Pulsa «Intro» para saltar al contenido

La victimización como contracultura

JOSÉ ANT. RAMOS LOZANO

(“El único estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley”, Aristóteles-)

Hoy en día muchas personas y grupos sociales se perciben a sí mismos como perjudicados por la sociedad e incluso por el Estado. A los grupos tradicionalmente vulnerables en España como son los gitanos y los inmigrantes, se suman ahora los veganos, las mujeres maltratadas y el colectivo LGTBQI. Y puestos a victimizar, el hombre es víctima de la política de género y la población completa sería víctima del Covid-19, pues a todos nos afecta en una u otra medida.

Cualquier persona ha sentido frustración por no lograr alguna empresa que se haya propuesto, ya sea un amor no correspondido, un examen o simplemente una partida de cartas. Lo normal es aceptarlo, seguir adelante o intentarlo de nuevo haciendo los cambios oportunos. Sin embargo, hay quienes se quejan incansablemente y eluden la propia responsabilidad en el resultado de sus actos. Para la mayoría de la gente no es agradable convivir con esas personas que aportan mal ambiente y descontento porque tratan de culpar a los demás de sus fracasos.

No es suficiente lamentarse y denunciar supuestas agresiones o injusticias, también hay que aportar soluciones que no empeoren la situación o trasladen los problemas a otras personas; por ejemplo, el colectivo vegano brama contra la cría y el sacrificio de los animales con fines alimenticios y pretenden prohibirlo así como la tauromaquia o la caza con fines lúdicos. Pero, ¿Qué se haría con toda la ganadería y la industria de la alimentación vinculada a ella? ¿Qué harían los cientos de miles de personas afectadas?

A estas preguntas contestaba un miembro de este colectivo y decía “Podemos dedicarles al cultivo de vegetales aunque siempre con una tecnología ecológica, sin pesticidas ni dañar el medioambiente”, o sea, la permacultura o la agroforestería básicamente. Una alternativa no viable porque, entre otros problemas, sobraría tres quintos de la población. Cuando se le preguntó por las soluciones a esto, no dio ninguna. Este señor no sabía nada de agricultura, ni ganadería, ni manejo, ni tecnología ganadera y agraria; y se permitió lanzar una teoría agronómica disparatada que, según él, sería perfecta.

Algo parecido sucede con algunos miembros del colectivo LGTBQI, que más allá de la pompa y colorido de sus auto-homenajes, hacen críticas al cristianismo pero no al islam, a la monarquía pero no a la república y alaban todas las opciones sexuales pero se muestran cautos con la heterosexualidad porque fomenta el heteropatriarcado, neologismo este último que aglutina todavía hoy a la mayoría de las relaciones existentes en nuestro país.

Si la igualdad de derechos está consagrada de facto en nuestra Constitución y nuestras leyes, ¿Qué se busca realmente? Pues una diferenciación legal positiva que por una sencilla cuestión numérica no les corresponde.

En nuestra cultura occidental se admite que si existe una igualdad universal, ésta es que todos y cada uno de nosotros somos diferentes y por eso se hace necesario un marco de regulación común de convivencia. Para eso están las leyes.

No debemos tolerar legislaciones paralelas diferenciadas, no podemos ceder a privilegios que se tornan en chantajes ni admitir ninguna moralidad discriminatoria, sea esta religiosa, política o civil. La igualdad ha de ser desde la educación hasta la vida en sociedad, estricta, sin excepciones; ya que no puede haber igualdad sin libertad ni libertad sin igualdad.