domingo, noviembre 23, 2025
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Así vivimos la muerte de Franco

REDACCIÓN AZAGALA

En el número 151 de la edición impresa de AZAGALA rescatamos un reportaje que publicamos cuando se cumplieron 40 años de la muerte de Franco, en el que algunos de los colaboradores escribimos acerca de dónde estábamos y cómo vivimos aquel 20 de noviembre de 1975. Este es el reportaje:

JOSÉ MANUEL LEAL

El 20 de noviembre de 1975 hacía ya 11 años que residía en Barcelona y ese año fue el más intenso que he vivido. En lo personal, estaba trabajando en horario de 7 a 15 y de 16 a 22, estudiando en la Universidad Industrial, acabando Peritaje en Electrónica. Hacía unos meses que, junto con cinco compañeros, había abierto una empresa de fabricación de productos electrónicos, subcontratado por las grandes marcas de televisores que había en Barcelona en aquella época.

  En lo social, colaboraba con una asociación de vecinos, militaba en un partido y pertenecía a un sindicato, todo ello en semi clandestinidad. Además, tenía que sacar tiempo de donde fuese para ir montando mi futura vivienda, pues me casaba dentro de 17 días, con el agravante que la boda era a 1000 km, en Balboa, donde residía la familia de mi futura esposa, menos mal que por aquella época los días tenían 28 horas.

 Me enteré de la noticia del fallecimiento del dictador de inmediato, ya la estábamos esperando y habíamos tenido algunas reuniones para cómo proceder según los acontecimientos. Tuve unas sensaciones contradictorias, de euforia por una parte (se abrieron unas cuantas botellas de cava), pero de gran incertidumbre por la otra, ante lo que podría suceder. Estaba acabando los estudios, montando una empresa y a punto de casarme y era lógico que me inquietase el futuro.

 Pero para que las cosas se complicasen más aun, a los pocos días, viajando en autobús (el 47) hasta la plaza de Cataluña, para probarme el traje de la boda, me desapareció un bolso con toda la documentación. El caso es que, en aquellas circunstancias, yo no podía desplazarme sin documentación. Le pedí ayuda a mi padre, que tenía un amigo que era teniente médico de la Policía Armada, hablamos con él y me hizo un Certificado Salvoconducto para que pudiese viajar sin problemas hasta Extremadura. No hizo falta, porque a los tres o cuatro días, se presentó un cartero en mi casa con la documentación, la habían depositado en un buzón de correos, solo faltaban las pocas perras que llevaba.

FRANCIS NEGRETE

Jueves, 20 de noviembre de 1975. Franco murió a las 5,25 horas. Poco más de una hora después, desde mi cama, sentí cuchichear a mis padres con tono de regocijo, pero no estaba seguro del motivo, aunque lo intuía porque sabía del estado crítico de salud del caudillo que tanto daño hizo a las familias tanto de mi padre como de mi madre. Mi padre fue condenado a una pena de 20 años de cárcel cuando aún no tenía ni siquiera los 18 años de edad y mi abuelo materno, que había sido alcalde y concejal socialista de Alburquerque, pasó por el mismo trance. Entonces ni se conocían.

  El caso es que mi madre me levantó a las 7 de la mañana porque media hora después, antes del amanecer, teníamos gimnasia con Luis Flecha en el campo de fútbol. Era mi primer año en el instituto. En cuanto me  levanté me dijeron que Franco había muerto, pero no expresaron alegría, aunque no podían disimular su satisfacción.

  En las gradas del campo de fútbol, Flecha nos dijo que no había gimnasia por la muerte de Franco, así que regresamos a nuestras casas, desayunamos, y a las 9 marchamos al antiguo instituto de la calle San Andrés. Allí nos habló uno de los profesores, Manuel Pecellín, muy feliz por la muerte del caudillo, y después el director, Ángel Zamoro, quien muy afectado y a punto de llorar nos comunicó que no habría clase durante una semana. La mayoría de los alumnos fuimos felices por eso, no por la muerte de Franco.

AURELIANO SÁINZ

El 20 de noviembre de 1975 estaba en el campamento militar de Hoyo de Manzanares, localidad de la provincia de Madrid. ¿Y qué hacía yo en un campamento militar si con lo único que había tirado a lo largo de mi vida era con los tirachinas que de pequeños utilizábamos los críos en el pueblo? Bueno, lo voy a explicar telegráficamente.

-Septiembre de 1975: Ingreso  en este campamento para realizar las prácticas de milicias universitarias, medio con el que contábamos los estudiantes como alternativa a la consabida “mili” y que todos los jóvenes, nos gustara o no, debíamos realizar.

-26 de Septiembre. Me encuentro como sargento de guardia. A medianoche un camión blindado de la Guardia Civil me pide paso para ir al campo de tiro. Al poco rato, horror, allí serán fusilados miembros de ETA y del FRAP. Tristeza infinita.

