miércoles, octubre 8, 2025
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VIDA Y OBRAS DE ELENA FORTÚN (8). Feminista militante, republicana y contraria a la violencia ante lo religioso

ELÍSABETH GARCÍA ROMÁN

Encarna se metió de lleno en el feminismo militante y se hizo amiga de Benita Asas, el alma del movimiento feminista en España. Ésta lanzaba una revista “El pensamiento femenino”, en la que le pidió colaboración, pero al ser sin compensación económica y Encarna, haber descubierto ya la espléndida sensación de saberse económicamente libre, prefirió trabajar para la “Unión Femenina Barcelonesa”.

   Su marido, Eusebio, se sintió incómodo porque la gente leyera los artículos de su mujer (que ya empleaba el seudónimo de Elena Fortún) más que los suyos, a pesar de que los de él eran más eruditos y literarios, pero los de ellas presentaban una gracia y espontaneidad que no tenían los de él.

   Eusebio siguió estrenando teatro y escribiendo novelas y comedias, pero sus estados de ánimo eran cíclicos, aunque la moral le subió cuando entró a formar parte de la compañía de teatro de Valle Inclán. Encarna fue a verle algunas veces y le pareció que lo hacía muy bien. El grupo se llamaba “El cántaro roto” y tuvo un enorme éxito de prensa y público, en unos años en que la afición al teatro era muy fuerte en Madrid.

   Mientras tanto Encarna, a pesar de que no paraba de trabajar y dormía solo cuatro horas diarias, empezó a estudiar Biblioteconomía, además de impartir clases de técnicas del cuento infantil y narración oral. Estaba a punto de organizar la primera biblioteca infantil que se creaba en España. Además, investigaba en la historia del cuento infantil y su trayectoria a través de los tiempos para optar a una beca en el “Centro de Estudios Históricos”, dirigido por Ramón Menéndez Pidal. La esposa de éste, María Goyri, colaboraba con su marido en la búsqueda del espíritu popular a través de los romances de tradición oral y ahí puso también Encarna su granito de arena con su maravilloso libro de Canciones infantiles.

   A través de Salvador de Madariaga, conoció a Manuel Aguilar, que en 1929 empezó a publicar los libros de Celia y más tarde le encargó la dirección de toda la publicación infantil de la editorial. Además, escribía comedias infantiles que de momento sólo se

representaban en teatros privados. 

-Sueños republicanos. Madrid, 1931-1936

La manera de pensar y de sentir de Encarna la habían convertido en una apasionada republicana, entre otras cosas porque vio como durante la República empezó a dignificarse la situación de la mujer y porque estaba convencida de que ésta solucionaría los enormes problemas sociales del país.

   Con el dinero que había ganado con sus libros, Encarna pudo comprarse un hotelito en la Colonia de los Pinares, en las afueras de Madrid, una zona puesta de moda entre los intelectuales. Es la casa donde viven por temporadas Celia y su padre en “Celia en la revolución”.

   Mientras tanto, Elena podría ganar mucho más dinero si cambiara de editorial, pero no quería traicionar al editor de sus primeros libros. Le ofrecieron el doble por sus obras, pero ella, que en el fondo era una romántica, no se dejó tentar y siguió con Aguilar. Nunca sería buena comerciante.

   Coincidiendo con la feria del libro de 1934 salió el segundo tomo de Celia, “Celia en el colegio”, que fue un gran éxito como el primero. Había terminado sus estudios de bibliotecaria y no paraba de trabajar, pese a lo cual no había dejado de engordar, algo que siempre le horrorizó: 65 kilos eran demasiados para su metro cincuenta y siete de estatura.

   Ella no se sentía ninguna de las cosas que, por calificación, le correspondían: ni madre, ni esposa, ni ama de casa, ni señora mayor, a pesar de tener 48 años. El hecho de tener más de mil amigas de entre 12 y 15 años le daba la sensación de tener menos edad.

   Por su parte, su hijo Luis, que había estudiado Derecho, sacó unas oposiciones de Inspector del Estado de Ferrocarriles y se casó con su novia Ana María.

   Encarna era muy feliz, pero las circunstancias en que se desenvolvía la vida en España no permitían hacerse muchas ilusiones respecto a la estabilidad de la situación. Encarna, que se había apartado de la religión oficial española, no estuvo sin embargo de acuerdo con la violencia que se desató contra todo lo religioso y que se resolvió en atroces asesinatos y en incendios indiscriminados. Su marido firmó la promesa de adhesión y fidelidad a la República y enseguida pidió el retiro, causando baja en el ejército.

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