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Grandes portadas (1)

Por AURELIANO SÁINZ

A quienes nos gusta la música, contamos con nuestra lista particular de discos favoritos que los tenemos archivados en nuestra memoria. Pero no son únicamente las canciones lo que recordamos de ellos, sino que también solemos hacerlo de algunas de las portadas, pues es difícil aislar la música de la imagen que va con ella.

Y es que, tiempo atrás, las portadas poseían un inapreciable valor en aquellos elepés que contenían los discos de vinilo que durante décadas estuvieron en el mercado. Más tarde, con la aparición del disco compacto, se relegó a un segundo lugar la imagen del disco.

Pero la nostalgia del elepé, su singularidad, el diseño de sus carátulas, su sonido muy alejado de la pulcritud que nos ofrecen los cedés, dieron lugar a que sorprendentemente volvieran al mercado, de modo que entre los más jóvenes han aparecido amantes de ese formato, que parecía condenado al ostracismo, dando lugar a que los discos de vinilos hayan desbancado en el último año en ventas a los cedés.

A partir de lo indicado, me ha parecido interesante dentro de esta serie de artículos dedicados a la música que recordemos aquellos que tuvieron una significación relevante, fuera por la propia música o por el singular diseño de sus carátulas o fundas, pues, también algunas portadas han marcado un hito en la historia del rock.

Y nada mejor que comenzar por un magnífico disco de los Beatles que salió al mercado en 1969. Me estoy refiriendo, cómo no, a Abbey Road, una de las obras de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr situada en la cumbre de la música popular. En él se encuentran temas inolvidables como Come together, Something, I want you (she’s so heavy) o Here comes the sun.

No voy a extenderme en describir sus canciones, puesto que cualquier buen aficionado las ha escuchado y ha leído multitud de comentarios acerca del mismo; sin embargo, quisiera explicar el proceso de creación de una portada que se convirtió en un verdadero icono mundial del grupo de Liverpool.

Para la misma se acudió a una fotografía en la que aparecen los cuatro componentes caminando sobre un paso de peatones que se encuentra en el cruce de la calle Grove con la de Abbey Road, lugar donde se ubicaban los estudios en los que grabaron desde 1962.

El autor que planificó la fotografía, Ian McMillan, los muestra caminando en fila, de modo que la marcha la inicia John Lennon, vestido de blanco impoluto y con las manos metidas en los bolsillos; le seguía Ringo Starr, con traje negro; el tercero es Paul McCartney, que curiosamente camina descalzo y con un traje gris; cierra la marcha George Harrison, que porta pantalones y camisa vaquera.

Esta especie de marcha dio lugar a distintas leyendas urbanas. La que más se extendió es que los cuatro representaban un cortejo fúnebre. Así, se decía que Paul había fallecido, por lo que caminaba con los ojos cerrados y descalzo, precedido por el predicador (John, de blanco) y por el enterrador (Ringo, de negro), y por George que asistía como un amigo al cortejo. Ciertamente, Paul no había fallecido, pero la prensa ya tuvo tema para llenar páginas y páginas durante días.

En el célebre concierto de 1969 que ofrecieron gratuitamente los Rolling Stones en Hyde Park londinense, ante unos 650.000 seguidores, les precedieron como teloneros un nuevo grupo que se había formado este mismo año: King Crimson.

Esta nueva banda, liderada por un genio de la música, Robert Fripp, y con un magnífico letrista, Pete Sinfield, se caracterizaba por tocar temas de larga duración en los que se mezclaban distintos estilos: jazz, rock, sonidos clásicos y, en algunos momentos, folk. Eran pioneros en lo que pronto se llamaría como rock progresivo.

Su primer disco lo grabaron en octubre de ese año, con el título de In the Court of the Crimson King (En la corte del rey Crimson), haciendo referencia al nombre del grupo. Pronto alcanza los primeros números de las listas británicas, e, inmediatamente, son reclamados para realizar una gira de 18 conciertos en Estados Unidos.

Recordemos que el elepé se abría con 21st century schizoid man, que traducido al castellano sería algo así como Hombre esquizoide del siglo 21, haciendo referencia a la esquizofrenia cotidiana de los que vivimos en este siglo cargado de crisis continuas.

