sábado, diciembre 14, 2024
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La muerte de Abel

Por AURELIANO SÁINZ

Hay crímenes que nos conmueven profundamente porque rompen todos los códigos y esquemas morales con los que vivimos la mayor parte de los seres humanos, y que son el resultado de los muchos siglos por los que se han tenido que transitar hasta lograr afianzar, en gran medida, unos principios éticos que en la actualidad los consideramos como si fueran naturales.

No obstante, a pesar de esa convicción interna, lo cierto es que cada cierto tiempo se nos informa por los medios de comunicación de sucesos que nos asombran y nos indignan profundamente, de modo que la tristeza, la rabia y la impotencia se entremezclan cuando se nos describen los hechos que rodearon a esos terribles delitos.

No nos cabe la menor duda que, dentro de esos crímenes, los más horrendos son los que se producen en el seno o entorno familiar, especialmente cuando son los más indefensos, es decir, niños las víctimas, al tiempo que sus agresores se han movido por las pasiones generadas por unos celos patológicos.

Serían numerosos los casos a los que podríamos acudir. De todos es conocido, por ejemplo, el de José Bretón que no dudó en asesinar a sus dos hijos de corta edad como venganza por los celos que sentía hacia quien había sido su mujer. Y más cercanos a las fechas actuales se encontraría el terrible caso de Ana Julia Quezada, que asesinó al pequeño Gabriel, el hijo de su pareja de entonces.

Esta unión de celos y venganza en el seno de la familia o en las relaciones familiares es un mal que, aunque excepcional, se repite de manera reiterada a lo largo del tiempo, puesto que a veces nos llegan noticias de asesinatos de mujeres por parte de sus exparejas y ante la presencia de sus hijos pequeños.

Reflexionando sobre lo expuesto, cabe preguntarse: ¿Son los celos y los deseos de venganza dos de las pasiones más profundas que anidan en lo más hondo de hombres y mujeres y que, ocasionalmente, pueden conducir a los crímenes más espantosos? ¿Son los principios morales o éticos en los que estamos formados los frenos más eficaces para controlar los impulsos que nos pueden conducir a rechazar los deseos de venganza ante duras afrentas que pudiéramos sufrir?

Sobre la primera pregunta, y si nos atenemos a los textos de la antigüedad, especialmente, a los relatos bíblicos (que, como bien he apuntado, se pueden entender de forma simbólica), podríamos afirmar que los celos y los deseos de venganza son las pasiones humanas más arcaicas, ya que se expresan con toda nitidez en la narración de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín.

Reflexionando sobre estos sentimientos, y acudiendo a los relatos que han configurado en gran medida el pensamiento occidental, me ha parecido oportuno, dentro de la serie Vivir la Historia y la Cultura a través del Arte, abordar también el significado de aquellas imágenes pictóricas, construidas a partir de los textos bíblicos, que han quedado plasmadas en magníficos cuadros y que hoy podemos contemplar en distintos museos.

Ciertamente, si visitamos algunos de los grandes museos de arte europeos comprobaremos que a partir de algunos de los cuadros expuestos se puede rastrear la historia de las ideas, las doctrinas, las normas y las pasiones que durante siglos fueron las predominantes en la mayoría de la población. Son creencias que, en su mayor parte, nacieron a partir de los relatos bíblicos o que tuvieron sus orígenes en las mitologías de la Grecia o Roma clásicas.

Y nada mejor que comenzar a entender las ideas, creencias, mitos y pasiones humanas tomando como punto de partida de La muerte de Abel. Las razones por la que he elegido esta obra, aparte de las expuestas, son de tipo familiar, y también por el hecho de que en Alburquerque algunos portan el nombre de Abel, uno de los primeros nombres masculinos de raíces bíblicas que se les asigna a los niños (ya que el de Adán es muy inusual).

Brevemente expondré los argumentos del primer crimen de la historia (tomando como referencia el relato de la Biblia), ya que todos hemos escuchado la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. También que, una vez fuera del estado de inocencia en el que vivían, concibieron a un hijo al que pusieron el nombre de Caín; más tarde nacería el segundo hijo que recibió el de Abel.

En el Génesis (libro IV, 8) se nos dice que Abel era pastor, al tiempo que su hermano mayor cultivaba la tierra. Ambos dos hacían sus ofrendas a Dios: Caín con los frutos de la tierra y su hermano Abel lo hace con la grasa de los corderos de su rebaño.

En el texto no se dan razones de por qué al poder divino las ofrendas del segundo le eran gratas, mientras que las de Caín eran rechazadas. Esta discriminación, bastante arbitraria en nuestra mentalidad actual, fue el origen de los enormes celos que se despertaron en Caín hacia su hermano. “Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín sobre su hermano Abel y lo mató”, según reza en el texto bíblico, sin que se especifique con qué instrumento comete el crimen.

