ELÍSABETH GARCÍA ROMÁN
-Sueños revolucionarios. 1936
El 16 de agosto de 1936 apareció un artículo sobre los hijos de quienes estaban en el frente. No tardaron en presentarse profesores de la Escuela Plurilingüe, dependiente de la Institución Libre de Enseñanza, ofreciendo un edificio donde daban clases durante el curso para albergue de los niños de Chamartín. Se trataba de una casa espléndida que antes de 1931 había sido residencia de los jesuitas.
El Comité de Abastecimiento de Chamartín se hizo cargo del acondicionamiento del local, los comerciantes regalaron sábanas, manteles y toallas, y los miembros del Comité, entre los que estaba una emocionada y entusiasta Encarna, descargaban los paquetes y colocaban su contenido.
En el albergue había niños de familias obreras y niños de clase media, que llegaron un poco más limpios, pero igual de depauperados y hambrientos.

Allí, con Encarnación de Gorbea, estaban, entre otras, Laurita de los Ríos, la hija del ex – ministro, una chica andaluza, Isabel García Lorca, hermana del poeta, y Manolita, que tocaba al piano canciones populares que cantaban los chiquillos terminando siempre con “La Internacional”.
En octubre de 1936 escribió un artículo referido a las mujeres y niños procedentes de los campos de Extremadura que habían ido a refugiarse a Madrid. Estuvieron vagando por las calles, aturdidos y hambrientos, hasta que el Comité de la región les fue albergando. En Celia y la revolución habla de este grupo al que Celia conoció al visitar el Convento de Catequistas de Chamartín de la Rosa, donde acogieron a buena parte de ellos.

En mayo del treinta y siete publicó otro artículo, en el que describe los trucos de que se valían los madrileños para hacer más soportables los periodos de mayor escasez de víveres. Por ejemplo, las cáscaras de naranja: mientras unos las dejaban para encender el fuego, otros, quitando cuidadosamente la parte de color, convertían la parte blanca en unas deliciosas patatas fritas. Y si se ponían en remojo unas horas, hasta podían servir para hacer tortillas. Las hojas duras de las lechugas, que antes se tiraban, ahora sustituían con ventaja a las acelgas, o a las espinacas, en un potaje.
Guadalupe, una modista de Talavera que de la noche a la mañana se encontró sin casa y sin nada y se quedó con Celia en el hotelito de Chamartín “por la comida”, siembra zanahorias en el jardín en Celia y la revolución, y hace, con los periódicos viejos, bolas de papel mojado que luego pone a secar al sol y le sirven para encender la lumbre. ¡Porque tampoco hay carbón ni leña ni nada para quemar!

Entre tanta tragedia humana, Encarna no se olvidaba de los animales domésticos y en un nuevo artículo aparecían perros, gatos y canarios vagando por las calles, abandonados por sus dueños que, o habían muerto o no tenían qué darles de comer. En Celia en la revolución la protagonista se encuentra un perro vagabundo que la conmueve mirándola con sus ojos húmedos. Sin poderse resistir se lo lleva a la casa donde tiene una habitación alquilada, pero no le consienten que lo tenga y lo deja ir.
En uno de sus cuentos, Encarna parecía querer agarrarse desesperadamente a la fantasía para intentar remediar la horrible realidad. Eran los días más duros del hambre, una madre, que había repartido con sus vecinos lo poco que tenía comestible, llegó a
quedarse sin más que unos pocos guisantes para dar de comer a sus hijos. Al desgranar los guisantes, éstos se transformaron en unos duendecillos verdes que la abastecieron de pan, leche, miel, judías y huevos para alimentar a su prole.
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