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Puñaladas en el corazón, poder y compromiso

ELÍAS CORTÉS FERNÁNDEZ

 

Todo parece indicar que Ángel Vadillo, Alcalde de Alburquerque, con el que creo tener una cierta y lejana relación de amistad, ha pronunciado públicamente la siguiente frase: “Cuando alguien la compra, la lee o escribe en ella, sabe que me está dando una puñalada que me entra por el corazón y me sale por la espalda”.

“¡Caramba!” – me digo -. “Estas palabras casi de Policía Científica o de Técnica Forense se refieren a la revista “AZAGALA”; y como suscriptor resulta que SÍ LA LEO y, además, o sea, ESCRIBO EN ELLA”. Pero, francamente, jamás tuve la intención…, vamos, es que ni siquiera llegué a pensar que esta actividad mía tan pacífica, ejercida libre y democráticamente en un país que se supone libre y democrático, pudiera considerarse como una puñalada en ningún corazón humano.

Por ello me urge señalar, con el debido respeto hacia la autoridad que aprendí desde niño, que yo no doy, no he dado y pido a Dios que nunca tenga que dar puñaladas a nadie. Mucho menos al alcalde de mi querido pueblo. Porque ni qué decir tiene que en mi vida particular, gris, cotidiana y hasta municipal sólo he utilizado los cuchillos de la cubertería doméstica a la hora de comer. Fuera, si acaso, me he ido defendiendo con otras armas que, modestia aparte, manejo muy bien: la cabeza, la palabra, las manos y, si hace falta, los pies.

Asimismo deseo aclarar que yo he sido hombre de armas al servicio de esta España nuestra tan hermosa y tan cainita; y puedo asegurar muy fuerte y muy alto que jamás abusé lo más mínimo de ese terrible poder que el Estado depositó en mí para humillar, coaccionar o avasallar a persona alguna. Antes al contrario, teniendo siempre muy presente cuál era mi obligación con la Sociedad, las pocas veces que las exhibí en defensa de la Ley -aunque esté mal señalar-, fui tan convincente verbalmente que jamás tuve que usarlas, gracias a Dios. De modo que me queda ese orgullo y el de presumir que ahora, ya jubilado, tengo mi cuenta corriente a cero, sigo pagando préstamos como toda mi vida, disfruto de una pensión digna y congelada que acrecenté con gran esfuerzo durante muchos años y, sobre todo, puedo mirar cara a cara desde al más humilde de los ciudadanos al Rey.

Con ello quiero resaltar que algunos recibimos poderes legítimos por parte de otros, que los ceden para que se usen conforme a las leyes y el sentido común. Lo contrario, en un Estado democrático y de derecho deviene en populismo chavista, dictadura franquista o tiranía castrista con sus secuelas de injusticias, corrupción y violencia que aquí, de momento y esperemos que por los siglos de los siglos, resuelven los tribunales independientes.

El alcalde de Alburquerque, Ángel Vadillo se queja de que lo está pasando muy mal y necesita tratamiento psiquiátrico con la consiguiente toma diaria de pastillas. La verdad es que he padecido ese problema en mi familia y no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Sin embargo no creo que sean AZAGALA, sus colaboradores o lectores la causa de su sufrimiento anímico. Estoy seguro de que no. Una cosa es la crítica que ejerzamos, la discrepancia política o la antipatía personal; y otra el odio y la maldad. Las primeras como alcalde que asegura “ser de los que más creen en la democracia y la libertad”, debe admitirlas como signo triunfal de la libertad de expresión. Las segundas, como Ángel Vadillo, ser humano que sufre, considerarlas reflexivamente con su psiquiatra como una posible obsesión originada por su enfermedad y poco acorde con la realidad. Lo que los psicólogos dicen “presentir un cercano tigre que no existe”.

Porque Elías Cortés Fernández, colaborador de AZAGALA sin otro ánimo de lucro que el amoroso compromiso con su pueblo, mientras no se demuestre algún delito u otra cosa por el estilo, considera a Ángel Vadillo “una buena persona” y como tal le respeta y nada tiene contra él. Puede que Francis Negrete, Aureliano Sáinz u otros, por experiencias particulares más o menos dolorosas, no tengan la misma percepción, pero yo pongo la mano en el fuego por ellos en el sentido de que no son mala gente, ni peligrosos ni de cuidado. Simplemente son de izquierdas y su servidumbre sin recovecos o marrullerías es Alburquerque.

O sea, que somos ciudadanos de todos los colores que desde otro enfoque distinto al del Alcalde – incluso al de Ángel Vadillo-, pero con el beneplácito de muchos alburquerqueños, expresan sus ideas por lo que consideran también lo mejor para éstos y se comprometen con ellas hasta el punto de recibir injustamente, en vez de argumentos, los insultos, las amenazas y las coacciones de aquellos totalitarios que no entienden ni entenderán jamás lo que es la verdadera libertad.

Sobre esto, además, quiero indicar que lo mismo que yo cuando tenía cierto poder contribuí modestamente a que nadie – azul, rojo, de derechas, de izquierdas o mediopensionista – se sintiera mínimamente coaccionado, amenazado o preterido en esta democracia nuestra que tanto ha costado conseguir, el Alcalde de Alburquerque como político debe saber lo que yo sé desde la lejana Orihuela: que en el pueblo bajo su responsabilidad hay gente que tiene miedo, que mira hacia los lados, que calla lo que piensa, etc. Se lo he dicho en alguna otra ocasión: eso no lo puede permitir. Ni puede permitir como en una Venezuela cualquiera, en una Cuba desgraciada o en una Corea del Norte hambrienta que se silencie, persiga o intimide a los discrepantes, sean de AZAGALA – con toda su diversidad ideológica -, o sean del PP en un pleno municipal.

De modo que a rebajar tensiones, a escuchar más a los oponentes y a liderar movimientos que sean aglutinantes en lugar de separaradores. Si no, lo mejor es irse a casa a descansar y a recuperar la salud, que no están los tiempos para controversias tontas, sino para buscar fórmulas que, sin falsa propaganda, ayuden a prosperar con más trabajo y menos subvenciones.

Tanto un camino como el otro, escogidos  tras un  sincero examen  de lo que más conviene a los administrados, ayudarían al Alcalde, y especialmente a Ángel Vadillo, no sólo a sentirse satisfecho consigo mismo y a comprender que no hay tigres en el paisaje, sino a superar malestares, psiquiatras y pastillas. De lo cual yo, Elías Cortés, orgulloso colaborador de AZAGALA, me alegraría mucho.

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Portada: Francis Negrete, director de AZAGALA, en la presentación del primer número de la revista.

Foto 1. Elías Cortés, en Alburquerque, 1961.

Foto 2: Vadillo pierde los nervios y se encara con el concejal popular Ángel Rasero, 2010.

Foto 3: Aureliano Sáinz, primer presidente del Colectivo Cultural Tres Castillos, editor de AZAGALA, en la presentación de la revista en el hotel Machaco.