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Vida y muerte de don Álvaro de Luna (XI). El condado de Alburquerque y el cerco de Atienza

Por AURELIANO SÁINZ

La batalla de Olmedo del 19 de mayo de 1445, tal como apuntamos en el capítulo anterior, supuso el fin del infante don Enrique, ya que murió al mes siguiente en Calatayud a causa de las heridas recibidas en la batalla que tuvo su origen cuando Juan II de Castilla, apoyado por su condestable, decretó tiempo atrás la confiscación de las rentas que su primo y cuñado Juan II de Navarra obtenía en Medina del Campo, localidad, que recordemos, fue la cuna de los siete Infantes de Aragón.

El rey no tenía claro qué hacer tras la aparatosa derrota de los Infantes: dudaba, por un lado, en dejarlos marchar a los reinos de Aragón y Navarra y entrar en las villas de los señores que habían luchado en su contra e incorporarlas por la fuerza, si fuera preciso, a la Corona de Castilla o, por otro, en perseguirlos antes de que salieran de sus dominios para apoderarse de sus caballos, de los aparejos y de las armas que portaban.

Optó por dejarlos ir y ocupar las ciudades, villas y fortalezas de los señores que habían peleado al lado de los Infantes. Así pues, ocupó las tierras y las villas pertenecientes al maestrazgo de Santiago, cargo que había portado el infante don Enrique. Una vez vacante el título de maestre de Santiago, pensó otorgárselo a don Álvaro de Luna, al tiempo que se le concedía también el título de conde de Alburquerque.

En consecuencia, “acordó el Rey pasar por villas de Extremadura y de Castilla que todavía estaban en poder de algunos amigos o criados del infante don Enrique, como la de Alburquerque con su fortaleza y el castillo de Azagala. La villa y la fortaleza de Alburquerque fueron puestas en poder del nuevo maestre de Santiago don Álvaro de Luna apenas este las pidió como condestable del Rey a Fernando Dávalos, apodado El Romo, que gobernaba como alcaide en nombre del infante don Enrique. Luego fueron entregados al Rey la fortaleza de Azagala y varios castillos más repartidos por aquellas comarcas, sin que nadie ofreciera la menor resistencia” (Serrano Belinchón, pág. 164).

De este modo, el titulo que la madre de los Infantes de Aragón, doña Leonor, ostentaba como condesa de Alburquerque pasó a manos del condestable y maestre de Santiago don Álvaro de Luna, tras el fallecimiento de su hijo Enrique.

 

 

 

 

 

 

 

Por otro lado, la aplastante derrota sufrida por los Infantes dio lugar a que, durante los últimos cuatro meses de 1445, fueran puestos en manos del rey Juan II y del condestable todos los terrenos, villas, castillos y fortalezas que poseían los infantes don Enrique y don Juan en Castilla, así como las que tenían en Extremadura los caballeros vencidos y presos en Olmedo.

Habría que exceptuar de esta apropiación la villa y la fortaleza de Atienza, pequeño enclave de Guadalajara, en el que mandaba Rodrigo de Robledo, señor al servicio del rey de Navarra. Contaba con una guarnición de doscientos cincuenta hombres a caballo y más de quinientos peones a pie. De igual modo, en la cercana villa de Torija, gobernada por Juan de Puelles, también a las órdenes de Juan II de Navarra, se contaba con cincuenta hombres a caballo y otros tantos a pie. Desde estos puntos, las fuerzas se empleaban para atacar y saquear los lugares cercanos afines al rey de Castilla.

Por entonces, Juan II de Castilla se encontraba en el castillo de Berlanga de Duero, pequeña localidad de la provincia de Soria que en la actualidad cuenta con 877 habitantes. Don Álvaro de Luna se prepara para dirigirse a Atienza con el fin de acabar con los focos de violencia que nacen tanto de esta villa como de la villa de Torija. Previamente le ruega al monarca que le permita adelantarse con un grupo de hombres con el fin de conocer los entornos de Atienza para encontrar el lugar adecuado en el que instalar el campamento real.

Pronto se da cuenta de las dificultades que la villa presenta, ya que muestra rasgos muy similares a los que encontró durante el cerco de Alburquerque, debido a que sus castillos estaban construidos sobre peñas altísimas, lo que hacía difícil la toma de esas fortalezas.

