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La primera vez que visité el castillo de Azagala

“Yo tendría unos quince o dieciséis años cuando, montados en bestias, llegamos para pintar algunas de las partes. Mi padre y yo dormíamos en el torreón”, continúa refiriéndose a la Torre del Homenaje, “cubiertos por unas mantas.

AURELIANO SÁINZ

Desde pequeño, como creo que todos los críos del pueblo, empecé a escuchar el nombre de Azagala asociado a un castillo que se nos antojaba lejano, puesto que se encontraba lo bastante distante como para disuadirnos de ir a pie. Aparte de que si a nuestros padres les llegaba la noticia de esta aventura nos “íbamos a enterar de lo que valía un peine”, tal como entonces decíamos por aquellas fechas y como frase que se utilizaba ya que servía de freno a las ideas más insensatas que nos rondaban por la cabeza.

El recuerdo más lejano que tengo sobre Azagala lo puedo ubicar en la calle Calzada; la calle donde vivía mi familia. Sería en algunas de esas noches del largo verano en las que nos reuníamos los muchachos, sentados en una de las partes en la que se ensanchaba la acera, para escuchar historias fabuladas de otros mayores que nos narraban acerca de la “mili” y que nos encogían el corazón a los más pequeños, pues nos indicaban que en el futuro todos la tendríamos que hacer y deberíamos comer lo que nos daban, nos gustase o no. Incluso insistían, con cierto regodeo, que allí hasta se comían lagartos y culebras.

El castillo de Azagala, como indico, también entraba en sus relatos. Pero las historias sobre esta fortaleza que ellos nos describían, supuestamente sobrados de experiencia, encajaban mejor en nuestras fantasías, por lo que yo, de algún modo, las acababa relacionándolas con los míticos personajes que protagonizaban nuestros cuentos favoritos, es decir, los caballeros y héroes medievales.

Tendrían que transcurrir muchos años para que esa legendaria fortaleza, que ocasionalmente la contemplábamos a lo lejos, se convirtiera en una experiencia real y tangible. Pero antes de explicaros esa tan esperada visita, quisiera apuntar que algo ya le había escuchado con anterioridad a Esteban Santos acerca del trabajo que llevó allí junto con su padre, mediados los años sesenta.

“Nos desplazamos al castillo, sin nada de comida con nosotros, ya que en Azagala vivían dos familias, en total unas quince personas, con las que podíamos comer en los días que permaneciéramos”, me apunta, para que entienda que esa fortaleza, propiedad de dos hermanos, estaba cuidada por quienes residían en ella y no se encontraba en el estado lamentable en el que posteriormente la vimos.

“Yo tendría unos quince o dieciséis años cuando, montados en bestias, llegamos para pintar algunas de las partes. Mi padre y yo dormíamos en el torreón”, continúa refiriéndose a la Torre del Homenaje, “cubiertos por unas mantas. Mi estancia allí duró una semana. Así que, una vez terminado mi trabajo, regresé a casa”. A la pregunta de cuánto tiempo continuó en el pueblo por aquellos años, este amigo me indica que era consciente de que en Alburquerque le iba ser difícil encontrarlo, por lo que pronto se encaminó hacia Madrid, que sería el sitio donde se formaría bien en su profesión.

La información que me proporcionó, lógicamente, era de tiempo muy atrás, de cuando había vida dentro del castillo. Por las fechas en las que lo visité ya sabíamos que su situación era muy distinta, puesto que ahora no vivía nadie allí, y, por los comentarios recibidos, su situación era de deterioro paulatino e imparable.

Así pues, esa primera cita con Azagala coincidió con el inicio de la nueva revista que íbamos a crear. La idea surge tras la despedida forzada de Francis de su trabajo en el Ayuntamiento, en una fecha muy cercana al fallecimiento de su hermano Fernan, debido a un inesperado accidente cuando se encontraba ejecutando una tarea. Su marcha del trabajo después de tantos años fue una de las muchas crueldades que el alcalde iba a cometer a lo largo de su mandato. No sería la primera ni la última.

Nos encontrábamos entonces a finales de 2007. Por aquellos días ambos barajábamos el nombre que le íbamos a poner. Uno de los que más nos gustaba era el de Alameda, emblemático paseo de nuestro pueblo, el mismo que al cabo de los años ha acogido cientos y cientos de historias de todos nosotros, por lo que yo me pregunto: “¿Quién no alberga en su memoria gratos e inolvidables recuerdos de este espacio privilegiado de Alburquerque?”

Pero resultó que en la provincia de Málaga existe una localidad con esta denominación, al tiempo que su revista municipal también la porta. Entonces le propuse el nombre de Azagala. Le pareció un título muy adecuado, pues era una forma de reivindicar a uno de los grandes castillos del entorno de Alburquerque.

