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La navaja de Ockham

JUAN ÁNGEL SANTOS

A la coincidencia le pasa lo que a Dios, sirve para explicar todo lo incomprensible. Es como ese principio filosófico expuesto por el fraile franciscano, Guillermo de Ockham, allá por el siglo XIV, según el cual “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”. Si la cuestión planteada apunta dificultades, siempre encontraremos ayuda en la casualidad o en el parecido razonable, para dar un capotazo pasajero o un carpetazo definitivo al problema. Claro que no todo es tan simple como pensaba el filósofo inglés, especialmente siete siglos después de sus aportaciones.

Alburquerque y Kabul están a 8000 kilómetros de distancia, nada les vincula más allá de la pura coincidencia informativa. Una simple sincronía que une a diario, tiempos, espacios y personas aparentemente inconexas en el interior de un periódico o de una red social, en las ondas de la radio o tras las imágenes de un televisor y que constituyen el complejo rompecabezas de nuestra rutinaria y elemental cotidianeidad.

Sin embargo, a poco que hurguemos en cualquier noticia o en cualquier reportaje, encontraremos ingredientes comunes, coincidencias relevantes que, a pesar de la evidente distancia, permiten localizar algunos puntos de proximidad con otros que suceden o sucedieron tiempo atrás. Al fin y al cabo, es posible, como pensaban los antiguos europeos y las culturas orientales, que la naturaleza se resuelva en los cuatro elementos que componen la materia y que están presentes en todas y cada una de sus manifestaciones, a saber, tierra, agua, aire y fuego:

LA TIERRA representa la firmeza y la resistencia al cambio, la continuidad en las ideas, el estatismo y la inmovilidad. Alburquerque y Afganistán son lugares donde los principios, como las zarzas, han arraigado de tal manera que se han dogmatizado. A la teocracia afgana de los talibanes elaborada para analfabetos, responde la iconocracia vadillista planteada para ingenuos, rentistas y desentendidos. En ambos casos, la promesa de un paraíso final asegura un camino incuestionable en el que cada tropiezo, es justificado como una prueba impuesta por la divinidad contra la que solo cabe la resignación.

Ambos pueblos se han acostumbrado a la imposición de las ideas llegando a crear un modelo de pensamiento único con el que, una mayoría, se encuentra confortable, indiscriminada y distendida. Los derechos fundamentales no dan de comer, así que para qué cultivarlos.

Después de años de inversiones millonarias e incontables sacrificios para cambiar el rumbo y modernizar no solo las infraestructuras, también el aprisionado albedrío y la ceguera endémica, todo se encuentra peor que al comienzo. Se ha perdido el esfuerzo material y se ha consolidado la decadencia espiritual.

EL AGUA es la fluidez, la adaptabilidad, la empatía y la solidaridad… esas virtudes que nos arrancan los contados frutos de nuestra generosidad, que nos impulsan a reprimir nuestro individualismo en favor de las causas colectivas, que desatan las cándidas voces del conformismo y las convierten en gritos de protesta, que incluso sacan de sus letargos a los rostros más inexpresivos de los indiferentes.

Alburquerque y Afganistán han movido las abúlicas mentes de los que todo les resbala, de los que se pasan por el arco de triunfo cada gemido que suena en la distancia o en la casa del vecino, de los apolíticos y los asociales a los que todo les suda mientras las decisiones no rasquen su cartera, las de los fraternales de temporada que, como en la recogida del corcho, aparecen de saca en saca.

Es digno de celebración tanta alabanza, tanta condescendencia, tanta hermandad, tantas buenas intenciones y tantas denuncias, en tan poco tiempo. Como una gota fría, llega de repente, suelta una lluvia torrencial, provoca inundaciones en los medios y desparece con la misma ligereza con la que llegó.

Cuando todo pasa, los pequeños ríos se secan y el caudal de solidaridad se seca con ellos. Solo los grandes cursos de agua, solo las grandes causas, empujan el sentimiento colectivo. Los regatos y las escorrentías quedan para la época de lluvias, algunas, incluso, desaparecen y terminan siendo olvidadas hasta por las vacas que las utilizaron de abrevadero.

¡Ojalá, lloviera a gusto de todos y la solidaridad, como el agua, llegara a todas partes en todo momento!

EL AIRE es la libertad, el librepensamiento, las ideas, el entendimiento y la opinión, todo eso que en Afganistán y en Alburquerque vuelan con las alas cortadas. El aire que respiramos para vivir, el que limpia los malos augurios y se lleva consigo a la tormenta, el aire que se renueva con cada puerta o cada ventana que abrimos. El aire que susurra con dialectos prohibidos y pronuncia con voz tenue la palabra libertad, el mismo que se amarra para que siempre sople del mismo lado y se proscribe para que nada cambie.

“La libertad de pensar, y de mal pensar y de pensar poco, la libertad de elegir yo misma mi vida, de elegirme a mí misma.” Françoise Sagan.

Qué fácil es respirar cuando no sobra el aire y con cuanta frivolidad manoseamos la libertad cuando la disfrutamos con derroche. El aire no es tan fresco cuando se respira a través de un burka ni tan puro cuando se contamina con el hedor de la intolerancia.

EL FUEGO

“Sin duda se quedará gente” dice la ministra de defensa Margarita Robles, también el presidente norteamericano Joe Biden. La fortuna interviene, como la casualidad, para decidir quién se salva y quién lo pierde todo, posiblemente Dios no juegue a los dados con el mundo como pensaba Albert Einstein, sin embargo, no todos somos iguales frente a la tragedia.

El fuego no solo quema cosechas y casas, también se traga años de esfuerzo individual y colectivo, asola proyectos y devasta los sueños y las esperanzas de los pueblos. El intenso calor que desprende esta fragua de Vulcano en que se han convertido Afganistán y también Alburquerque, funde voluntades y quiebra la convivencia, moldeando la sociedad a su antojo.

Pero el fuego también es renovación, iniciativa, pasión y entusiasmo. Bajo las cenizas, a veces, florece la oportunidad y tanto Afganistán como Alburquerque, merecen renacer una vez se extingan los fuegos que las consumen.

A pesar de la distancia, el aeropuerto de Kabul no está tan lejos de la Plaza de España como pueda pensarse. En ambos lugares, la intransigencia de unos y la esperanza de otros está separada por apenas unos metros. La respuesta más probable para explicar cómo se ha llegado a una determinada situación y para encontrar un camino que permita salir del atolladero, siguiendo la navaja de Ockham, será siempre la más sencilla, se busque bajo el turbante de un talibán o bajo la sonrisa histriónica de un director general.

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Portada: El Paraíso y los cuatro elementos. Denis Van Alshoot-Hendrick de Clerck. 1606-1609