-6 de Noviembre. Franco se encuentra en situación límite. El sátrapa marroquí, Hassan II, conociendo la extrema debilidad del Gobierno español, organiza la Marcha Verde para quedarse con el Sáhara, provincia española entonces. A nosotros nos organizan para llevarnos al desierto. Soy consciente de que acabaremos como moscas por nuestra escasa preparación militar.

-20 de Noviembre. Fallece Franco, tras una larga agonía. Arias Navarro, presidente del Gobierno, sale con rostro compungido para decirnos que Franco había muerto. Yo esperaba que nos llevarían a Madrid para cubrir el recorrido que suponía se realizaría para que fuera un evento multitudinario. Suerte, pues nos quedamos en el campamento.

-20 de Diciembre. Impacientes y nerviosos esperamos la finalización de las prácticas de milicias para volver a casa. Gran revuelo esa mañana. Al poco, nos enteramos de que Carrero Blanco, presidente del Gobierno, había fallecido en un atentado. Las noticias son confusas. Temo que no nos dejarán marchar en la fecha prevista. Sin embargo, dos días después ya me encontraba en casa.

Así pues, esta es la síntesis cronológica del cuatrimestre que pasé y en el que se dieron tantos cambios en nuestro país que para un historiador sería motivo para escribir un amplio volumen.

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ANTONIO LUIS DEL POZO

Yo estaba haciendo el servicio militar en el Ministerio del Ejército, en Madrid, pero desde el 15 de noviembre me encontraba en Alburquerque disfrutando de un permiso de 15 días. Muy temprano, mi madre entró en mi dormitorio y me despertó: “Antonio, Franco ha muerto”. Me levanté rápidamente y llamé al cuartel para saber si tenía que regresar con urgencia. Un oficial de guardia me respondió: “Hombre, si quieres venir para el entierro de Franco, allá tú, pero yo en tu lugar me quedaría en casa disfrutando de los días de permiso que te quedan”. Así que volví a la cama y seguí durmiendo. La noticia no me quitó el sueño.

PEPE TOLEDANO

Yo trabajaba en la SEAT. Aquellos días las noticias corrían como la pólvora. Todos esperábamos el desenlace. Cuando se supo la noticia de su muerte, los obreros dejaron de trabajar por un momento y se armó una algarabía sin precedentes. Una inmensa mayoría brindó con cava y otros dejaron entrever su preocupación por lo que pudiera suceder a partir de ese momento.

 Por entonces la plantilla de SEAT era de 30.000 obreros y hubo algún enfrentamiento entre detractores y adictos al régimen, volviendo todo a la normalidad una vez celebrados los funerales.

EUGENIO LÓPEZ

Me enteré caminando por la calle al escuchar a alguien decir que había muerto Franco. Llegué a casa y puse la radio donde ya escuché la noticia. Al poco tiempo me llamaron de mi trabajo, en el Gobierno Civil de Badajoz, para decirme que estuviera atento, pero hay que tener en cuenta que yo era administrativo, y no ocurrió nada de nada. En mi familia todo transcurrió de lo más sencillo, como si hoy nos dijeran que ha muerto Mbappé… Y eso que mi abuelo materno y mi tío carnal murieron fusilados por los llamados nacionales en las tapias del cementerio, sin haber tenido adscripción política alguna, pero en mi casa jamás nos hablaron de ello, ni nos inculcaron odio. De hecho, ahora estoy publicando en esta revista todo lo que he recopilado de los años de la guerra civil y doy mi opinión sin que nadie pueda notarme  una apuesta por uno u otro bando. Procuro ser lo más objetivo posible. 

MOISÉS CAYETANO

El día de la muerte de Franco tenía 23 años y me encontraba en el Colegio Público de los Hogares Provinciales de Badajoz, donde llevaba ejerciendo como Profesor desde hacía poco más de un año. La noticia no nos cogió por sorpresa, porque la agonía ya era prolongada. Creo que en una de las salas de los Hogares había un televisor y allí vimos y oímos las primeras declaraciones oficiales.

  Recuerdo que los compañeros que se encontraban en la sala -todos mayores que yo- estaban muy compungidos. A mí, la verdad, es que me dejó bastante indiferente, aunque sí temía que nos recortaran la actividad que un grupo de poetas llevábamos a cabo por los pueblos de Extremadura, anticipando los “aires de libertad”. ¡Y así ocurriría, redoblándose la labor inquisitorial de las delegaciones provinciales de Información y Turismo, encargadas de velar por “la moral y las buenas costumbres”, censurando nuestros poemas!