En uno de los primeros encuentros que tuvimos en Las Alcabalas para debatir el comienzo de la revista, comenté que yo no conocía el castillo de Azagala de manera directa. Los que allí se encontraban sí lo habían visto tiempo atrás. Eduardo Maya nos manifestó que él sabía el modo de entrar: rodeándolo por uno de los muros laterales, con cierta precaución, y agarrándonos en un momento determinado a un arbusto para no caernos al vacío. A mí me pareció el momento idóneo para contemplarlo por dentro, pues eso de hablar de una fortaleza sin haberla visitado no me parecía lo más idóneo para alguien que comenzaba con un proyecto que nos ilusionaba tanto.

Y así fue. Los del grupo nos encaminados hacia la fortaleza en un todoterreno. Tal como nos indicó Eduardo, uno a uno fuimos rodeando por la parte sur hasta que pudimos penetrar sin ningún problema. Una vez dentro, recorrimos todos los espacios, comprobando el lamentable estado en el que se encontraba, especialmente, la galería que sirvió de vivienda, ya que aparecía casi derruida.

Subimos entonces por la estrecha escalera de caracol hasta llegar a la parte superior de la Torre del Homenaje. Las vistas eran sencillamente espléndidas. Un verdadero placer contemplar las grandes panorámicas que se vislumbraban, acompañadas de un silencio absoluto. Francis nos hizo algunas fotos como recuerdo de aquella tarde en la que yo descubrí la grandeza y las graves carencias de una fortaleza que necesitaba ser restaurada urgentemente si no queríamos verla en situación ruinosa pasadas algunas décadas.

En mi caso, se había cumplido con ese requisito de conocer el castillo que iba a llevar el nombre de la revista. Y, como todo proyecto cargado de entusiasmo, a la vez que de incertidumbres, vimos nacer su primer número en el mes de febrero de 2018. Como muchos podéis recordar, la presentación se llevó a cabo en el salón del hotel Machaco lleno de gente.

Allí estuvimos quienes iniciábamos la andadura. Allí, también, se encontraba un encanto de persona como es Carmen Pocostales ayudándonos a repartir los ejemplares a los asistentes. Allí comenzaría un proyecto que con el paso de los años acabó consolidándose y convirtiéndose en un referente en Albuquerque de información y cultura, tal como reza en la portada, al tiempo que de independencia y libertad.

Pero también, por aquel tiempo, comenzó la andadura de otro proyecto de resistencia y lucha: el que implicaba la defensa del Castillo de Luna ante el atroz proyecto que se había aprobado ya que suponía el transformarlo en una hospedería de lujo, sin información pública y sin consultas a especialistas de Arquitectura y de Historia.

Creo que ya conocéis, más o menos, la trayectoria de la inicial Plataforma, convertida, posteriormente, en Asociación para la Defensa del Patrimonio (Adepa). Y si ahora hago referencia a nuestra asociación se debe a que tuvimos la enorme suerte de contar con el mayor especialista de las fortalezas medievales de nuestro país, especialmente las del Reino de Castilla.

Me refiero al profesor Edward Cooper, gran conocedor de la historia del castillo de Azagala y con el que tuve largas charlas e intercambios epistolares. Esta fortaleza aparece bien descrita en los tres grandes volúmenes de “Los castillos de España”, publicados por la editorial Everest. Volúmenes en los que aparecen referenciados absolutamente todos los castillos de nuestro país, al tiempo que cuentan con el prólogo y la supervisión  de este eminente investigador.

Por otro lado, y como sabemos, en la actualidad el castillo de Azagala ha sido comprado con la intención de ser reformado para convertirlo en lugar de alojamiento.

Todavía no he podido ver el proyecto de reforma. No obstante, quisiera apuntar que, al ser una propiedad privada, tiene que recibir el visto bueno no solo de la Comisión Provincial de Patrimonio, sino que también debe ser visado y aprobado por el Colegio de Arquitectos. Esta es una gran diferencia de lo que aconteció con el proyecto de la hospedería en el Castillo de Luna, que no fue visado por un colegio profesional independiente.

No me extiendo más. Quisiera ir cerrando y no cansaros mucho. En otra ocasión volveré para hablaros de esta fortaleza medieval, tan cercana y de la que apenas sabemos de su historia. Esperemos, por otro lado, que lleguen a buen puerto las reformas de Azagala, para que algún día lo podamos visitar. Por mi parte, imagino que su reforma y apertura pueden dar lugar a uno de los focos del renacer de ese Alburquerque que tanto ansiamos, una vez que acabe la inmerecida pesadilla en la que se ve sumido nuestro querido y maltratado pueblo.