sábado, diciembre 14, 2024
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El fusilamiento de Torrijos

Por AURELIANO SÁINZ

¿Conocemos bien los españoles la historia de nuestro país? ¿Somos capaces de enlazar correctamente unos nombres con otros? ¿Sabemos ubicar temporal y espacialmente los hechos más significativos que han acontecido a lo largo de los siglos en la denominada popularmente piel de toro?

Me temo que si exceptuamos a los especialistas, la mayoría tiene en su mente una especie de puzle en el que algunas piezas no encajan o lo hacen mal; y, en el mejor de los casos, esas piezas llegan hasta la Guerra de la Independencia, de modo que a partir de ahí empieza la confusión de nombres y de fechas.

Digo esto porque me parece que, por ejemplo, la figura del general José María Torrijos es poco conocida, a pesar de haber sido uno de los grandes defensores del liberalismo en nuestro país en el siglo XIX, y que esa lucha por lograr una nación en la que la libertad de pensamiento y de expresión fueran derechos reconocidos para toda la población acabó con su vida y la de los compañeros que le secundaban.

Es por ello por lo que creo oportuno hablar de su figura dentro de la línea Vivir la Historia y la Cultura a través del Arte, puesto que, si no me equivoco, el mayor lienzo que hay en el Museo del Prado es el que lleva por título El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, y que por encargo del propio museo lo pintó Antonio Gisbert, el mismo que realizara Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, cuadro que ya comenté en un artículo anterior.

Y es que, tal como apunté, ambos cuadros se encuentran, frente a frente, en una sala del Museo del Prado para conmemorar el Bicentenario (1819-2019) de esta grandiosa pinacoteca de la que tenemos que sentirnos orgullosos todos los españoles.

Por otro lado, comparto la expresión de Juan Ángel Santos en el comentario que realizó al artículo Los comuneros de Castilla cuando dice que fueron “Dos oportunidades para la modernización de España que fracasaron a favor del continuismo para afianzar el letargo y el retraso secular de nuestro país”.

Cierto. Este retraso nos está costando superarlo en la actual Democracia, pues no se entiende que, por ejemplo, en nuestro pueblo se hayan vivido varios lustros de despotismo y que todavía se arrastre la idea de que “los votos están por encima o por delante de la Justicia”. Esto sería impensable en otras democracias europeas en las que los valores liberales se encuentran claramente consolidados.

Volviendo al cuadro que comento, debo apuntar que tiene 6 metros de largo por 3,90 de alto, de modo que ocupa todo un lienzo de pared del Museo del Prado en una de las salas dedicadas a los cuadros de tipo histórico. Pero no es destacable solamente por sus grandes dimensiones, sino porque se trata de una magnífica obra no solo del siglo XIX sino de todos los tiempos del arte hispano.

Este es el motivo por el que Miguel Falomir, actual director del Museo del Prado, lo compara con La rendición de Breda de Velázquez, Los fusilamientos de Goya o el Guernica de Picasso, referentes pictóricos en nuestro país, o el de La libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix de nuestra vecina Francia. Todo un auténtico reconocimiento a una obra que debería ser más conocida en las tierras hispanas.

Cuando se terminó de pintar este cuadro, habían pasado 28 años desde que Antonio Gisbert plasmara el ajusticiamiento de los comuneros de Castilla. En esta ocasión se aprecia la madurez lograda en el campo del retrato de personajes, superándose pictóricamente. Ahora, la grandeza de Torrijos y sus compañeros se muestra sin la escenificación teatral del anterior.

En este lienzo el artista alcoyano recrea la escena en la que Torrijos y sus 48 compañeros están siendo fusilados en las playas de Málaga el 11 de diciembre de 1831, es decir,  tres años antes de que naciera el pintor. Así, la traición sufrida, al ser delatado, quien había sido capitán general de Valencia, era una historia próxima a la vida de quien años después la inmortalizaría en una de los cuadros más relevantes de los que se exhiben en el Museo del Prado.

Y es que la maestría de Antonio Gisbert (1834-1901) había alcanzado su plenitud pictórica cuando en 1888 concluyó este enorme cuadro. Basta contemplar el rostro de José María Torrijos para comprender que no es meramente un retrato el que Gisbert realiza, sino un verdadero tratado de psicología, en el que intenta expresar con sus pinceles las emociones más profundas que le embargan en esos críticos momentos.

¿En qué piensa el general, cuyo protagonismo y destino comparte con sus compañeros?

