Pulsa «Intro» para saltar al contenido

Los niños y el complejo de obesidad

Por AURELIANO SÁINZ

En un anterior artículo aparecido en Azagala digital con el título Los complejos infantiles hice una presentación general de lo que son los complejos y cómo afectan a los niños y adolescentes, centrándome en aquel momento en el complejo de inferioridad, que tanto les afecta. En esta ocasión quisiera abordar el complejo de obesidad que tiene gran importancia en el conjunto de la población, pero que empieza a ser un tema que preocupa no solo a los dietistas, sino también a los padres y docentes que se sienten inquietos ante la adquisición de sobrepeso de sus hijos o de su alumnado.

Tal es el problema que, cada cierto tiempo, los medios de comunicación nos informan de datos relativos a la obesidad y el sobrepeso que tanto se ha extendido en la población, haciendo, en algunos casos, hincapié en los escolares. Y es que la obesidad, ese sobrepeso que afecta seriamente a la salud, y que, si quitamos el que tiene una procedencia genética, se debe en gran medida al carácter sedentario y a los tipos de alimentación y de bebidas que, procedentes mayoritariamente de Estados Unidos, se han expandido como una plaga por todo el mundo.

Y si cito a ese país concreto es porque los denominados fast foods, o comidas rápidas, en poco tiempo se extendieron a la velocidad de vértigo, puesto que pertenecen a multinacionales con gran poder económico, habiendo invadido los espacios públicos de la mayoría de los países en los cinco continentes, ofreciendo un modelo no solo alimenticio, sino también de vida que alteraba los modelos tradicionales autóctonos.

Se puede argumentar que esos centros de comida rápida se han establecido mayoritariamente en las ciudades y que no existen en los pueblos. Es cierto, pero no solamente se han instalado en las grandes ciudades, sino que la publicidad que realizan las multinacionales de bebidas muy azucaradas y de esas comidas rápidas ha penetrado y se ha asentado en la mente de gran parte de los niños y los jóvenes.

Y es que la admiración por los estándares de vida americanos, se complementan con la fascinación de los productos con marca “made in USA”, sean bebidas como Coca-Cola o Pepsi-Cola hasta llegar con los burgers como McDonald’s o Burger King, auténticas fábricas industriales de hamburguesas y patatas fritas que ya nos las encontramos en los sitios más recónditos del planeta.

Para quienes estuvieran interesados en el fenómeno de la comida rápida, les aconsejaría la lectura de Fast food del periodista estadounidense Eric Schlosser, libro se lee como una verdadera y apasionante novela, aunque todos sus datos sean ciertos y claramente contrastados. Horrorizaba comprobar la cantidad de aditivos que se les añadía a todos los productos que se consumían. Por ejemplo, nos dice Schlosser: “el sabor a fresa artificial típico, como el que se encuentra en el batido de leche y fresa de Burger King, contiene los siguientes ingredientes: amilacetato, amilbutirato, amilvalerato, anisilformato, benzilacetato, benzilisobutirato, ácido butírico, cinamil isobutirato, diacetil, dipropilcetina…”, así hasta 49 aditivos descritos por orden alfabético para proporcionar el sabor característico buscado por esta cadena.

Bien es cierto que, ante el retroceso de la dieta mediterránea y la avalancha de productos cargados de grasas, azúcares e hidratos de carbono, tanto la Administración, como los centros docentes y los padres han tomado conciencia de que una alimentación sana en sus hijos es fundamental; no obstante, y a pesar de ello, la obesidad en niños y adolescentes crece paulatinamente en nuestro país.

Lógicamente, yo no soy experto en temas de nutrición, ni conozco las causas de la obesidad de los escolares que manifestaban sentirme emocionalmente mal en las escenas que plasmaban al pedirles en la clase la realización del dibujo de la familia. La razón para que yo aborde este tema se debe a que detecto, como investigador en pedagogía, cómo ellos expresan gráficamente ese malestar a través de un verdadero complejo de obesidad, comprobando en las interpretaciones de sus dibujos que, verdaderamente, se sienten muy afectados psicológicamente.

Para que los lectores de Azagala digital vayan conociendo cómo es posible interpretar correctamente las emociones y sentimientos de niños y adolescentes a través de los dibujos que realizan libremente, he seleccionado cinco dibujos de chicos y chicas de distintas edades y que los explicaré para que veamos cómo se ven (o desean verse), teniendo en cuenta que se sienten afectados por la obesidad que padecen.

Comienzo, pues, por el que he seleccionado para la portada. El dibujo corresponde a una chica de 11 años que se encontraba en sexto curso de Primaria. Al realizar las pruebas, comprobé que era una chica fuerte y gruesa, por lo que no respondía a los estándares que los medios de comunicación y la publicidad, que tanta influencia tienen por las figuras femeninas que nos ofrecen como modelos a seguir. Así, tuve curiosidad por saber cómo se representaba en la escena familiar que tenían que realizar.

Si nos fijamos en su trabajo, podemos deducir algunas cosas: ella era hija única; se representa frontalmente entre su madre y su padre; curiosamente, el encuadre de los personajes corresponde a un plano tres cuartos, es decir, dibuja a las figuras a partir de las rodillas; ella se traza con calzón corto y camiseta ligera, de modo que en su físico no se aprecian rasgos de obesidad, aunque las figuras se presentan con cierta fortaleza física.

Entiendo que la autora ha querido compensar su concepto negativo de la propia imagen acudiendo a mostrarse con ropas muy ligeras y no realizando un plano entero, como es habitual en los dibujos de los escolares, puesto que la obligaría a presentarse algo más realista. Esta es, pues, una modalidad de compensar u ocultar su complejo.