El diseño de la genial portada corresponde a Barry Godber, un joven programador informático muy hábil con el dibujo. Sabedor de que el grupo King Crimson tenía previsto lanzar su primer disco al mercado, tuvo el coraje de presentarse a ellos con la lámina pintada en la que aparece el rostro de un personaje, con la boca totalmente abierta y transido de un dolor paranoide, algo así como una nueva versión de El Grito de Munch.

Avanzamos y nos situamos en el año 1984, fecha en la que vio la luz Born in the U.S.A de Bruce Springteen. Y la razón por las que he seleccionado este disco de su extensa producción se debe no solo a que es una de sus grandes obras sino también porque su portada se convirtió en un verdadero icono visual nada más salir al mercado.

Allí está, lógicamente, la canción que lleva el título del disco. La fuerza, el grito y la furia se funden en una canción con la que homenajea a los que nacieron en el país más poderoso del planeta, aunque también las tranquilas y apacibles My hometown y Glory Days.

En la portada se encuentra ‘el boss’ fotografiado por la espalda, portando vaqueros raídos y camiseta blanca. El fondo está diseñado con franjas rojas y blancas, aludiendo a las de la bandera americana. Pero la bandera estadounidense tiene un tercer color: el azul. Para integrarlo, los pantalones vaqueros vienen a solucionarlo, de modo, que la propia vestimenta de Springteen muestra los tres colores de la bandera: el blanco en la camiseta, el azul en los pantalones y el rojo en la gorra que asoma en uno de los bolsillos traseros.

Entramos en la década de los 90 para comentar las grandes portadas que hacían justicia a dos magníficos álbumes: Dangerous de Michael Jackson y Nevermind de Nirvana.

Volver a lograr un éxito similar a Thriller, el disco más vendido de la historia (aunque recientemente la revista Rolling Stone dice que este lugar ahora ocupa el grupo The Eagles con su Their Greatest Hits 1971-1975) se hacía una empresa casi imposible. Sin embargo, cuando, en 1991, Michael Jackson sacó su doble elepé Dangerous, en el que nos ofreció 14 temas, entre los que se encontraban Jam, Black o White o Remember the Time, daba otra vez muestra de que su imponente creatividad seguía viva.

Para la portada, en esta ocasión el sello Epic no acudió a una fotografía de Michael, sino que se la encargó al pintor estadounidense Mark Ryden. Y el acierto fue total, puesto que Ryden, una especie de El Bosco del siglo veinte, acudió a un cuadro complejo cargado de múltiples simbolismos, en el que predominaban los ojos del artista que miraban hacia el espectador tras una especie de antifaz que le servía a modo de corona. El resultado: una de las grandes portadas para el que fuera el rey del pop.

A diferencia de las portadas que he comentado que fueron pensadas y realizadas por diseñadores gráficos, la de Nevermind del grupo Nirvana fue idea del líder del grupo: Kurt Cobain. Este sería el segundo disco que la banda de sonido grunge lanzaba al mercado, de modo que creaban un ambiente sonoro lleno de rabia y de angustia, nacido de las guitarras y de la voz arrastrada y áspera del líder del grupo.

Como podemos comprobar, la fama no siempre es la panacea para algunos miembros de grupos de rock, cuyas inestabilidades emocionales acaban finalmente con ellos. Es lo que sucedió con Kurt Cobain que encontró en el suicidio el cierre de una existencia angustiosa, a la que dio fin en 1994, contando solamente con 27 años.

Apenas le dio tiempo a saber que Nevermind estuvo considerado como uno de los mejores discos de la década de los noventa; pero este reconocimiento no solo se debió a la música desplegada, sino también por la surrealista portada que ofrecía múltiples significados.

En ella vemos a un niño de pocos meses buceando en el agua lanzado hacia un anzuelo del que prende un billete de dólar. El bebé tenía nombre y apellido, ya que se llamaba Spencer, y era hijo del fotógrafo Rick Elden autor de la fotografía. Resultado: la portada de Nevermind acabó convirtiéndose en la impactante imagen que todos recordamos, aunque Spencer, ya mayorcito, tuvo que soportar numerosas bromas de sus amigos adolescentes (no creo necesario explicar las razones de esas bromas…)