ELÍSABETH GARCÍA ROMÁN
-Sueños de desengaño. Madrid, 1949
Durante mucho tiempo, Encarna se sintió culpable de la muerte de su marido y trató por todos los medios de que Luis, que también se sentía culpable, no se enterara nunca de que su padre se suicidó, además de tratar de averiguar qué llevo a Eusebio a tomar la decisión de quitarse la vida. El mayor remordimiento de ella era haberle dejado solo, pero era la única que podía tramitar la vuelta de Eusebio a España. Por otra parte, Luis insiste en que vaya a Estados Unidos porque la necesitan porque América les ha materializado y tienen miedo a la vejez y a la muerte sin una religión o una filosofía mística que los sitúe entre el cielo y la tierra…

A Encarna, la idea de ayudar a su hijo es lo único que puede darle ánimo para seguir con vida. Se da cuenta de que no es capaz de vivir para ella y de que si no vive para otro la vida no tiene sentido.
Encarna decide regresar a Argentina y desde allí ir posteriormente a Estados Unidos para pasar una temporada. No quiere volver más a Madrid.
-Sueños de amargura. Estados Unidos, 1949
Al llegar a Buenos Aires, donde la esperaban sus amigas, supo que no podía entrar en su casa por estar precintada, pero ella hizo caso omiso y comprobó que todo estaba como si acabaran de sacar el cuerpo de Eusebio. La cama deshecha, las zapatillas de su marido al lado, en la cocina los platos sin fregar… A pesar de ello y ante el espanto de sus amigas que le advertían de que aquello podía costarle la cárcel, se quedó a vivir allí.

Con el tiempo vendió los muebles y renovó toda la casa para evitar la angustia de tantos recuerdos.
Estaba contenta de haber regresado porque comprendió que ya no podía vivir en España: adoraba el suelo español, pero no su espíritu, y así era imposible la vida. En Buenos Aires sentía una impagable sensación de libertad y tenía aún más fe en aquella iglesia filosófica y sana. Le gustaría que sus últimos días fueran armoniosos, sin lucha y sin rencor, y se había dado cuenta de que esto sólo lo podía tener en Argentina.
Mientras tanto, Luis la reclamaba insistentemente y buscó la mediación de Inés para que marchara a Estados Unidos y se quedara con su hijo, la única familia que le quedaba. Inés lloraba al pensar en la posibilidad de que se quedase en Estados Unidos para siempre y de que no volviera a verla nunca más, pero comprendía la llamada angustiosa de Luis.

Mientras se debatía internamente acerca de su futuro, no podía dejar de escribir porque tenía el encargo de terminar tres libros para Aguilar. Iban a publicar Celia institutriz, Mila y Piolín y Celia se casa por capítulos en la revista madrileña Fotos.
Finalmente, dos razones la convencieron de que se fuera a Estados Unidos: las cartas de Luis y el consejo de Inés.
Antes de partir mandó el cuerpo de Eusebio a Madrid para que fuera enterrado. Ella sola, con cuatro mozos, había sacado el féretro del panteón argentino donde estaba.
De todos modos, dejar el piso de Buenos Aires no fue tan doloroso como pensaba. Sacó todo aquello que supuso podía importarle a su hijo, vendió todo lo que se podía vender y el resto lo dejó allí. Y así rompió los lazos que la unían a Argentina. Ya sólo le quedaba Inés, pero aquel lazo no se rompería nunca.
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