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Carta de Luis Landero a Paco Rabal hablándole de Alburquerque

Hace 5 años, con motivo del 30 aniversario del rodaje en Alburquerque de “Los santos inocentes”, dedicamos a este tema cuatro páginas en el número 59 de AZAGALA, y, entre los reportajes, publicamos una carta que nos cedió Luis Landero y que el escritor alburquerqueño envió por fax a Paco Rabal, quien contactó con él para que le hablara de Alburquerque, con el fin de preparar el pregón que el gran actor pronunció en las fiestas patronales de nuestra villa en 1996. Por su interés, por tratarse de un documento para la historia, y por ser una auténtica delicia, reproducimos aquel escrito de Landero remitido a Rabal.

“Querido Paco, en este pueblecito de Soria, desde donde te escribo, no tengo otro medio de escritura que la pluma: así que procuraré hacer la letra clarita para que entiendas bien las cosas sin importancia que tengo que decirte. Y digo sin importancia porque cada día tengo más claro que lo que a la gente de verdad le gusta es que la quieran, y que el mejor pregón posible son unas cuantas frases de amistad y cariño. Pero, en fin, por si de algo sirve, aquí te mando unas notas para que conozcas un poquito mejor mi pueblo.

Alburquerque (su etimología es “albur querqus”, que quiere decir “encina blanca”) tiene, como sabes, uno de los castillos más bonitos de España. Es un castillo fronterizo que se construyó en el siglo XIII y que unas veces fue moro y otras cristiano. También hubo allí bastantes judíos. Yo provengo de una familia de judíos puros, hojalateros ambulantes, que se instaló en Alburquerque en el siglo XIII. En la Villadentro (que es el núcleo urbano primitivo) hay restos de lo que fue una judería de cierta importancia. Te cuento esto porque yo a mis paisanos les diría queridos amigos, o mejor aún queridos hermanos, porque hoy más que nunca es necesaria la hermandad, creo yo. Ahora que anda medio mundo a la gresca por rifirrafes de religión, de raza, de nación, de lengua y de otras puñetas, yo recordaría que en Alburquerque, y en algún prodigioso momento histórico, como ocurrió en Toledo y en muchos otros sitios, estuvieron y convivieron pacíficamente los judíos, los moros y los cristianos. Luego todo se jodió por la maldita intolerancia de siempre, pero hubo un momento mágico que habría que recordar como ejemplo y advertencia para nuestros días.

Y hablando de tolerancia y de su contraría, te voy a contar una anécdota que apenas sabe nadie. Yo diría que solo lo sabemos Ricardo Domenech, el estudioso del teatro, que fue el que me la contó, y un servidor. Y es que resulta que uno de los hombres más progresistas e ilustrados y tolerantes que ha dado este país, Mariano José de Larra, murió en brazos de un alburquerqueño. Ese nombre se llamaba Landero (no me acuerdo del nombre, pero viene en las enciclopedias), y es uno de los dos antepasados ilustres que yo tengo (el otro es fue obispo en el virreinato de Méjico en el siglo XVII). Y digo ilustre porque fue Ministro de Justicia. Él vivía en el mismo inmueble que Larra, un piso por cima, y fue el primero o el único que oyó el pistoletazo. Así que bajó a toda prisa y llegó a tiempo de que Larra diera en sus brazos el último suspiro.

Otra cosa, que tú conoces muy bien, y que no sé si vendrá a cuento para un pregón, es lo siguiente. Cuando yo era niño, cuando no había televisión, la gente hacía corros (en invierno alrededor de la lumbre y en verano al fresco de la calle) y se contaban historias. Yo creo que me hice escritor oyendo esas historias. Eso, naturalmente, se ha perdido. Alguien dijo que la peor catástrofe cultural de este siglo es la extinción de la cultura campesina, que es una cultura milenaria, que no está encomendada a los libros sino a la memoria, y como la gente ya no se reúne para hablar cada día, pues se ha roto la cadena en la transmisión oral. Yo les aconsejaría a los jóvenes que de vez en cuando fueran a oír y escuchar a los viejos, y a recoger sus experiencias y su voz, para que esa cultura que tantos siglos costó forjar, no se perdiera del todo. Ahora bien: yo no sé si esto es más propio de una conferencia que de un pregón.

