Pulsa «Intro» para saltar al contenido

REFLEXIÓN DOMINICAL: “Galenos y secuaces”

ANTONIO L. RUBIO BERNAL

¿Recordáis: “Gracias por vuestro esfuerzo,  por vuestra ayuda, por vuestra profesionalidad”? Palabras de mi anterior entrega; comienzo de ésta y de las dos próximas, con suerte, en agradecimiento a sanitarios, agentes del orden y profesionales varios.

Lejos queda Hipócrates: “Las fuerzas naturales, las que están dentro de ti, serán las que curarán tus enfermedades”; y aunque la ciencia le haya quitado la razón, tampoco ésta ha logrado terminar con la fragilidad del ser humano, como está demostrando esta pandemia del coronavirus.

Todos somos conscientes -los testimonios de la prensa nacional y extranjera no son como para sacar pecho-, ahora que el horrendo temporal comienza a amainar, que la actuación de la administración sanitaria española ha dejado bastante que desear en la gestión del embolado; no sólo por su falta de previsión -huelga citar algún exabrupto del lego supino quitando importancia a la marabunta que se nos venía encima, siendo ya manifiesto su daño en Italia- sino por su proceder a pie de guerra.

Si juramento me pidiesen diría que llegó a sentir auténtico miedo, y en medio del pánico sólo imploró no quedarse sin recursos humanos, que no enfermasen sus profesionales, que el “bicho” no malograse su integridad física, la de aquellos hombres y mujeres a los que llevaba tiempo ninguneando, manteniendo sus gestores plantillas insuficientes, sobrecargadas laboralmente, bajo contratos basura, y con la misma justificación: “los recortes presupuestarios. O lo tomas o lo dejas”. Pero, amigo, al sentirse desbordada, sin saber cómo hacer frente, dio un giro a su proclama: ¡Sois buenísimos! ¡Qué profesionalidad demostráis!

Seré sincero al expresar lo que siento.  Responsables de la sanidad pública en los 17 reinos de Taifa, llegaron tarde; el daño se ha consumado -nada más miren la cifra de fallecidos-, y si la luz de la esperanza comienza a centellear no es gracias a su gestión- de funesta, la califico-, sino a la profesionalidad de nuestros galenos y secuaces, a los que ustedes no sólo tenían en número insuficiente sino con escasez de recursos materiales, como la cruda realidad ha demostrado. Vergüenza da que en algo tan importante, estando en peligro real la supervivencia de un elevado porcentaje de la población española, nuestros propios sanitarios confesasen la utilización de mandiles de carnicerías, gorros de ducha o chubasqueros de salir a la calle  -consulten la página de ConSalud.es, y salgan de dudas-, por no citar las desalentadoras imágenes de televisión usando bolsas de basura o mascarillas inútiles para protegerse. Aberrante, ¿verdad? “No sólo te mando sino que te humillo por cómo lo hago”. No es momento aún de ruborizar, pero pareciese que en esto también somos los peores, los que de manera más pésima los protegemos; y alguien deberá responder por ello, ¿no? ¿A quién le incumbe la dotación de equipos y material? ¿Cuántos de ellos no habrán resultado infectados por esta razón? De poco ha servido que se trate del grupo profesional más expuesto, no sólo por la proximidad al enfermo sino por su ambiente de trabajo, el entorno más contaminado.

Fíjense en el ejemplo de estas admirables mujeres y hombres, superhéroes del pueblo español, que, mientras ustedes, vistiendo trajes de marca divagaban en amplios despachos de nogal sobre cómo meter mano al mal, ellos, en lugar de achantarse, vistiendo sus humildes batas, y con una simple mirada, todos a una, echaron “uñas al guarro”, solos ante el peligro, pidiendo calma a la población, infundiendo confianza y, lo más grande, elogiando a nuestro sistema sanitario. ¿Cabe mayor lealtad y profesionalidad?

Sanitarios de España, quijotes enfrentados no a molinos de viento con aspas alocadas sino a un diablo invisible pero mortífero, gracias por haber olvidado vuestras circunstancias personales para entregaros a todos nosotros.  Jamás sabremos cuántos resultasteis infestados o cuántos fallecidos, pero sabed que España entera os estará agradecida de por vida. Sólo un ruego, mi gran Gabo escribió: “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”; aplícatelo, cuídate y se feliz.