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Luis Landero: “el demonio de la literatura se me metió en Alburquerque en la infancia”

Luis Landero habló hoy de cómo empezó a ser escritor, de cómo, señaló, “el demonio de la literatura se me metió en el alma en mi infancia aquí en el pueblo”.

Fue en su intervención en la entrega del premio que lleva su nombre y organiza desde hace 29 años el Instituto Castillo de Luna, un galardón que volvió a recaer por segundo año consecutivo en Etna Miró, joven estudiante del Colegio Episcopal de Lérida.

Aunque ya hablaremos en nuestra edición impresa de esta edición del premio, adelantamos hoy un extracto de la intervención del escritor alburquerqueño, quien estuvo acompañado de la directora del centro, Luciana Pintor; el presidente del jurado, Dionisio López; la concejala de cultura, Magdalena Carrasco; otras autoridades regionales y los patrocinadores del certamen de Narraciones Cortas Luis Landero.

A continuación, reproducimos un extracto de cuando Landero se refiere a sus inicios en la literatura en Alburquerque:

“Nada me gustaba más que escuchar a mis mayores, sobre todo cuando contaban cuentos o leyendas, unos inventados y otros reales, pero todos maravillosos. Una vez, un acordeonista portugués que vino a amenizar un baile a Valdeborrachos, al regresar de noche a su casa campo a través, vio que le seguían dos lucecitas, que eran los ojos de un lobo, y luego esas luces fueron cuatro. Tanto era su temor que tropezó, con tan buena fortuna que el acordeón emitió unas notas, ante las cuales los lobos se detuvieron también temerosos. Durante 15 o 20 kilómetros, aquel acordeonista fue tocando todo su repertorio de canciones tristes y alegres, con los lobos detrás, pero sin atreverse a acercarse y menos a atacarlo.

Otra vez mi madre decía que quien plantaba un laurel moría joven.

Y también se contaba de un curandero que le puso un trozo de escuerzo, o sapo, en el ojo a uno que tenía un tumor incurable, y al cabo de unos días, al retirar el escuerzo, salió también el ojo y, con él, el tumor. Y el hombre, aunque ciego de un ojo, quedó curado para siempre.

Una vez sorprendí a mi abuela Francisca deshaciéndose el moño ante un espejo. Era un moño apretado, duro, como una pelota de tenis, y yo siempre la había visto con él. Y, de pronto, se había transformado en una espléndida cabellera gris que le caía hasta la cintura.

Mi abuelo Luis, dicen que se quedaba en vela algunas noches con la escopeta presta para esperar a la lechuza que venía a beberse el aceite de los candiles y las capuchinas.

Eran tantos los prodigios y era tan misterioso el mundo que cómo no iba a quedarme fascinado ante aquellas historias. Yo no me cansaba de oírlas y no quería que acabaran nunca. La fantasía coloreaba la grisura de la vida…

Con la mano en el corazón: ¿hay algo más hermoso en la vida que ser niño y escuchar una buena historia mientras afuera ruge el viento y acechan los fantasmas?…

Así que creo que mi destino de escritor se forjó en la infancia. Luego, con 14 o 15 años, descubrí la poesía, la magia de los versos, con su ritmo y su música y el secreto latir de las palabras, que de pronto parecían nuevas, flamantes, recién inventadas. Sentí la misma emoción que cuando me contaban cuentos en la infancia.

Ese era mi mundo: los cuentos, la poesía, las quimeras, el misterio, la belleza de las palabras y las cosas” …

 

( En la edición impresa de AZAGALA publicaremos un reportaje sobre este premio y la intervención integra de Luis Landero).

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Portada: Landero, con Etna Miró, José Luis Rasero (uno de los patrocinadores), y Luciana Pintor