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Nueva Normalidad

Por AURELIANO SÁINZ

En el siglo pasado, el autor francés Robert Guérin nos decía que “el aire que respiramos está compuesto de oxígeno, nitrógeno y publicidad”. Y si esto lo expresaba hace nada menos que cincuenta años, no me puedo imaginar lo que pensaría de lo que acontece hoy en nuestro mundo en el que las marcas comerciales las llevamos encima como si fueran auténticos símbolos de distinción. Solo nos queda tatuárnoslas en los brazos, en las piernas o en el pecho, por encima del corazón para que ese culto a los logotipos y eslóganes publicitarios acaben bien dentro de nosotros.

La publicidad, tan necesaria para promocionar y vender productos, se ha introducido tanto en nuestras vidas que finalmente no sabemos si ahora nos encontramos en una realidad real (y perdonadme por la tautología) o en una especie de videoclip en el que no somos más que actores secundarios de una historia planificada por las agencias publicitarias.

Relacionado con lo que he apuntado, hace bien poco no sabíamos que vivíamos en la normalidad, hasta que el Gobierno de este país nos anunció la ‘buena nueva’ de que entrábamos en la Nueva Normalidad. Frase que bien parece sacada de una agencia publicitaria a la que se le hubiera encargado la expresión más certera para levantar los ánimos alicaídos de una población hartísima del dichoso bichito.

Por entonces, cada cual construía su propia historia dentro del complejo, contradictorio y bastante absurdo mundo; aunque, como es lógico, entre todos, con distintos puntos de vista, buscamos que sea un poco más ordenado y racional. Si no fuera de este modo, las vidas de unos y de otros se parecerían tanto que viviríamos dentro de una normalidad que nos uniformaría más de lo deseable.

Sin embargo, y por suerte, no es así. Algunos son adictos al fútbol, mientras que otros u otras lo odian; unos son devotos de determinados santos, mientras que hay quienes no pisan una iglesia desde que hicieron la primera comunión; uno sueña con dar la vuelta al mundo, mientras que su vecino fantasea con tener un romance con Julia Roberts; unas aguantan a un pesado marido que no mueve el culo del sofá en todo el día, al tiempo que sus amigas está tramitando los papeles del divorcio; unos no saben cómo llegar a fin de mes con el miserable sueldo que tienen como riders en Amazon, en tanto que Froilán no sabe cómo gastarse el sueldazo que recibe cada mes de sus papás…

En fin, que hablar meses atrás de normalidad para el conjunto de la población hubiera sido tan absurdo como pensar que todos los mamíferos se parecen a los gatos.

Si acaso había algo que pretendía, y pretende, normalizarnos era la publicidad que cotidianamente recibimos ‘por tierra, mar y aire’: familias todas muy felices, con chalés y piscinas, cuyos niños muy rubitos se toman sonrientes las verduras que les han preparado sus mamás con todo amor; o chicas guapísimas cuya única preocupación es estar seguras de que la longitud de sus pestañas son las ideales; o jovenzuelos obsesionados por el último modelo de IPad que está a punto de salir al mercado…

De los viejos (o aspirantes a viejos) no digo nada porque esos nunca aparecen en la publicidad, pues, aparte de no consumir como es debido, provocan tristeza en ese mundo idílico que se nos vende como la gran Normalidad de la sociedad consumista. En todo caso, pueden aparecer en algunos spots televisivos en Navidades, porque eso de la nostalgia, de volver a casa y de estar todos reunidos alrededor de una mesa es bueno para esas fechas en las que hay que comer y beber mucho, además de comprar Lotería de Navidad, dado que son ellos los que recuerdan que hay que repartir décimos con la familia y los amigos.

Lo que ha faltado en esta campaña de promoción de la Nueva Normalidad, como tiempo atrás se hizo internacionalmente con la Marca España, es encontrar un buen logotipo formado por las dos ‘enes’ iniciales de ambos vocablos. De este modo, como acontece con las grandes marcas, caso de Apple, Nike, Adidas, New Balance o Huawei, cuyos logotipos son bien conocidos, lograría completarse ese optimista mensaje.

Y puestos a arrimar el hombro, ahí presento algunas propuestas de logotipos, desde el más minimalista al más romántico, que hasta puede servir a animar a la gente a casarse en estos fríos tiempos de distanciamientos. Pero advierto que, a pesar de que el diseño gráfico es una de mis pasiones y que he realizado numerosos logotipos, los que acabamos de ver los he sacado del fondo de imágenes de Google.

Dudando de la eficacia de la nueva fórmula, yo me pregunto: ¿no hubiera sido más sencillo decir que entramos en un periodo sin confinamiento o en una etapa tras el estado de alarma, sin necesidad de acudir a la creación de un nombre que suena a expresiones codificadas como Año Nuevo, Estado del Bienestar, Semana Santa, Fin de Semana, Comunidad Autónoma… que, como vemos, están formadas por dos palabras?

La verdad, es que no creo que nos sintamos muy normales teniendo necesariamente que protegernos con mascarillas y con el dichoso bichito que sigue ahí amenazante, de forma que no podemos abrazarnos, darnos la mano, entrar y salir cuando a uno le plazca, acudir a los sitios que habitualmente lo hacíamos sin necesidad de estar atentos a los que tenemos alrededor… y, peor aún, sin saber qué va a suceder con nuestros trabajos (caso de que se tengan) o saber, por ejemplo, qué pasará con los críos cuando necesiten juntarse en los colegios.

Quizás, podamos hablar de un tipo normalidad cuando se encuentre disponible para todos nosotros una vacuna realmente efectiva, de modo que este tiempo en el que el virus ha trastocado nuestros ritmos cotidianos lo veamos como una especie de pesadilla o paréntesis en las más o menos ajetreadas vidas que llevábamos.

Bueno, como no quiero ser un aguafiestas, espero que tú, amigo lector / amiga lectora, te haya sentado bien la entrada en esta supuesta Nueva Normalidad y te encuentres lleno o llena de proyectos, al tiempo que el presente no se te haya complicado mucho.