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ODIO A LOS INDIFERENTES

JUAN ÁNGEL SANTOS

“Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.” Antonio Gramsci – 1917

“Debo reconocer un cierto distanciamiento de esta vorágine informativa que ha colocado el nombre de Alburquerque hasta en la última temporada de la aclamada serie La casa de papel”

Hace poco leía una entrevista en el diario El País al escritor y profesor universitario José Ángel García Sainz al hilo de la presentación de su último libro “La vida pequeña. El arte de la fuga” en la que respondía, en estos términos a una pregunta de su interlocutor: El optimismo y la inteligencia no sé si casan muy bien. Nuestra capacidad de lo peor es muy grande. Y de elegir lo peor. Incluso a nivel político, eso lo sabemos por la historia y nos lo demostramos continuamente. Hay mucha gente con lo que yo llamo “acuartelamiento de ideas”. Tienen cuatro ideas y con ellas van embistiendo y ya está. El necio embiste siempre. Uno de nuestros grandes problemas como sociedad, y sobre todo en España, es que no estamos construyendo ciudadanos, estamos construyendo antagonistas.

Su reflexión no tiene un destinatario concreto, es uno de esos muchos pensamientos en voz alta que se dirigen al común de vecinos, pero que raramente son escuchados, tampoco leídos y, mucho menos, aplicados a sus rutinarias vidas. Alburquerque es uno de esos pueblos en los que la sordera y la ceguera frente a la realidad colectiva han sido déficits funcionales congénitos. Allí se nace sordociego no porque sea inevitable, sino porque nos da lo mismo ver y escuchar cuanto acontece por vergonzante y calamitoso que sea, y eso se hereda.

Pasear por sus calles bacheadas, sus agónicos parques y sus quebrantados paseos con un suspiro contenido que enmudece la rabia. Prestar oídos sordos al tardío canto de un coro desafinado y sospechoso en una plaza cercada por el frío, o aburrirse con los privados murmullos de lo que antes fue un griterío armónico y ensordecedor. Deleitarse con un ahora que termina, sin tener el recambio para un mañana que nunca comienza. Jugar a las cartas con el posibilismo, apostando en cada mano los pareceres ajenos y la voluntad de una mayoría que no ha dictado sentencia.

Debo reconocer un cierto distanciamiento de esta vorágine informativa que ha colocado el nombre de Alburquerque hasta en la última temporada de la aclamada serie La casa de papel. Es lamentable la situación de impagos de salarios a los trabajadores, casi tanto como la infinidad de calladas irregularidades que se esconden bajo los cimientos de este oscuro y fétido antro que es el vadillismo, al que acudían, no ha mucho, gente de la más diversa procedencia, con una venda en los ojos y una pinza en la nariz.

La indiferencia nos ha traído hasta aquí, por eso, como Antonio Gramsci, odio a los indiferentes “Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.”

¿Y si además de sordociego de nacimiento, Alburquerque sufriera el síndrome de Estocolmo? Tanto tiempo secuestrado, que igual el sentimiento general hacia los secuestradores es menos hostil de lo que se piensa o desea. Hay gente que prefiere a los chicos malotes en su relación, que saborea un cóctel de caos y eros ligeramente agitado como el martini de James Bond. Hay amores imposibles y hay amores encubiertos, los primeros son para soñadores, los segundos para oportunistas.

El peor inconveniente de ser conservador es la dificultad que uno tiene para cambiar de ideas al compás de los tiempos y de las circunstancias, de manera que los nuevos retos se pretendan afrontar con viejos sofismas y enredos, recurriendo así al socorrido gatopardismo de cambiarlo todo para que nada cambie. Resulta lamentable que en un escenario tan sombrío como el que se cierne sobre Alburquerque, hayan aflorado las viejas rencillas sociales y políticas de las que se nutren los populismos.

Hay tradiciones caducas que es mejor no conservar por perjudiciales y una de ellas es la preponderancia. El futuro inmediato de nuestro pueblo pasa por el trabajo solidario y la unidad de acción o, sencilla y llanamente, no hay más futuro que retornar al pasado. Ya sea cogidos de la mano izquierda o de la mano derecha terminaremos perdiendo.

Egoísmo e indiferencia, presente y pasado. Es posible que el régimen caiga en breve, pero el camino que resta para recuperar la dignidad perdida es muy largo y doloroso. Dejemos de construir antagonistas y construyamos ciudadanos.