AURELIANO SÁINZ
Por fin vemos que la luz del amanecer asoma en nuestro querido pueblo: Alburquerque. Tardábamos tanto en ver los primeros rayos del sol que, en ocasiones, pensábamos que la negra oscuridad se había adueñado de uno de los entornos más bellos de Extremadura.
Sin embargo, la tenacidad, la honestidad y la valentía de algunos hombres y mujeres que fueron capaces de soportar insultos, acusaciones, difamaciones y todo tipo de bajezas dieron lugar a que finalmente se venciera al despotismo que durante tantos años sepultaba la vida de toda una comunidad que, de ningún modo, se merecía el castigo a la que un lamentable personaje había sometido.
Han sido años cuyos avatares ya están recogidos en los medios de comunicación. Y dado que vivimos en una cultura que registra los aconteceres de la vida cotidiana, no voy a hacer un recorrido de tantos y tantos atropellos que se han cometido a partir de quien dictaba la marcha del pueblo, alguien que no entendía que debía de estar al servicio de la comunidad; no al servicio de sí mismo y de la búsqueda de perpetuarse en un cargo público.
En alguna ocasión, he dicho a los amigos que narrar lo que ha sucedido durante estos últimos años en Alburquerque daría lugar a una novela que podría estar titulada como Historia de una locura.
Sería una historia similar a las que nos legaron algunos de los grandes escritores latinoamericanos, caso del paraguayo Augusto Roa Bastos, en cuya obra Yo el Supremo nos cuenta la vida del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, el mismo que durante sus veintiséis años de mandato (dos más que el citado) creó un mundo de injusticias y de opresión, dividiendo a un pueblo que se mantenía entre los deseos de rebeldía de unos y los de sumisión de otros por miedo a las represalias que podían sufrir.
No es necesario hacer tan largo recorrido. No obstante, quisiera recordar, pues es una referencia personal, que quedé sorprendido cuando, incluso siendo colaborador de la revista municipal La Glorieta, su entonces director, Francisco José Negrete, me hizo una entrevista en la que como arquitecto me preguntaba mis opiniones acerca del proyecto de la hospedería. Una vez publicada en uno de sus números, se atrevió a decir que “se había rastreado en mi currículum y que no se había encontrado nada”.
Yo quedé asombrado de su incultura y prepotencia, pues, no saber que los proyectos profesionales de los arquitectos no están colgados en las redes sociales, sino registrados privadamente en los Colegios de Arquitectos, eran expresión de una ignorancia que sonrojaba.
Momento distinto fue cuando empezó a citar a mi padre, como motivo de que yo formara parte de la Plataforma para la Defensa del Castillo de Luna. Esto ya sobrepasaba lo que podía admitir, pues mi padre, Francisco Sáinz, fue el último médico forense de Alburquerque, un hombre de gran honestidad y cuya vida estuvo totalmente entregada a sus numerosos pacientes.
Entonces le indiqué, en la propia revista La Glorieta, que no volviera a citar a mi padre, que de ningún modo podría manchar su memoria, y que, en caso de hacerlo, nos veríamos en los tribunales.
Y si eso acontecía conmigo, que vivo en Córdoba, ¿qué no podría suceder con cualquier vecino o vecina de Alburquerque que no se sometiera a sus implacables dictámenes, ya que su lema, tal como en alguna vez me recordó algún amigo del pueblo, era “Quienes no están conmigo están contra mí”?
Se va cerrando, pues, la etapa más negra de los últimos años de Alburquerque. Pero esto no podría haberse producido sin la entereza de quienes no se doblegaron a sus múltiples coacciones. Esta es la razón por la que no quiero olvidar a algunos de los que han colaborado a que se cerrara esta época de tanto oscurantismo.
En primer lugar, cómo no, quisiera citar a mis compañeros y compañeras de Adepa, los mismos que a lo largo de los años han mostrado una entrega y generosidad encomiables, habiendo soportado, especialmente en los inicios de la asociación, insultos y vejaciones de todo tipo.
De igual modo, a Francisco José Negrete, por su enorme tenacidad en llevar la revista Azagala adelante, ya que ha sido el foco de información libre e independiente que era necesario en nuestro pueblo. Y ahora, en su edición digital, se ha mostrado como el medio imprescindible para estar informado de lo que acontece día a día en nuestro pueblo. Lo que han tenido que soportar él y su familia es casi inenarrable.
Hay una mujer valiente, Antonia Matador, que no se sometió, a pesar de las humillaciones que tuvo que sufrir. Lo más sencillo para ella hubiera sido retirar la demanda que, inicialmente, había interpuesto ante la irregularidad urbanística que la perjudicaba. No se doblegó, puesto que la vida personal no puede estar sometida al escarnio público, tal como pretendía quien dentro de poco tendrá que buscarse un trabajo y ganarse la vida, como todos hacemos.
También a quienes han estado durante años en la oposición municipal, ejerciendo su cargo como verdaderos representantes elegidos por el pueblo, ya que, estoicamente, han sufrido las iras, a veces incontroladas, de quien tendría que ser el primero en mostrar ejemplo de educación y respeto hacia los demás.
A Víctor Píriz, por haber cumplido su promesa de presentar la denuncia judicial ante lo que, al sentido común, era una auténtica barbaridad como la de que una lista electoral fuera encabezada por alguien con sentencia condenatoria firme del Tribunal Supremo.
Lógicamente, a todos los hombres y mujeres de Alburquerque, que residiendo en el pueblo o fuera de él, han mostrado su rechazo, de un modo u otro, a la forma en la que era conducido desde instancias municipales.
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Amanece en Alburquerque. Asoman los primeros rayos del sol que nos anuncian que la paz, la concordia y la alegría son posibles en nuestro pueblo. Y, a pesar de que la tarea es verdaderamente ardua, nos dicen que podemos caminar oteando un horizonte de libertad y de justicia social.
Yo también, desde la distancia, los contemplo, pues soy extremeño y siempre me he mostrado orgulloso de haber nacido en Alburquerque. Y en estos momentos me siento muy feliz, al entender que el declive al que estaba sometido mi pueblo ve su fin, de modo que pueda recuperar los momentos de esplendor que tiempo atrás tuvo y que no debió nunca abandonar.
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Portada: Alburquerque al amanecer./ ARCHIVO AZAGALA
Foto 2: Acto de ADEPA en Badajoz./ AZAGALA.
Foto 3: Torre de la vieja fábrica al amanecer./ AZAGALA
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