En el pueblo hay un lugar que se llama “Las Laderas”, que es un paseo sembrado de eucaliptos que bordea el castillo, y donde de día van los viejos a tomar el sol o el fresco y a hablar de sus cosas, y de noche las parejas de novios a hacer de las suyas. De modo que allí se juntan lo que fue y lo que será, y unos hablan del pasado y otros del porvenir. En “Las Laderas” está la vida desplegada en todo su tiempo, y su esplendor y su fatalidad, en su hoy y en su ayer, como en las poesías de don Antonio Machado.

Te he hablado un poco del castillo, dela Villadentro y de Las Laderas. Luego están las iglesias, cómo no, y algunas casonas de indianos, y poco más. Y es que en Alburquerque es la gente, y no las cosas, lo que hace al pueblo, y lo que le da carácter y singularidad. Y lo mismo pasa con las ferias (allí siempre se ha hablado de ferias, no de fiestas). Antes, en mi niñez, con las ferias llegaban de golpe todas las maravillas del mundo: las traían los viajantes, los turroneros, los faranduleros. Tú eso seguro que lo sabes muy bien. Pero ahora, con la televisión y la facilidad de los viajes, la capacidad de asombro ha disminuido, y las maravillas las tiene que aportar la gente, las tiene que buscar cada cual en su corazón. Y a mí me parece (no sé si será pasión terruñera) que Alburquerque es un pueblo que sabe gestionarse muy bien sus propios prodigios.

iQué más te puedo contar! iSu gastronomía! Es la típica extremeña: migas, gazpacho, cachuela (que es sangre frita con cebolla), prueba de cerdo (carne magra guisada con un poquito de pimentón), criadillas de tierra en primavera, cochifrito, buche (que es lo más típico y se trata de la careta, la lengua, la oreja y el rabo del cerdo, embutido todo en una tripa enorme, del tamaño y la forma de un melón), el pestorejo (que es lo mismo pero en vinagreta), la caldereta de cordero. Y el vino, claro está. Hay muy pocas viñas, pero el suelo (un poco arenoso) y no sé qué otro misterio, hacen un vino estupendo y muy original. Según la guía de vinos publicada por Alianza Editorial, el de Alburquerque viene a ser el mejor de Extremadura.

Y, si te parece, también podrías tener un recuerdo para los que no están, pero están desde la nostalgia: los emigrantes. Mi pueblo llegó a tener unos 12.000 habitantes. Ahora tiene algo más de 6000. Y es que somos muchos los alburquerqueños diseminados por esos mundos de Dios.

Respecto a la Virgen de Carrión, que es la patrona del pueblo, no sé qué puedo decirte, entre otras cosas porque yo soy poco devoto. Hay una ermita preciosa, muy blanca, de arquitectura colonial, con plaza de toros, y en una pradera al lado del río Gévora. Está a unos 8 o 9 kilómetros del pueblo. Mucha gente se casa allí, y el día grande de las ferias consiste en una romería multitudinaria a la ermita.

Y, en fin Paco, que ya no sé qué más contarte, y ni siquiera sé si todo esto te será de alguna utilidad. Ojalá que sí. Pero yo te digo otra vez que les cuentes a mis paisanos cómo estuviste un tiempo en Alburquerque y te sentiste como en casa. O hazles unas coplas de esas tan lindas y verdaderas que tú sabes hacer. Hagas lo que hagas seguro que va a estar muy bien. Y nada más, un abrazo muy fuerte, y otro para Asunción”.

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FOTO 1: Paco Rabal, con Antonio, Benito Rabal, Andrés Ventura, Esteban Santos, Juan Fernández, Ángel Montero y Juan Diego. En la finca El Zajarrón, donde se rodó gran parte de la película.

FOTO 2: Luis Landero, hablando con Vicente Martín, miembro del Consejo de Redacción de AZAGALA.

FOTO 3: Ermita de Carrión.