De inmediato, la cólera divina pesó sobre la conciencia de Caín, por lo que acaba declarando que “mi culpa es demasiado grande para soportarla” y “cualquiera que me encuentre me matará”.

Tras quedarse solos, Adán y Eva posteriormente conciben un tercer hijo al que ponen el nombre de Set, uno de cuyos descendientes será Noé, destinado a convertirse a su vez en antepasado de todos los hombres después del Diluvio Universal.

A lo largo de la historia del arte, la muerte de Abel a manos de su hermano Caín ha sido representada de dos modos distintos: uno de ellos en escenas en las que aparecen ambos hermanos solos y otro con la presencia de la figura de Dios que contempla y enjuicia el crimen cometido.

Dentro del primer modo se encuentra el cuadro de Tiziano (1490-1576) que muestro en la portada del artículo. El pintor italiano, uno de los favoritos de Felipe II, realizó La muerte de Abel entre 1542 y 1544, encontrándose en la actualidad en la iglesia de Santa María de la Salud de Venecia.

En la obra, Tiziano nos presenta a dos hermanos fuertemente musculosos y atléticos, tal como correspondían a las pinturas italianas de entonces. En un primer término aparece Abel con la cabeza ensangrentada, al tiempo que es aplastado contra el suelo rocoso por el pie izquierdo de su hermano. A su vez, Caín se muestra en contrapicado, descargando con toda su furia el arma homicida contra Abel. Al fondo de ambos aparece un humeante altar de los sacrificios, como recuerdo del motivo del primer fratricidio.

Otro de los lienzos, en el que únicamente aparecen Caín y Abel junto al altar de los sacrificios, es el que realizó el pintor alemán Peter Paul Rubens (1577-1640), dentro de la estética del barroco, predominante por aquel entonces en el arte religioso, tras la Contrarreforma que lleva adelante la Iglesia católica.

El cuadro puede contemplarse en la Courtauld Gallery de Londres. A mi modo de ver, no es de los mejores cuadros de este gran pintor, dado que las figuras de Caín y Abel se muestran muy forzadas, formando entre ambas una especie de arco para expresar el movimiento, tan característico del estilo en el que se inscribe Rubens. Quizás el autor, en ese intento de dejar espacio suficiente, buscara que el altar de los sacrificios que ambos ofrecían a Dios se apreciara con total claridad, como acontece en este caso.

La segunda modalidad, tal como he indicado, es aquella en la que tras cometer el crimen Caín se enfrenta a la pregunta que le hace Dios acerca de su hermano. Ya sabemos la respuesta del fratricida y la maldición que recae sobre él y sus descendientes.

En esta línea, en la que se muestran al autor del crimen, a la víctima y al juez supremo, se inscribe el cuadro del también pintor italiano Pietro Novelli (1603-1647), obra que se encuentra en la Galería Nacional de Roma.

El enfoque que plantea Novelli es muy distinto al de Tiziano y Rubens: en primer término, aparece Abel, yaciente en el suelo, al tiempo que Caín, aterrado por el crimen que ha cometido huye de la escena del delito y de la mirada de Dios, que surge en medio de un remolino oscuro de aire. Un Dios que, en cierto modo, se muestra más bien triste y apesadumbrado que irritado y vengativo, ante la visión del terrible hecho de las dos primeras criaturas engendradas, tal como se relata en el Génesis.

Quiero cerrar esta presentación del estudio de los celos y el consecuente deseo de venganza como las pasiones más arcaicas de los seres humanos, tomando el relato bíblico de la muerte de Abel, mostrando un cuadro que puede contemplarse en el Museo del Prado. Se trata del lienzo realizado por el pintor flamenco Michiel Coxcie (1499-1592), que realizó en el año 1550, en plena madurez pictórica.

A Michiel Coxcie, poco conocido en nuestro país, se le apodó en su tiempo ‘el Rafael de los Países Bajos’, aunque a mi modo de ver queda a bastante distancia de la brillantez creativa del pintor y arquitecto italiano Rafael Sanzio.

En este lienzo, el pintor de Flandes muestra también, en un primer término y con un gran escorzo, a Abel desnudo, al que únicamente le tapa una quijada de asno, instrumento que a Caín se le comienza a adjudicar a partir de la Edad Media, puesto que en el Génesis no se indica con qué instrumento mata a su hermano.

Más lejos se encuentra Caín, que, también desnudo, intenta ocultarse a la mirada de Dios que se le aparece envuelto en una nube y acompañado de dos querubines.

Y es que los remordimientos, estén o no basados actualmente en creencias religiosas, posteriormente surgen con intensidad en la mente del agresor, de ahí que ya en el propio relato bíblico Caín manifieste “mi culpa es demasiado grande para soportarla”, puesto que el recuerdo de la víctima acompaña al homicida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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