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REFLEXIÓN DOMINICAL: Demasiao pal cuerpo

Por ANTONIO L. RUBIO BERNAL

En aquel país las contradicciones estaban, por su continuidad, siempre a flor de piel: lo mismo realizaban la mayor proeza –por ejemplo, una Transición que muchos calificaron de “modélica”-, que la “cagaban” gestionando la pandemia del COVID-19 –país europeo con más sanitarios infectados-; quizá por ello -a las cagadas me refiero-, en su día, uno de sus grandes poetas, quizá el más emblemático –un tal Machado (1875/1939), tocayo de quien esto escribe-, lo calificase “de charanga y pandereta”.

Corriendo sus años treinta (1930), como ahora en el veinte (2020), ya coexistían en él las dos Españas socioeconómicas, cohabitando en su seno ciudades y núcleos industriales con zonas rurales dedicadas a la agricultura y la ganadería. Por así decirlo, las primeras representaban su versión “progre”, mientras que las segundas, el mundo rural empobrecido, y ahora despoblado, su versión “retro”. Tanto entonces como ahora, el “país” –los calificativos añádalos cada cual- carecía de proyectos políticos juiciosos y admisibles para estas dos realidades tan diferentes, si no opuestas, y difícilmente reconciliables.

Digamos que socialmente por entonces convivían en su seno clases medias urbanas, obreros con cualificación, propietarios reaccionarios y jornaleros revolucionarios; en la actualidad cuenta con una minoría de clase alta, un colectivo demasiado numeroso de políticos, mucha clase media, funcionarios por doquier –más de 2.5 millones- y mucha, mucha gente subsidiada –casi el 60% de la población adulta-.

Gobernada en los treinta por una coalición de republicanos y socialistas, con enormes pretensiones de reformar todo, la coalición del veinte, formada por las mismas ideologías, pretende exactamente lo mismo, coincidiendo ambas incluso en la falta total de experiencia en gestión, que en el veinte conlleva la necesidad atroz de crear comisiones de expertos y nombrar asesores –que en la mayoría de los casos quedan en el anonimato- para que con su “sabiduría” iluminen, si ello fuese posible, las mentes nada despejadas de ministros, secretarios y subsecretarios que jamás han pisado una empresa y no tienen ni caraja idea de cómo se gestiona ni lo público ni lo privado. Si por entonces se la dieron con queso los rusos, en el veinte se la dan con jamón los vendedores, comisionistas e intermediarios del material sanitario, por ejemplo.

En los desafíos planteados sí coincidían en varios asuntos: la necesidad de enfrentarse a la cuestión catalana por el empeño de ERC de proclamar unilateralmente una república catalana; las medidas de protección social, que si bien antes se encaminaban a determinar la duración de la jornada laboral, en el veinte se otorgan a tutiplén sólo por el hecho de existir; la secularización de las escuelas, que si bien antes la tomaron con la desaparición de la enseñanza privada por su vinculación con la Iglesia, en el veinte, igual pero con unas relaciones Iglesia-Estado, con Calvo al frente, nefastas.

La curiosidad vino por las reformas deseadas. En los treinta la necesidad obligaba a reformar el aparato del Estado; en el veinte, sin necesidad, pero con el mismo deseo,  se transforman Direcciones Generales en Ministerios, creando incluso los innecesarios, con ministros nada doctos en su ramo –meten la gamba cada dos por tres-; los subsecretarios de estado, sin ser funcionarios, se nombran a dedo, existiendo una intención descomedida en controlar todo y a todos, una falta total de transparencia –al carajo su Portal-, supresión de la libertad de expresión e información, y, por si fuera todo ello poco, con mentiras –“bolas”, las llamamos aquí- a mansalva.

Por entonces se pretendió reformar la estructura social del país con leyes de protección; en el veinte hacen de la protección social su bandera de progreso, olvidando que no crear riqueza a lo único que lleva es a repartir miseria, obviando la desmotivación laboral. Por entonces se consiguió una gran conquista logrando el voto electoral de la mujer, en el veinte el feminismo está cotizadísimo y radicalizado -Dios te libre por la opinión discrepante-. Por entonces, la Ley de Reforma Agraria, con su expropiación de latifundios y distribución posterior de tierras entre los campesinos, fue la estrella del programa, habiéndose limitado en el veinte al requisito de 20 jornadas trabajadas para gozar del cobro posterior de subsidio, faltando mano de obra para el campo –esa es otra-, y con un Ministerio al frente que no da soluciones. Por entonces, dada su frágil economía (PIB rebajado un 10%, Inversión un 35%, Exportación un 25%), se pasó de un presupuesto de balances positivos a déficit acumulados; en el veinte vivimos sin viso de presupuestos –“en calvario” convertidos-, una cifra de paro prodigiosa, un déficit asombroso, la deuda por las nubes y una gran conflictividad social que aún está por llegar –si llega a gobernar el PP ya hubiesen tomado la calle-.

Tras noventa años transcurridos, campando a sus anchas la ignorancia no sólo histórica, dudo yo, humilde mortal, que los jóvenes, aunque su país naufrague a la deriva, aprendan algo de “nuestra” Historia. Igual da que Martín Aceña dijese que la “década de 1930 fue un desastre”, o servidor vaticine que “2020… serán un descalabro”. De cualquier modo, relea el título y quédese con “las ráfagas de claridad que irradian las palabras escritas”, como bien dijese Gabo.

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Foto 1: Gobierno de la Segunda República.

Foto 2: Consejo de ministros del gobierno actual.