Tras dar vueltas, halló un altiplano que consideró adecuado para montar el campamento. Regresa a Berlanga de Duero para informar al monarca del lugar y de las dificultades que ofrecía la toma de la fortaleza de Atienza.

“Eran los primeros días de un mes de junio caluroso y seco. Con el rey, el condestable y un ejército de hombres escogidos, nada numeroso, partieron del campamento real hasta la villa con la intención de rodearla y tomar los arrabales extramuros que les pudieran servir de refugio. La noche anterior los vecinos de Atienza habían incendiado muchas de las casas y arrabales para impedir que pudieran ser utilizadas por la hueste de los castellanos” (Serrano Belinchón, pág. 166).

Los intentos del castillo de Atienza habían resultado infructuosos, por lo que Álvaro de Luna, en uno de esos gestos que le caracterizaban, a galope con su caballo cruzó el grueso de las fuerzas enemigas y se plantó en la misma puerta de la villa, cubierta de gente que le arrojaban flechas y piedras hasta que una de las piedras alcanzó la celada que le cubría hiriéndole en la cabeza.

Los cuatro jinetes que le acompañaban le aconsejaron que se retirase al campamento para que le curasen, dándole algunos puntos que cortasen la abundante sangre que corría por la armadura.

Consciente de que la toma de Atienza iba a ser muy costosa, puesto que ya se contabilizaban más de cuarenta bajas entre muertos y heridos en las fuerzas navarras, y veinte los heridos graves en los de su campamento, consideró adecuado hablar con el alcaide de Atienza.

Los encuentros no sirvieron para llegar a un acuerdo, por lo que los enfrentamientos se reanudaron el 9 de agosto de ese año. En ellos, las fuerzas castellanas dieron muerte a don Gutierre Robledo, primo del alcaide. Esta muerte acentuó el miedo y la gravedad de los habitantes de Atienza, ya que habían tenido que despeñar a doscientos caballos por la falta de agua para darles de beber.

Ante la situación desesperada en la que se encontraba la villa de Atienza, Juan II de Navarra envió una embajada al campamento aceptando la capitulación. Así, el 12 de agosto de 1446, entró el rey Juan II en la villa, tomándola para él según lo acordado. Don Álvaro de Luna mandó aportillar la muralla por distintas partes, para que algunos hombres armados opuestos a la capitulación y que habían tramado un compló contra el alcaide, pudiesen llevar adelante su proyecto.

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Anotaciones:

La portada de esta entrega es una fotografía del castillo de Torija, una de las dos villas sublevadas. Como puede comprobarse, es un castillo de llano que se encuentra en un buen estado.

Las dos primeras del interior del texto, como bien todos sabemos, corresponden a nuestros queridos castillos de Luna y de Azagala. (El castillo de Mayorga saldrá como portada de la próxima entrega, dado que fue el lugar en el que tuvieron que encontrarse el condestable de Castilla, Álvaro de Luna, con el condestable portugués, ya que en esta fortaleza, hoy tristemente en ruinas, se concertó el segundo matrimonio de Juan II de Castilla con la infanta doña Isabel, hija del infante don Juan de Portugal.)

La tercera y cuarta fotografías del interior se corresponden con los castillos de Atienza y de Berlanga de Duero. Quisiera ampliar, como hago en algunas otras ocasiones, la información sobre las restauraciones de las fortalezas medievales.

Así, con fecha del 8 de enero de 2019, aparece en el Diario de Valladolid la noticia de que el Estado ha aportado la cantidad de 1.043.452 euros para la conservación y restauración del castillo de Berlanga de Duero de la provincia de Soria. En el proyecto se describen todas las intervenciones a realizar. Se destaca que, en la mayor parte de los casos, se llevan a cabo porque las zonas a restaurar se han visto deterioradas por derrumbamientos y el crecimiento de vegetación en los intersticios de argamasa existentes entre distintas piezas de piedra.

No quiero extenderme en explicar con más detalle el proyecto de restauración porque excedería los objetivos del estudio que estamos llevando sobre la vida de don Álvaro de Luna. Simplemente, surge la pregunta: ¿Por qué la Comunidad de Castilla-León protege con sumo cuidado su importante Patrimonio arquitectónico medieval y la de Extremadura no hace nada con respecto a la conservación del Castillo de Luna?