EUGENIO LÓPEZ CANO
Finalizada la ceremonia religiosa, en el supuesto de que el banquete se hiciera por separado, antes de regresar de nuevo a casa de sus padres, la novia, seguida de los invitados de ambas familias, visitaba a los suegros con el fin de saludarles y tomarse el aperitivo con ellos. A continuación, el novio, sin la compañía de su esposa, retornaba a la casa paterna con sus invitados correspondientes para dar cuenta del festín.

La comida consistía en una serie de platos típicos como la caldereta o frite de cordero y cabrito, chanfaina, chuletas…, regado con vino del pueblo. Los postres eran también variados: bizcochos, merengues, almendrados…, y en lugar de finalizar con la clásica tarta nupcial como ahora, distribuían a lo largo de las mesas bizcochos altos, artísticamente adornados con claras de huevos y confites, acompañado a su vez de anís o de bebidas caseras. Para estos menesteres, a veces, quien podía, contrataba los servicios de cocineras y dulceras.
A media tarde recogían a la novia para llevarla al baile, y a media noche volvían a repetir el mismo ritual, regresando a sus casas respectivas para dar cuenta de la cena, consistente en mondongo, pavo trufado o escabeche de conejo o de ave. Al término de la misma, volvían a recoger a la novia para asistir al baile, esta vez hasta bien avanzada la noche. Cuando los familiares de los novios lo estimaban oportuno, avisaban a los músicos para que pusieran término a la fiesta, quienes lo hacían público con la frase de «…y a continuación, la última«, bailándose por los mayores el popular Fandango de Alburquerque, entre la risa y el jolgorio general…, mientras se despedían de los invitados diciendo «con que, caballeros, ¡alabado sea Cristo!«.

El baile lo rompían (lo abrían) el padrino con la novia y la madrina con el novio, intercambiándose las parejas en la pieza siguiente o en mitad de la misma. A continuación, los convidados iban saliendo poco a poco a la pista con sus parejas respectivas. A partir de entonces a los invitados les estaba permitido bailar con los novios. Era costumbre bailar, entre otras muchas piezas, la rueda (al corro), la conga (de Jalisco) y el Fandango de Alburquerque (no confundirlo con el Fandando de la Virgen de Carrión), con sus populares bombas o requiebros, muy celebrados por la gente de Alburquerque.
Una vez acabado el baile, y antes de retirarse los novios, el nuevo marido concretaba con los músicos la hora y duración de la serenata en su nuevo hogar -por lo general compartido con el de los suegros-, ronda que se llevaba a cabo entre las dos y las cuatro de la madrugada. Era privilegio sólo del recién casado recibir a los músicos e invitarlos entre canción y canción.

En el caso de que no hubiera serenata, o después de la misma, la madrina era la encargada de desnudar a la novia, vestirla con el camisón confeccionado para la ocasión y adecentar la habitación, mientras el marido esperaba en otra habitación charlando con el padrino.
Aunque no era normal que se les dieran bromas a los recién casados, siempre había amigos que se atrevían a ello, en complicidad con alguien de la familia, encargada de hacerles la cama. Entre las bromas livianas estaban las de colocar debajo de las sábanas piedras u otros objetos, así como otras de peor gusto como la de aflojar los tornillos de los largueros para que se cayeran, coserles las sábanas o doblárselas (hacer la petaca) para impedir que se acostaran, etc.

Prosiguiendo con las costumbres, al día siguiente del enlace matrimonial o tornaboda, los novios, algunos con trajes para la ocasión, acompañados de familiares, subían al castillo -después de reconstruirlo- o a sus inmediaciones, o al paseo Las Laderas, para hacerse las fotografías de rigor. A continuación comían en casa de los padres del novio, y por la noche tornaba de nuevo el baile, esta vez público, o en privado, en una de las casas de los padres.
En la retornaboda, o el día después de la tornaboda, si aún quedaban sobras suficientes, que a veces sucedía, se reunían de nuevo para comer juntos con los familiares más íntimos.
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PORTADA: Al día siguiente, conocido por tornaboda, los recién casados tenían por costumbre visitar el castillo y/o el paseo Las Laderas, acompañados de los familiares más cercanos, así como del fotógrafo de la ceremonia religiosa, quien venía a constituirse, sin pretenderlo, en el cronista oficial del enlace (Autor: desconocido. Año: 1947)
FOTO 2: A poco que se contemple la imagen nos viene presto a la memoria aquellas bodas de antaño que admirábamos arrobados desde la butaca del cine, como muestra una vez más del gusto por las costumbres foráneas (Autor: desconocido. Año: 1947. Cedida por Julián Cano Izquierdo).
RESTO DE FOTOS: Imágenes de banquetes de boda en Alburquerque.
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