Pulsa «Intro» para saltar al contenido

Vida y muerte de don Álvaro de Luna (VIII). El cerco de Alburquerque

Por AURELIANO SÁINZ

Una vez rendida la villa de Trujillo a las fuerzas leales al Rey, Álvaro de Luna siguió camino de Montánchez y, posteriormente, siguió adelante en dirección a Mérida. Pudo comprobar que los campos de Extremadura por los que pasaba eran durante el invierno un desierto, dado que se habían quedado sin gentes, al verse obligadas a huir de los robos y saqueos que habían realizado los Infantes.

Los caballeros que acompañaban al condestable le aconsejaron no seguir adelante y permanecer en Mérida; no obstante, les recordó que los Infantes habían pregonado que lucharían contra aquellos que les fuesen a buscar por las tierras extremeñas, por lo que “se acordó dejar todo el equipaje que llevaban y seguir camino de Alburquerque, con solo los caballos y las armas que fuesen precisas, de modo que don Álvaro de Luna y el conde de Benavente se repartirían los senderos con sus respectivas huestes” (Serrano Belinchón, pág, 90).

Tras la exploración de los terrenos que tenían que atravesar hasta llegar a la villa de Alburquerque, los caballeros y hombres de armas arribaron a sus cercanías, siendo conocedores entonces de las dificultades que presentaba la elevada fortaleza en la que se habían refugiado los infantes Enrique y Pedro de Aragón.

Una vez conformado el cerco el condestable “les envió pues un faraute suyo a decirles que ya estaba en el campo y los esperaba a batalla: ellos contestaron con Juan de Ocaña que en la villa no tenían gente bastante para pelear de poder a poder; pero que si al condestable y el conde de Benavente contentaban hacer campo con ellos dos solos, pronto estaban, y aguardaban la respuesta” (Manuel José Quintana, pág. 96).

Antes de responderles, Álvaro de Luna quería escuchar la opinión del conde de Benavente y los caballeros que le acompañaban, quienes le aconsejaron evitar la confrontación. Una vez escuchada las distintas opiniones, mandó de nuevo llamar al faraute para decirle (según Serrano Belinchón, pág. 92) lo siguiente:

Como verás, estos caballeros están de acuerdo en que no debo aceptar la propuesta que me traes, por tantas razones como ellos han expuesto; sin embargo, tú dirás a los señores Infantes que el conde de Benavente y yo nos mataremos contra ellos en el sitio que señalen. Y como el infante don Enrique es más fuerte de persona y de cuerpo que el infante don Pedro, y yo soy el más débil de la parte de acá, decidle que le pido por favor que seamos él y yo quienes peleemos”.

El mensajero se dirigió al conde de Benavente con una pregunta: “Y vos, Conde, ¿qué decís?”. “Digo”, respondió el Conde, “lo que acaba de decir el señor Condestable”.

La bravura que manifestó el infante don Enrique por medio de su faraute, o enviado, empezó a debilitarse a partir del momento en el que Álvaro de Luna aceptó enfrentarse cuerpo a cuerpo con él, y, más aún, cuando el desafiado le ofreció todas las facilidades de elección del entorno de Alburquerque; aunque, bien es cierto, que el condestable eligió la clase de armas con las que habrían de batirse. Empezaba a dudar y a llenarse de preocupaciones a ser consciente de que el de la Casa de Luna tenía una larga trayectoria de combates.

El cerco mientras tanto permanecía estable. Los Infantes llegaron a conocer que uno de los rasgos que presentaba la villa ocupada de Alburquerque (y que se conserva en el entorno del castillo de Azagala) era la existencia de buitreras cercanas a sus murallas.

Esto dio lugar a que don Pedro comenzara a salir con frecuencia y se aproximara a una de las buitreras para arrojar flechas a las aves que se encontraban dentro de sus cobijos. Puesto que esta circunstancia fue conocida por algunos hombres de las huestes del condestable, ya que lo habían visto cómo abandonaba el castillo por las mañanas y se colocaba próximo a la buitrera, sin armadura ni otra defensa que llevara consigo sino solo su ballesta.

