio como pocos),muy avejentado, apenas se entendía lo que decía…,y al final te colocabas tú la penitencia. la cola de » pecadores » era interminable, pero la eficacia de su absolución estaba garantizada. Don Leandro, seguro que allí arriba, en el Cielo, le habrán asignado algún confesionario para darle el «ego te absolvo» a tantos «listos» que por un medio o por otro se han colado a base de indulgencias. J. Benigno Sáinz