viernes, diciembre 19, 2025
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Premios Nobel en Alburquerque

AURELIANO SÁINZ MARTÍN

Me imagino que a más de uno le puede sonar extraño que nuestro pueblo sea nombrado por dos grandes escritores que recibieron el Premio Nobel de Literatura en dos de sus libros. Citaré, pues, a los autores y también el título de esos libros. En el primer caso, me refiero al inolvidable escritor portugués José Saramago, Premio Nobel en 1998, y, en el segundo, al húngaro László Krasznahorkai, que lo recibió en este 2025, es decir, el último que se ha concedido en esta disciplina.

Cierto que la referencia que hace Saramago a Alburquerque en su obra Viaje a Portugal es bastante breve; pero no importa, porque haber contado con la presencia de este genial escritor en este rincón de Extremadura no deja de ser un honor para nuestro pueblo. Así, tras su exhaustiva descripción de las numerosas localidades y territorios lusos, acercándonos a las últimas páginas del libro podemos leer lo siguiente:

Es verdad. Desde Marvão se ve la tierra casi toda: hacia un lado España, y allí Valencia de Alcántara, São Vicente y Alburquerque, aparte de una muchedumbre de pueblecitos… (Debo apuntar que en la edición que tengo aparece escrito São Vicente, lo que no es extraño en un portugués que tenía un enorme amor por nuestro país; al tiempo que, imagino, los pueblecitos serían La Codosera, Villar del Rey, La Roca de la Sierra…).

Pero el caso más extraño es la del húngaro László Krasznahorkai, que estuvo en Extremadura en 2008, de modo que una de las localidades extremeñas más citadas de esta sorprendente visita a unas tierras que desconocía es la de Alburquerque. Esto ha sido comentado en el número 156 de Azagala, es decir, el último editado por esta ya veterana e imprescindible revista.

A mí me chocó enormemente que este escritor, tan poco conocido en nuestro país, aunque se habían editado varias de sus obras traducidas al castellano, hubiera estado en nuestro pueblo, por lo que me sentía impaciente en recibir este número de Azagala y leer lo que se decía de su visita. “¿Qué se le había perdido en nuestra tierra a un autor tan difícil de leer, pues sus párrafos son larguísimos, sin que utilice los puntos y seguidos ni los puntos y aparte en la mayoría de sus libros?”, me decía para mis adentros.

Una vez que leí el artículo, empecé a comprender algo de su presencia en tierras extremeñas. Como esta historia la explicaba el escritor húngaro en El último lobo, inmediatamente encargué el libro en la edición patrocinada por la Fundación Ortega Muñoz que fue la que le invitó a venir. Cuando lo tuve en mis manos, me entregué con entusiasmo y atención a su lectura, pues, tal como indico, no es un escritor fácil de leer, más aún en estos tiempos en los que predominan los mensajes cortos.

Resulta complicado hacer una síntesis de un texto en el que se unen de manera continua la voz del narrador y el pensamiento del propio escritor como si fueran un río cuyas aguas no descansan hasta que alcanzan el mar en las que desembocan. En cambio, sí me parece oportuno entresacar algunas de las líneas en las que hace referencia a Alburquerque y que comienzan a aparecer hacia la mitad del texto.

…hizo un gesto de disgusto con los labios, lo esencial era que el agente forestal los esperaba a las cuatro de la tarde en un restaurante de Alburquerque, dijo levantando todavía más la voz, como si eso ayudara, pero ya no hacía falta, él ya entendía, sí, el hombre con el que iban a encontrarse en Alburquerque era un agente forestal, que, según decían, conocía perfectamente el territorio…

Como podemos intuir el territorio al que se refería era el de la Sierra de San Pedro. Allí, posiblemente, pudo haber algunos lobos décadas atrás; aunque, cuando vino el escritor húngaro, ya habían desaparecido definitivamente.

… pero de verdad sólo cuando, regresando ya por la carretera de Alburquerque bajo el cielo más y más oscuro, José Miguel explicó que el macho joven desapareció hacia la frontera portuguesa, según se desprendía de las huellas…

El escritor pudo comprobar que, a pesar de las líneas artificiales que separan los dos países de la Península ibérica, los territorios hispano y luso tienen una clara continuidad especialmente en la zona de la Raya.

la historia, sin embargo, no concluyó allí, sino que primero dieron un amplio rodeo para inspeccionar brevemente el punto entre los kilómetros 30 y 31 de la carretera hacia Badajoz, luego volvieron a entrar en La Gegosa y, sin recibir explicación alguna, visitaron un lugar situado junto a un pequeño lago, y después regresaron a Alburquerque…

Hay un par de errores en el texto de Krasznahorkai. Uno de ellos es cuando dice que las fincas extremeñas estaban separadas por alambradas, cuando lo habitual es que sean por muros de piedra. También, como acabamos de ver, habla de un “pequeño lago” al referirse al pantano de la Peña del Águila. Pero esto son detalles que no desmerecen el valor El último lobo.

Finalmente, volviendo al principio, quiero apuntar que cuando pensé en la ilustración de este artículo sobre las tierras que rodean Alburquerque, me vino a la mente la espléndida fotografía de Carmen Martín, que es la que seleccioné. En ella, y a lo lejos, se intuye, bajo un intenso azul del cielo, la leve imagen de la villa contemplada desde unos terrenos, recios y cargados de vida, que bien expresan la piel de los campos extremeños en los que hubo un tiempo habitados por el lobo.

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