“Pensaron estos hombres esconderse alguna noche dentro de la buitrera y, cuando por la mañana siguiente saliera el Infante a disparar sus flechas contra las aves, ser ellos los que arrojasen las suyas contra él y darle muerte, pensando que sería de completa aprobación por el condestable” (Serrano Belinchón, pág. 93).

Cuando Álvaro de Luna conoció el plan de sus hombres entró en cólera, pues pensaba que era una vileza acabar de este modo con uno de los hijos del rey Fernando de Aragón (que, a su vez, era su primo y su cuñado), al tiempo que les advertía que las leyes de Castilla permitían la venganza en el campo de batalla, pero no valiéndose de encubiertas y acechanzas, ya que la fuerza y la habilidad no podían emplearse en defensa de quienes las poseyeran.

“Poco después, cayó enfermo el Infante don Pedro y pidió don Enrique al Condestable un seguro para traer de Portugal un médico, pues no lo había en Alburquerque. El Condestable no solamente dio el salvoconducto pedido, sino que envió al propio bachiller Cibdareal para que le asistiese mientras llegaba el médico portugués, por todo el tiempo que quisieran. Eran las leyes de caballería las que hacían conciliables los rigores guerreros extremados y la cortesía fuera de la pelea” (César Silió, pág. 96).

La noticia de aquel desafío entre los Infantes y el Condestable se extendió fuera de los límites del reino. Y era así porque ellos habían pedido ayuda y alimentos al rey de Portugal. Este mandó embajadores a don Álvaro de Luna, por medio de los cuales le decía que no tomase a mal que desde su reino hiciera llegar alimentos a los infantes, pues les estaba muy agradecido y era razón de justicia que les tendiese una mano ahora que atravesaban tiempos de mucha necesidad.

El condestable, sin embargo, “provocaba de mil maneras a los Infantes para que salieran del castillo: vigilando sus alrededores, ocupando sus campos, impidiendo que llegasen alimentos y obligándoles a resistir encogidos y privados de libertad” (Serrano Belinchón, pág. 94).

El cerco de la villa de Alburquerque se alargaba, por lo que Juan II se hizo presente en el campamento. A su llegada, el monarca pensó que había asuntos más importantes que afrontar que el reto que ofrecían los Infantes don Enrique y don Pedro.

Tal como apunta el historiador José Luis del Pino en su obra Extremadura en las luchas políticas del siglo XV, “la llegada a Extremadura de Álvaro de Luna y Juan II demuestra la gravedad del conflicto planteado por los infantes en ese territorio. Sin embargo, el alcance del problema fue menor y se redujo ostensiblemente cuando navarros y aragoneses, principales de Enrique, decidieron en el verano de 1430 establecer la paz con Castilla. Enrique y su hermano Pedro sufrieron un duro golpe. A partir de entonces, Álvaro de Luna emprende la guerra contra Granada, tal vez para reforzar aún más el prestigio personal que había logrado en tierras extremeñas. Algunos nobles con vínculos en la región participarían en esas campañas granadinas” (pág. 176).

La guerra castellano-aragonesa finalizaría el 25 de julio de 1430, de modo que los tres reinos -Castilla, Aragón y Navarra- firmaron una tregua de duración de cinco años, pero, como veremos más adelante, los acuerdos de paz en el siglo XV eran muy frágiles.

***

Anotaciones:

La bella fotografía aérea de la portada de Alburquerque recoge con toda nitidez el perfil del castillo junto con la forma ovalada que tenían las murallas que encerraban dentro de ellas a la villa medieval.

La primera ilustración dentro del texto nos muestra una pintura medieval en la que se muestra el combate de caballeros que montados a caballo se enfrentan con las armas características de aquella época.

La segunda es un plano detalle de la Torre del Homenaje del Castillo de Alburquerque. Esta torre cuadrangular, realizada con sillería y mampostería, fue mandada construir por don Álvaro de Luna entre 1453 y 1454, unos años después de serle concedido el condado de Alburquerque en 1445. En ella, como todos sabemos, se encuentra una placa de mármol en la que aparece la luna invertida, como símbolo de la Casa aragonesa de Luna. La Torre de los cinco Picos, fue promovida por don Beltrán de la Cueva, otro de los grandes personajes relacionados con Alburquerque y de quien comenzaremos su historia una vez acabada la de don Álvaro de Luna.