Pasamos a un dibujo que fue elaborado por un niño de 8 años. Como puede apreciarse, en la lámina aparecen los cuatro miembros que componen su familia, muy distanciados espacialmente entre sí, con la barriga al aire y enseñando el ombligo al separar la ropa que los cubre. Además, hay un par de detalles relevantes a tener en cuenta como son que, por un lado, debajo de cada uno de ellos ha escrito “un hijo gordo”, “un hermano gordo”, “un padre gordo” y “una madre gorda”, y, por otro, les ha puesto las manos escondidas en las espaldas, todo ello como expresión de un cierto sentimiento de culpabilidad que, inconscientemente, les atribuye. (Las manos ocultas en los dibujos, sea en las espaldas o metidas en los bolsillos, expresan, fundamentalmente, timidez, vergüenza o sentimiento de culpa.)

Y ante estas interpretaciones que realizo, cabe preguntarse: “¿De qué se sentía culpable el chico?”. La respuesta la da gráfica y textualmente el propio autor que, ciertamente, estaba un tanto obeso. Pero su obesidad y avidez por la comida la extiende a toda la familia, ya que para él todos estaban gordos (cuestión que yo no pude comprobar, dado que no conocía a la familia). Era, pues, otra manera de rechazar su obesidad: responsabilizando también a sus padres y a su hermano de su estado físico y por el que se sentía mal.

Otra forma de expresar el complejo de obesidad es no dibujándose dentro del grupo familiar cuando se les pide en la clase que representen a la familia. Habitualmente, la ausencia de quien realiza el dibujo manifiesta, de manera no consciente, el fuerte rechazo que siente hacia sí mismo. Es lo que acontece con este dibujo de un niño de 7 años que se encontraba en segundo curso de Educación Primaria.

Cuando el pequeño nos entregó el trabajo, comprobé que no se había representado, puesto que en la parte superior de la lámina había trazado a sus padres y a sus dos hermanos, pero él no aparecía. No le pregunté por su ausencia dentro del conjunto, dado que al trazar en la parte inferior la casa, yo interpretaba que era un modo no consciente de manifestar que él, imaginariamente, estaría dentro y que no quería salir fuera del hogar en el que se encontraba seguro para no tener que enfrentarse a las (supuestas) miradas de la gente y las burlas de los compañeros de la clase.

Para que entendamos que la interpretación de las escenas que dibujan los escolares no responde a cuestiones u opiniones subjetivas del investigador, muestro otro dibujo con características similares al anterior. En este caso se trata del trabajo que me entregó una niña, también de 7 años, que se encontraba en un curso similar, aunque estudiaba en otro centro. Ella era la más obesa de la clase, lo que hacía que sufriera a causa de su propia autoimagen y por cómo se veía a sí misma mientras se comparaba con el resto de sus compañeras. Cuando nos entregó el dibujo, de modo similar al caso , no le pregunté por qué no se había dibujado, ya que entendía que era a causa de la baja autoestima que padecía por su imagen física.

Observando el dibujo, comprobamos que en el lado derecho de la lámina representa a su madre, a su hermana y a su padre, dentro de un arcoíris, como símbolo de acogimiento y de felicidad que creía que se daba en ellos. En la izquierda, traza su casa, en la que supuestamente se encuentra refugiada, fuera de las miradas que tanto teme. Como puede apreciarse, sí incorpora a sus mascotas -su gato, su perro y su loro- dentro de la casa, ya que le hacen compañía y a las que no teme, puesto que siente que ellas no la enjuician.

En ocasiones, los niños y niñas acuden, de manera no consciente, a representaciones gráficas con una gran carga de simbolismo, por lo que es necesario conocer la interpretación de un experto entender del significado de los dibujos infantiles y, así, llegar a comprender qué nos han querido expresar emocionalmente en sus trabajos. Es lo que sucede con el dibujo anterior, que lo suelo proyectar en la pantalla de la clase, junto con otros seleccionados, para debatir con los alumnos que tengo en la Facultad con la finalidad de que entiendan la complejidad de los significados de algunos trabajos gráficos que realizan los escolares. Habitualmente, se quedan sorprendidos cuando se los explico, pues sus diferentes interpretaciones no se acercan de ninguna manera a lo que han querido decir los niños.

Para que los lectores o lectoras de Azagala digital comprendan lo que ha querido expresar de modo no consciente Antonio, el chico de 9 años que lo realizó, pasaré a comentarlo.

De entrada, tengo que apuntar que Antonio estaba bastante grueso, por lo que era objeto de burlas por parte de sus compañeros. Sin embargo, en la escena aparece con cuatro brazos y con una anchura similar a sus padres, que se encuentran trazados en la izquierda, y a sus dos hermanas, que están a ambos lados de él. Por otro lado, en la parte inferior de la lámina ha plasmado un árbol y un mamut de cuya boca sale un globo de cómic con la frase “Soy un mamut”.

¿Por qué se ha dibujado con cuatro brazos? ¿Qué sentido tiene que haya representado un mamut; un animal que ya no existe, dado que desapareció hace años? Pues bien, todos sabemos que tanto los niños como las niñas, en ocasiones, son crueles con quienes presentan alguna discapacidad, anomalía o simplemente alguna diferencia, sin que sean conscientes de ello, a menos que se les hayan corregido ciertas conductas o expresiones con los demás.

Así, resulta que a Antonio sus compañeros le decían que era “un mamut”, por lo que el chico interiorizó tanto este insulto que, quizás, el que dibujara a este animal se debiera a una especie de llamada de atención para que quien lo viera fuera conocedor de lo que le pasaba. Por otro lado, el dibujarse con cuatro brazos aleteando imagino que expresa inconscientemente su deseo de ligereza, de ser capaz de alzar el vuelo olvidándose del peso de su cuerpo que le hacía ser torpe en sus movimientos.