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EL EFECTO MATEO

JUAN ÁNGEL SANTOS

“En el viaje de la vida / van los ricos a caballo; / los caballeros, a pata, / y los pobres, arrastrando.” (Francisco Rodríguez Marín)

PRIMERA PARTE

La cultura popular y la tradición oral nos han permitido disfrutar en España de un refranero que ofrece, de manera simple y cierta, una respuesta para cada situación y cada momento de la vida. Los refranes son la voz del pueblo, y en ellos se recoge el pensamiento social, la moral colectiva y la sabiduría trasmitida de las generaciones que nos precedieron. El valor de los refranes reside, entre otras muchas cosas, en que “sirven de puntos de acuerdo en el argumentar cotidiano, para que no haya necesidad de ponerlo en tela de juicio todo”. Son, o al menos lo fueron, transmisores de conocimiento e instrumentos de consenso.  “Dinero llama a dinero” o “A perro flaco todo son pulgas”. Refranes para ricos y refranes para pobres.

Porque lo cierto es que “Siempre ha habido ricos y pobres”. Esto no es un refrán, es un dicho, un aforismo, un axioma, una verdad incontestable a la que nos hemos acostumbrado con nuestro imperturbable conformismo, ese que nos proporciona la privilegiada posición de clase media que el capitalismo nos ha ofrecido como pago por el alquiler de nuestras reivindicaciones.

Ser pobre no consuela, pero no parecerlo, al menos, es un alivio. También resulta reconfortante saber que la riqueza es un inconveniente para la fe y la salvación, mientras que la pobreza, es un valor cristiano. Ser pobre, es condición ineludible para seguir al Señor y para poder acceder el reino de los cielos: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Lucas 18: 24-25.

Al final, el pobre se acostumbra a serlo y, salvo situación extrema que le lleve a indignarse, se resigna religiosamente y convive con la estrechez, unas veces aguzando el ingenio como los pícaros de nuestro siglo de oro o de las novelas de Dickens, otras veces recurriendo a la caridad y beneficencia de las clases acomodadas y de las organizaciones laicas o religiosas, siempre malviviendo entre una anhelada felicidad y la certeza de lo incierto. También el rico se acostumbra a serlo de manera que, una vez instalado en su torre de marfil, obtiene una perspectiva del mundo alejada de la tierra, indiferente con la realidad que se mueve a sus pies y más próxima a un paraíso celeste del que intenta apropiarse.

Otro axioma relacionado con riqueza y pobreza es el que se deriva del llamado “efecto Mateo” un término que debe su nombre a la parábola del sembrador que aparece en el Evangelio de Mateo y que dice “Al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará.” Mateo 13:12. Son muchas las interpretaciones y los campos a los que ha sido aplicado. Inicialmente fue utilizado por Robert K. Merton al campo de la sociología y la educación, al poner de manifiesto la brecha de desigualdad que se crea entre los estudiantes más aventajados y los más mediocres por un sistema que favorece con mejores becas, ayudas y centros de formación a los más sobresalientes desaprovechando, por otra parte, el potencial de los menos favorecidos. Como dice el sociólogo español Amando de Miguel “Lo que parece ser un premio al mérito es también una fuente de desaprovechamiento de la inteligencia”.

Aplicado a la vida misma, el efecto Mateo tiene una traducción literal que ya utilizó el poeta romántico inglés Percy B. Shelley: “el rico se hace más rico y el pobre se hace más pobre” una evidencia que se revela después de cada crisis. Cada vez que se produce en el mundo un cataclismo los más favorecidos siempre resultan ser los que más dinero tienen, mientras que las clases populares apenas si tienen tiempo de levantar cabeza entre una ola y la siguiente.

Tomando como ejemplo España y sin alargarnos mucho en el tiempo hay varios claros exponentes del efecto Mateo en el último siglo:

En el primer cuarto del siglo XX, mientras Europa se desangraba en la “Gran Guerra”, la actitud de neutralidad de España permitió a nuestro país un cierto despegue económico derivado de la demanda de los países beligerantes y de la casi nula competencia. Sin embargo, los efectos sobre la economía española no serían los deseados de manera que la “orgía de ganancias” de la que hablaba el empresario textil catalán Pedro Gual Villalbí en 1922, se tornó en un desabastecimiento del mercado nacional seguido de un incremento de precios y en una bajada de salarios, provocando una “situación tanto más peligrosa en cuanto que la disminución en el nivel de vida de los pobres coincidía con el aumento escandaloso en el nivel de vida de los ricos.” según palabras de Luis E. Íñigo Fernández en La España cuestionada. Todo ello desembocó en la crisis de 1917 que marcaría el futuro inmediato de la historia de España, agravada, un año después, por la epidemia de gripe de 1918 y la guerra de África de 1921 que, igualmente, se cebarían con especial virulencia en los sectores más débiles de la sociedad.

En el otro lado de la balanza estarían los beneficiados de aquel período bélico, entre los que estuvieron familias como la gallega Albo (conservas), la catalana Lacambra (metalurgia), la mallorquina Fluxá (calzado) o la madrileña Gal (perfumería), y sobre todo un empresario, banquero y contrabandista mallorquín que representa como nadie la parte rica del efecto Mateo, Juan March, bautizado por Francesc Cambó y definido por el periodista Manuel D. Benavides, como “el último pirata del mediterráneo”, un tipo falto de escrúpulos y sobrado de codicia, asociado, con ánimo de lucro, a la historia española del siglo XX. “Nadie le probó jamás ante los tribunales un solo delito, pero sobran indicios para concluir, con argumentos históricos que no tienen por qué identificarse con pruebas jurídicas, que don Juan manejó de forma descomunal y habilísima todos los resortes de la corrupción.” dirá de él, el historiador Ricardo de la Cierva.

Juan March sería protagonista en otro de los momentos más trágicos de nuestra historia: la guerra civil. Conspirador y financiero del golpe, de sus bolsillos saldrían millones de pesetas destinados a la compra de armas, petróleo y hasta el pago del alquiler del Dragón Rapide, el avión que llevaría a Franco desde Canarias a Marruecos para sumarse a la sublevación. “Uno de los primeros actos del Gobierno de la Falange será colgar al multimillonario contrabandista Juan March” dirá José Antonio Primo de Rivera en 1934…todo cambiaría con el tiempo y, sobre todo, con el dinero.