Ese rostro serio y sereno, cuyos ojos no miran hacia ningún lugar sino hacia el interior de sí mismo, se diferencia de los que tiene a su lado, pues basta un pequeño cambio en la mirada para que el significado del gesto se modifique. Es lo que sucede con el que muestra quien aparece a su derecha, ya que sugiere un matiz algo interrogatorio sobre lo que acontece; o el del siguiente, que mira hacia el cielo, como apelando a la justicia divina, para el creyente una justicia superior a la de los hombres que parecen guiarse por el sentimiento de venganza.

Otro gesto que dentro del grupo se muestra es el de un gran afecto entre dos de los condenados. Y es que en los momentos previos a la muerte se suelen perder ciertas composturas establecidas socialmente, pudiéndose dar salida a los sentimientos más profundos. No es de extrañar, pues,  que dentro de esta gran descripción de la psicología de personajes ante el término de la vida, también aparezca el de despedida entre hermanos o leales amigos.

No sabemos la relación que une a esos dos compañeros de Torrijos que se encuentran detrás del fraile franciscano que va tapando, uno a uno, el rostro de quienes van a ser ejecutados. Da igual. El fuerte abrazo entre ambos y el beso en la mejilla que uno da al otro se muestran como un signo de unión entre dos camaradas que han compartido la lucha por unos ideales y sienten que han llegado al final del camino. El camino de quienes lucharon por una sociedad más libre, más justa, pero que bajo el absolutismo de un rey, bastante necio y cretino como fue Fernando VII, se truncó, como no podía ser de otro modo.

Y es que los que acceden al poder con mentalidad absolutista, dictatorial o despótica no tienen reparos en utilizar los medios e instrumentos a su alcance para mantenerse en el poder. Salvando las distancias temporales y de relevancia, ¿acaso no estamos viendo en nuestro pueblo cómo se acude a los medios más deleznables para perpetuarse, incluso, en un cargo a quien no le corresponde, sin que le importe que el pueblo se hunda?

En líneas generales, hay cierta evocación en el lienzo de Antonio Gisbert hacia el cuadro de Los fusilamientos de Goya cuando este muestra a los primeros fusilados yacientes en el suelo. Así, en el caso del pintor de Fuendetodos, vemos que tres de los ejecutados, el 3 de mayo de 1808, aparecen ya muertos en un suelo terroso, de modo que el más destacado aparece con el cuerpo volcado hacia abajo, los brazos extendidos en cruz y en medio del gran charco de sangre que ha derramado. En cierto modo, Goya evoca la idea de martirio en esos vecinos de Madrid ejecutados y que se alzaron contra la invasión francesa.

En el caso de Gisbert, la expresión general de su obra en más laica, más humanista, tal como correspondían a los ideales del liberalismo. Aquí, la sangre de los ejecutados apenas aparece, puesto que el pintor no quiere connotar en El fusilamiento de Torrijos la idea de martirio, tal como se desprende de la que mostró años atrás Francisco de Goya. Cuestión algo curiosa, puesto que Goya, otro gran defensor de los ideales del liberalismo, acabó exiliándose a Francia al no soportar el absolutismo de un rey que menospreció abiertamente la gesta heroica del pueblo.

Cuando indico que hay un cambio hacia una visión más humanista en el lienzo de El fusilamiento de  Torrijos, quisiera apuntar que no es una mera interpretación subjetiva que realizo acerca de la obra de Antonio Gisbert.

Si observamos en su anterior cuadro Los comuneros de Castilla, comprobamos que allí adquiere gran significado la concepción religiosa de la muerte, dado que los tres dominicos que acompañan a Padilla, Bravo y Maldonado tienen un importante protagonismo dentro de la escena, reforzado por las cruces que portan los frailes, así como por la incorporación de la iglesia de Villalar que sirve de fondo de toda la escena.

Sin embargo, en este segundo lienzo, los franciscanos que acompañan a los condenados tienen un papel secundario, al tiempo que las evocaciones religiosas son mucho más contenidas.

Para cerrar este escrito, y con el fin de no alargarme en exceso, quisiera indicar que soy consciente de que me he centrado más en el significado del lienzo que en la biografía del general José María Torrijos, el mismo que llegó al cargo de capitán general de Valencia y ministro de la Guerra en el denominado Trienio Liberal, período breve de la historia de España que se extiende de 1820 a 1823. Pero entiendo que cualquier lector o lectora interesado en el tema puede ampliar la información de su figura por los medios digitales que ahora disponemos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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