  Al momento vendría la alegría de una semana de vacaciones extraordinarias, que me supieron a gloria. Ciertamente, mi concienciación política entonces era bastante deficiente, aunque sí eran fuertes las inquietudes sociales. Enseguida me daría cuenta de que habíamos ganado en libertades, participación, desenvoltura social, aperturismo al mundo, y llegó el momento de la concienciación e implicación política utópica, que con los años caería por los suelos.

VICENTE MARTÍN

Me enteré de la noticia en Gispert, la empresa donde entonces trabajaba. Sobre Franco tengo que decir que hizo cosas malas y buenas, y al margen de la ideología de cada uno. Además de comprobar personalmente esto que digo, también se lo escuché a mi padre, y quienes conocieron a Alberto saben que no era precisamente un “ferviente admirador” de Franco, pero tampoco era ningún sectario recalcitrante.

LÁZARO RUBIALES

El 20-N hacía 5 días que había muerto mi hijo. No recuerdo gran cosa, salvo que la gente democrática estaba contenta y, como anécdota, puedo contar que los curas de mi barrio (en Badalona), primero rezaron una oración por su alma, y una vez acabada, brindaron con cava catalán porque suponían que iba a llegar la democracia.

TEO COLLADO

Yo vivía en el campo y no estaba tan pendiente de la política como estamos ahora. Escuchábamos la radio normal y la Pirenaica. España iba saliendo de la pobreza absoluta que habíamos sufrido. Y el día de la muerte de Franco, no sé el porqué, sentí una inmensa alegría, como parte de los españoles. Pero también hubo penas, dolor y luto. Y algunos se sintieron como el preso que recobra su libertad y no sabe qué hacer o qué camino tomar.

ATANASIO PERIÁÑEZ

La noticia de la muerte la escuché por televisión al presidente del gobierno Carlos Arias Navarro. Yo estaba en Oliva de Mérida y lo crean o no, por aquellos lares-como por casi todos- no se comentó ni en fu ni en fa. Los comentarios vinieron después y perduran aún. Ustedes lo saben.

LUIS HARO FIGOLS

Me enteré de su muerte siguiendo los partes médicos. Franco dejó en 1975 menos de 500.000 parados. Entonces podíamos pagar una vivienda nueva en menos de 5 años y criar en muchos casos a más de seis hijos. Lo peor fue la fuerte política de emigración: el régimen se ocupó más de engrandecer grandes ciudades dejando a su merced a las zonas rurales. Por lo demás, en aquella época la política no me importaba nada.

JUAN TOLEDANO

Viví muy de cerca todo el bullicio de personas que deambulaban por el hospital La Paz y más de una vez fui a fisgonear, dado que vivo cerca. A partir de que Arias Navarro pronunciara la frase “Españoles, Franco ha muerto”, se daba por extinguido un sistema político muy duradero.  El proceso democrático llevaba mucho tiempo gestándose y, por fin, se pudo avanzar felizmente en un futuro más prometedor para España.

ELÍAS CORTÉS

Me cogió en Madrid, donde trabajaba en la Unidad de Estupefacientes. Estuve esperando el final de un momento a otro, formando parte de un grupo de incidencias, hasta que muy de madrugada el entonces ministro de Información y Turismo, León Herrera, leyó el comunicado médico de la muerte de Franco. Como todo estaba tranquilo, el jefe nos mandó para casa a descansar, de modo que no vi el “Españoles, Franco ha muerto” de Arias Navarro hasta la hora de comer.

  Por la tarde acudí a la Brigada, desde donde fui destinado con un compañero a la plaza de España, Palacio Real y calle del Arenal (precisamente la más interesante esos días), como parte del dispositivo que se montó a nivel nacional para detectar posibles actos contra el orden público, aunque en ese tiempo no tuve conocimiento de que se produjera ninguno. Sí vi las largas colas encaminadas hacia la capilla ardiente, en el Palacio Real, los días siguientes; y recuerdo entre las brumas de los años que se palpaba en la gente, yo incluido, cierta atmósfera de preocupación por un futuro en el que pudiéramos volver a las andadas (el fantasma de la terrible guerra incivil estaba muy presente), pero también de esperanza en que con el rey cambiaran las cosas para bien.

  El día 23 en que se celebró el funeral justo en la Plaza de Oriente, mi compañero y yo andábamos de servicio por la zona y entramos en el Palacio de la Ópera para ayudar a hacer una requisa total. Luego subimos a la terraza y desde allí contemplamos la misa córpore in sepulto, el comienzo del traslado de los restos al Valle de los Caídos y que había un gentío enorme.

  La reflexión que saqué entonces, y ahora con el conocimiento de la diferencia entre una dictadura y una democracia, es que ojalá no volvamos a repetir esas dos malditas Españas que, Dios no lo quiera, vuelvan a helarnos el corazón y puedan traernos otro dictador, de derechas o de izquierdas.

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